“Secuestraron los dos cuerpos (de Marcelo y Juan Carlos); se los llevaron en un jeep militar”.

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Andrés Gómez Vela (Tercera parte)
El sonido del motor de la ambulancia Chevrolet celeste con blanco era imperceptible porque era nueva. Había sido entregada un mes antes del 17 de julio de 1980 a Homicidios de la Dirección de Investigación Nacional (DIN). Herminio Mena, su primer chofer, salió aquel viernes 18 de julio conduciendo el vehículo por la puerta posterior de la institución, donde mataba el tiempo David Alarcón Romero.
-¿A dónde van?- preguntó.
-Vamos a levantar dos cuerpos a Mallasilla– respondió uno de los que estaba en la ambulancia.
-Los acompaño.
David subió al vehículo sin imaginar, en ese momento, que esa decisión espontánea por pasar el tiempo lo iba a llevar 16 años después, en 1997, a la silla de acusados, en un juicio que duró 10 años y terminó sin encontrar los restos de las dos personas (Marcelo Quiroga y Juan Carlos Flores) cuyos cuerpos fueron a levantar ese viernes.   
Tampoco esperaban esa misma suerte Rogelio Gómez Espinoza, Juan Alberto Aquice Rada, César Altamirano Lavadenz y Marcos Herminio Mena, juzgados en ese mismo caso que concluyó en diciembre de 2007 con una sentencia de 30 años para Franz Pizarro Solano, Felipe Froilán Molina y José Luis Ormachea España por el delito de asesinato.
Marcelo vestía pantalón marengo, camisa celeste 
La ambulancia tomó la calle Sucre, siguió sin dificultades por las calles Yungas y Casimiro Corrales. Pasó el estadio Hernando Siles, bajó por la avenida Saavedra y giró a la derecha hacia la avenida Copacabana, llegó a la zona de Obrajes, cruzó las avenidas Hernando Siles y Roma, viró hacia la Plaza Humbold, pasó La Florida y se detuvo en el retén de tránsito ubicado en Aranjuez.
Los dos campesinos todavía estaban ahí. Herminio prefirió quedarse en la ambulancia para evitar el frío; el sol de julio de media mañana apenas calentaba. El resto bajó para obtener más información.
Ambos testigos ratificaron lo que vieron la tarde del jueves: Desde un auto militar bajaron dos bultos y los arrojaron a un hoyo ubicado a algo más de 500 metros hacia el noreste del Valle de la Luna. 
La ambulancia trepó la cuesta hacia Mallasa y tomó la misma ruta del jeep militar que había transportado los cuerpos de Marcelo y Juan Carlos. Con la guía de los dos campesinos, el equipo de rescate llegó rápidamente al lugar, pese a que en el camino de tierra había unas zanjas que, aparentemente, habían sido cavadas un día antes por los mismos militares.
Uno de los integrantes del equipo de rescate recuerda que los cadáveres estaban incrustados a unos 30 metros de profundidad entre gigantes cirios de tierra color luna.
Por las dificultades de la geografía, el equipo tardó casi cinco horas en sacar los cuerpos a la superficie.
Los muertos estaban envueltos en frazadas plomas con franjas verdes y guindas. Desenvolvieron al primero y constataron que era Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Vestía pantalón marengo, camisa celeste, bléiser azul y zapatos negros. Había huellas de tortura en su rostro y en casi todo su cuerpo, a tal punto que ya no se notaba el lugar por donde ingresó la bala que un paramilitar le disparó, en el último descanso de las gradas del viejo edificio de la COB.
Juan Carlos Flores Bedregal fue reconocido por la credencial de diputado que tenía en el bolsillo de la camisa.
Como había una sola camilla, pusieron los cuerpos uno sobre otro en la ambulancia y volvieron hacia la ciudad de La Paz por la misma ruta.
“Secuestraron los cuerpos”
Cuando retornaban a La Paz, la ambulancia fue retenida en el puente Calacoto por una patrulla militar. Después de unas explicaciones, dejó que siga su camino hasta llegar a la morgue del Hospital de Clínicas, ubicada en la zona de Miraflores a una cuadra y unos metros del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
Los dos cuerpos fueron depositados en la sala de autopsias para mayor seguridad. Uno de los miembros del equipo encargó al responsable de la morgue, Manuel Velásquez, evitar el ingreso de cualquier persona.
Como los seis integrantes habían trabajado casi todo el día sin almorzar, Rogelio Gómez invitó a su casa, ubicada en Villa Copacabana, a comer algo.
Justo cuando se servían unos sándwichs de huevo y tomaban una papaya salvietti, el equipo de radio de la ambulancia comenzó a llamar insistentemente.  Eran las 17 horas y algo más.
– Acaba de llamar el “morguero” para informar que los dos cuerpos que dejaron en la morgue del hospital fueron secuestrados por un grupo de personas que vestían chamarras azules tipo militar de la Fuerza Aérea Boliviana. Se llevaron los cadáveres en un jeep del Ejército- reportó una voz desde Homicidios de la DIN.

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