Convencer, persuadir o conmover no son tareas fáciles. Requieren de una construcción lógica, sistemática, incluso emotiva, de discursos (escritos o verbales) estéticos y, sobre todo, útiles a los fines deseados.
La disciplina que estudió, en primera instancia, ésa construcción discusiva surgió en la Antigua Grecia, bajo el nombre de retórica. Fueron los sofistas quienes se encargaron de difundirla, enseñando “el arte de la palabra”.
En aquél entonces, los sofistas no buscaban difundir conocimientos verdaderos. Su tarea consistió en la elaboración de discursos atractivos y eficaces para el convencimiento o persuasión de las asambleas.
Esa construcción ampulosa y decorada relegó a la lógica a un segundo plano porque en el ejercicio retórico no ganaba quien tenía el mejor (o el correcto) argumento, sino quien manejaba un discurso convincente. Todo esto decantó en discursos con contenidos transfigurados e ilusorios. Así surgió una de las principales disputas entre sofistas y filósofos de la Grecia Antigua.
Platón fue uno de los primeros detractores. Inicialmente, rechazó la retórica por ser “falsa y antiética”. Luego, estableció una diferencia y señaló que “la buena retórica” difunde verdades y no debe ser usada para causar contradicciones u obtener poder.
Por su parte, Aristóteles aceptó la utilidad persuasiva de los discursos, pero señaló que ésta debe optar por la sistematización de reglas respecto a: los argumentos (inventio), la composición del discurso (dispositio) y la forma (o estilo) en que se expresa (elocutio).
Platón y Aristóteles temían que la retórica destruya el conocimiento verdadero. Y era un miedo justificado. Cuando el objetivo es sólo engañar, la materia prima de los discursos se contamina.
¿Cuál es ésa materia prima? Los argumentos. Si éstos contienen mentiras, se convierten en falacias. Anthony Weston las define como “argumentos que conducen al error”. Es un concepto válido e incompleto a la vez, porque sólo toma el punto de vista lógico. Un argumento es falaz cuando incumple reglas de inventio o dispositio, y también cuando su contenido es engañoso.
En el ámbito político es común toparnos con falacias. Los “malos políticos” hacen uso (abusivo) de “la mala retórica”, porque sólo quieren convencer o persuadir a la ciudadanía de que son un buen gobierno o la mejor opción para elegirlos (o reelegirlos).
Así como los argumentos son la base de los discursos, las mentiras son el ingrediente principal de las falacias. Lo que importará, entonces, para los “malos políticos” es la pomposidad o grandilocuencia de sus palabras, antes que la verdad y los hechos objetivos. Relegarán, tendenciosamente, lo importante para el Estado, imponiendo sus intereses en falsos debates que nada tienen que ver con la res publica.
Ya sabemos qué color tiene la “mala política” en nuestro país.
¿La ley de convocatoria a elecciones judiciales? ¿Acciones concretas y eficaces (no meras reuniones en donde se dice lo obvio) ante los incendios forestales y la grave crisis hídrica? Ninguno de ellos ha sido el tema central de la semana. El masismo continúa con su egocentrismo e invisibiliza los temas urgentes para la opinión pública.
El régimen y sus acólitos ya están en campaña electoral. “Evistas” y “arcistas” están plenamente enfocados en determinar quiénes serán los candidatos para 2025, quiénes se quedarán con la sigla del MAS y quiénes tienen la mayor cantidad de obsecuentes. No obstante, hay algo que ambos bandos buscan en cada intervención pública: mostrar nuevos y diferentes discursos.
Del lado “arcista”, escuché con total estupefacción a Virginia Velasco (actual senadora y exministra de Evo Morales), Jorge Richter y Freddy Bobaryn (exviceministro de Luis Arce). Velasco dijo que reconocen los “errores” durante los 14 años del gobierno de Morales y ahora buscan “corregirlos”. Richter propuso un mandato único de seis años y eliminar la reelección presidencial. Bobaryn señaló que es momento de nuevos liderazgos porque es “lo más saludable”.
Vayamos al otro bando. Morales y sus “leales” ahora abogan por la transparencia de las acciones de gobierno y el compromiso en la lucha contra la corrupción; repudian el prebendalismo y la instrumentalización de los funcionarios públicos como barras bravas de adulación.
¿Será que el masismo “renovador” por fin comprende el significado de democracia? ¿Se está produciendo un cambio en los “radicales”? El escritor inglés Aldous Huxley nos respondería con esta frase: “Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje”.
