“¿No será que lo que ha sucedido es que ese bloque hegemónico que representaba a toda la región en este momento se ha fragmentado y lo que hay son elites económicas que han llegado a acuerdos con el poder político por conveniencia, mientras que el resto que conformaba la estructura de poder ha quedado disperso?” (Fernando Prado).
Santa Cruz es uno de los departamentos con mayor crecimiento y fortaleza, como dicen quienes utilizan la palestra en paros cívicos o cabildos y que se hicieron famosos por su nacionalismo, aunque la palabra no es exacta, porque se debería decir “su departamentalismo”.
Tampoco la definición es cabal, mejor sería señalarlos como promotores de retraso, pues los retraídos en el tiempo añoran a Banzer o, tal vez, a Goni para seguir con el manejo del departamento como un “chaquito”.
En Santa Cruz, la producción de azúcar empezó a finales de los años 70, con auge en los ochenta y fase crítica a finales de esta década. En su reemplazo llegó la soya, traída por extranjeros.
La locura del monocultivo empezó en los años 90 con grandes inversiones brasileñas. En diez años, de menos de 200.000 hectáreas, se pasó a un millón de hectáreas cultivadas de soya en las ahora tradicionales campañas de invierno y verano.
Este vegetal es un monocultivo y el único producto agrícola del país con un evento transgénico, la Soya RR, que impulsó más la producción y provocó modificaciones estructurales en la tenencia de tierras, en el precio de la semilla y en la mecanización de la agricultura.
Asimismo, la producción soyera no necesita mucha mano de obra como otros productos y genera fuerte migración del campo a las ciudades. Esta oleaginosa empieza a tener valor agregado con la producción de harina, aceite y cascarilla.
En este contexto, la ciudad de Santa Cruz crece a paso acelerado, sus autoridades no dan abasto para ofrecer las condiciones necesarias a los nuevos asentamientos humanos.
La soya es uno de los commodities con más crecimiento en el país y con mayor incidencia en el ingreso de recursos. En la campaña de 2021 a 2022 se produjo 2.370.529 toneladas en una superficie sembrada de 1.100.800 hectáreas, con 1.370 millones de dólares como ganancia.
En este departamento también existe el clúster de azúcar, que con la zafra 2021-2022 exportó al menos 3,3 millones de quintales, que representan un incremento de 20% con relación a la siega de mayo de 2020 a abril de 2021.
El negocio de la caña comercializó un volumen de 2,7 millones de quintales de azúcar y 200 millones de litros de alcohol anhidro. De este último producto, Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) comprará por 801 millones de bolivianos 145 millones de litros.
La adquisición, que genera importantes ingresos para el sector cañero e industrial, será destinada a producir etanol y alcohol para el mercado interno.
Por otra parte, para la exportación, los agropecuarios de Santa Cruz producen girasol y derivados, con más de 135 millones de dólares en ingresos; carne de res, con 102 millones de dólares; leche, frejol y otros, por más de 160 millones de dólares.
Mientras tanto, los productos de madera generaron casi 100 millones de dólares, incluso luego de atender holgadamente la demanda interna.
El desarrollo del departamento cruceño y su potencialidad en la producción vienen del emprendedurismo, con una senda expedita para seguir en crecimiento gracias a su gente que constituye el “resumen” de Bolivia.
Pero, ¿por qué la mezquindad de grupos que enarbolan el civismo busca retrasar los procesos productivos y no alienta al diálogo entre actores para mayor relación con el Estado, el cual brinda las condiciones para producir?
La industria se desarrolla por la subvención de hidrocarburos y se fortalece la producción agrícola que genera divisas para los empresarios.
Los mal llamados “líderes” olvidan las políticas que benefician a los bolivianos, en especial a los productores. Más del 40% de la subvención de diésel y gasolina va al sector agropecuario; el 52% al transporte y el 6% a la industria.
Las políticas de “arancel cero” para las importaciones de maquinaria y los fideicomisos –que son créditos a muy bajo interés– benefician directamente a los emprendimientos.
Con miopía y mezquina ambición, algunos dirigentes manejan como un terruño el departamento que tiene más potencialidades. Estos individuos olvidaron decir “gracias” por estas políticas.
Muchos cabecillas cívicos no gozarían de las riquezas que ostentan. Sin estas políticas muchos empresarios desaparecerían y, lastimosamente, el crecimiento con el que se llenan la boca retrocedería 20 años.
Entablar un diálogo con los verdaderos emprendedores, haciendo a un lado a las logias, permitirá nuevos récords en crecimiento y propiciará mayores inversiones y políticas concretas, por ejemplo, fortalecer y mejorar la cadena de suministros con mayor infraestructura.
Este debería ser el paso a seguir para que Bolivia continúe en crecimiento, para que los productos no tradicionales ganen terreno frente a los tradicionales y cambie la matriz productiva para un futuro próspero en el país.
Max Baldivieso es periodista