La “mala política” recurre siempre a la “mala retórica”, y ésta se vale de “malos argumentos”, es decir, de falacias. Y si algo nos han dejado en claro el masismo, en todos estos años, es que sus palabras y acciones tienen el mismo ingrediente: las mentiras. Repasemos algunas de las falacias que recurrentemente utiliza el masismo:
- Falacia ad populum.- Tiene un alto contenido demagógico/populista. Las siguientes frases sirven de ejemplo perfecto: “sólo el pueblo salvará al pueblo”, “somos el gobierno del pueblo para el pueblo”, “el pueblo quiere que sea candidato”, “el que gobierna es el pueblo”.
- Falacia de la generalización.- Según ellos, todos los países de la región tienen problemas económicos por la pandemia de Covid-19 y la guerra Rusia-Ucrania; el narcotráfico es un delito transnacional y existe en todo lado; la corrupción ha estado presente en todos los gobiernos. Una falacia muy usada para justificar su inoperancia.
- Falacia de la igualdad.- Dicen que “todos tenemos los mismos derechos, porque está en la Constitución”; pero, por ejemplo, el derecho a la protesta sólo puede ser ejercido por masistas. El resto de ciudadanos, si marchan o bloquean, pueden ser procesados, así como los dirigentes cívicos de Santa Cruz.
- Falacia ad hominem.- Consiste en desprestigiar al otro, atacando su trayectoria, formación, inclinación o ideología política. Bajo ésta falacia, el masismo ataca (y se atacan entre ellos) con los denominativos de “golpistas”, “agentes del imperio”, “corruptos”, “neoliberales”, etc.
- Falacia del falso dilema.- Desde 2006, han establecido que la política boliviana sólo tiene dos opciones: apoyar el “Proceso de Cambio” o volver a la época neoliberal/pro-imperialista. Desestiman, con ello, el surgimiento de otras alternativas.
- Falacia ad baculum.- Se basa en recurrir al miedo y la amenaza, mediante la demostración del poder. El masismo siempre hace gala de su dominio sobre el sistema de justicia, sobran los ejemplos para demostrar que aquellos que levantaron la voz en su contra terminaron procesados, refugiados o presos.
- Falacia ad novitatem.- O apelación a la novedad. Según ellos, el masismo implementó nuevas ideas de democracia (representativa y plurinacional) y participación política (indígenas, originarios, campesinos y mujeres) en las esferas de poder.
- Falacia de falsa analogía.- Veamos un ejemplo: en recientes días, Gustavo Torrico (exministro de Morales y actual viceministro de Luis Arce) señaló que el “jefazo” desconoce el cabildo de El Alto así como desconoció el referéndum de 2016.
- Falacia de la mayoría.- Desde 2006, los masistas enarbolan su condición de “mayoría”, la usan como carta blanca para hacer lo que se les antoja. Según ellos, los porcentajes que se consiguen en una elección representan un porcentaje invariable de aprobación ciudadana.
- Falacia ad odium.- Busca provocar ira o rencor sobre un grupo específico de personas. El masismo viene usando esta falacia para mantener o crear ambientes de polarización y conflicto: campo-ciudad, oriente-occidente, socialistas-derechistas.
- Falacia in terrorem.- Cuando Morales, Arce, Choquehuanca u otras figuras centrales de la cúpula azul dicen que “la derecha quiere desestabilizar al gobierno” y llaman a sus bases a defender el “Proceso de Cambio”, no hacen más que apelar al miedo y desviar la atención a hechos y sujetos inexistentes.
“Evistas” y “arcistas” se tachan de cobardes, traidores y leales. Con todo lo anterior, tienen razón. Son traidores a la patria, a los principios democráticos y al Estado de Derecho. Son cobardes: unos por huir cuando se descubrió que su “Proceso” era tan falso como el “mar de gas” que dijeron haber hallado; otros por haber caído en la obsecuencia o en un silencio cómplice cuando el jefazo pisoteaba nuestra democracia con sus “evadas”. Y sí, son leales, pero sólo con la mentira.
Platón y Aristóteles no exageraron al ver peligro en la mala retórica, aquella que se vale de falacias y fines viles. Por eso, como ciudadanía comprometida y responsable, debemos estar atentos cuando un partido o un régimen la usa como base de sus palabras y acciones. Porque, tal como escribió George Orwell, “todo lo intolerable debe ser desenmascarado, combatido y destruido”.
América Yujra Chambi es abogada.