Carreteras bloqueadas, desabastecimiento de algunos productos de la canasta familiar o encarecimiento de otros, filas por combustibles, caos en terminales y aeropuertos, “evistas” y “arcistas” lanzándose (otra vez) acusaciones entre sí…
—¡Todo es por culpa de la política! —, coincidían dos personas sentadas a no mucha distancia mía, en una sala de espera, mientras veían los titulares de un noticiero nocturno.
—No, el origen de los conflictos que enfrenta Bolivia tiene un color y artífices específicos, mismos que ejecutan la política con perversidad y con el único propósito de mantenerse, a toda costa, en el poder. —pensé como respuesta mas no alcancé a decirla, aunque dejó flotando tres palabras entre interrogantes varias: política, poder, propósitos. Tres palabras que hoy me llevan a escribir sobre un libro y un autor siempre controvertidos y vigentes en la Ciencia Política: El Príncipe de Nicolás Maquiavelo.
“El fin justifica los medios” es la frase que, sin dudas, acude a la memoria cuando se hace referencia al autor florentino. Nada más equivocado. No la escribió en ninguna de las casi 100 páginas de su libro; mucho menos resume lo que en ellas desarrolló.
Maquiavelo nunca dijo que un gobernante sólo debe usar vileza, crueldad o perfidia. No las negó, tampoco las consideró como únicos medios. Ya en aquel entonces, y dado el contexto de la Italia renacentista (dividida por conflictos internos y en pugna con Francia y España), el escritor florentino reconoció que los gobernantes no siempre son aquellos que tienen virtudes “ideales”, y aún si las tuviesen, es posible que se corrompan con el paso del tiempo.
En El Príncipe, señaló que un gobernante debe tener virtù: un conjunto de cualidades que se acomoden a los diferentes momentos que le toque enfrentar. Puede usar tanto el engaño, la mentira, la astucia, la bondad, la honestidad o la prudencia para acceder al poder y mantenerlo en sus manos.
Con ésa diversidad de cualidades, Maquiavelo desarrolló una teoría disruptiva en pleno año 1513, y que ahora es conocida como realismo político: la política alejada del “ideal del ser” en los gobernantes y cerca del “ideal del deber ser” del Estado. Extrajo la moral de la política y puso en primera línea la eficacia de los gobernantes como la razón máxima del poder. Dicho en otras palabras: para mantenerse en el poder, el gobernante debe procurar que el Estado conserve su orden, organización, seguridad y convivencia internas.
En consecuencia, valor, astucia, fuerza, predictibilidad, flexibilidad y prudencia son las cualidades que, en criterio de Maquiavelo, un gobernante debe desarrollar no para sí mismo, sino para que su desempeño permita un gobierno eficaz que procura el bienestar del Estado, lo que, a su vez, le permitirá conservar el poder.
Entonces, la eficacia en los resultados mantiene el bienestar del Estado y al gobernante en el poder. Con esta conclusión, las directrices “maquiavélicas” adquieren una nueva formulación. Veamos algunas:
- Para mantener el poder, un gobernante debe ser precavido, determinado y activo frente a los conflictos, las deficiencias, los contratiempos. Alguien que muestra indecisión, pasividad o terquedad no podrá ser un gobernante eficaz. Esto, en palabras de Maquiavelo, es encontrar el riscontro (adecuación): saber actuar (eficazmente) cuando la circunstancia lo requiera. (El Príncipe, Cap. III)
- Anteponer el bienestar del Estado implica acercarse al pueblo, sólo así un gobernante sabrá actuar eficazmente, y sólo así conseguirá un apoyo colectivo tanto sobre su labor de gobierno como en su intención de mantenerse al frente de él. “No existe mejor fortaleza que el afecto del pueblo” (Caps. III y XX). Nada más cierto.
- Los gobiernos (y gobernantes) actuales disponen de armas diferentes a la época de Maquiavelo para desarmar a sus vasallos y enemigos (Cap. XX). Éstas son las leyes y la palabra. La instrumentalización arbitraria de las primeras y el uso distorsionado de las segundas son las características centrales de los regímenes autoritarios. Con el tiempo, ambas conllevan a que la ciudadanía desacredite el accionar del gobernante y deje de brindarle apoyo.
- ¿Ser temido o apreciado? Ninguno. Contrariamente a lo que se cree, Maquiavelo consideró más adecuado ganar el respeto del pueblo. ¿Cómo puede conseguirlo un gobernante? A través de las buenas gestiones, respetando a sus gobernados y el cargo que ocupa. Sólo cuando el pueblo vea que muestra “(…) grandeza de ánimo, seriedad, valor y energía en todas sus palabras y actos” (Cap. XX), será tomado en serio. Asimismo, “el respeto siempre se debe a la justicia” (Cap. XXI).
¿Cuántas de ésas “directrices maquiavélicas” viene siguiendo el masismo en su intención de mantenerse en el poder?
Haciendo caso parcialmente a Maquiavelo, el régimen supo aprovechar circunstancias sociales y políticas determinantes y logró establecerse con una mezcla de cualidades buenas y malas. Aunque para mantener su vigencia, durante los últimos 17 años, prefirió más las últimas. Además, soslayó las directrices centrales de El Príncipe y transmutó la razón máxima del poder (referida al Estado) hacia algo más insustancial: su partido político.
Ése es el principal error del masismo y sus dos “alas” en guerra abierta. Hasta su segundo periodo de gobierno, era dable pensar que la presidencia del Movimiento al Socialismo (MAS) habilitaba la misma titularidad sobre el Estado. En aquel entonces, el apoyo popular sobrepasaba el 50% y provenía tanto de sus partidarios como de simpatizantes, incluso de ciudadanos ajenos al “instrumento”.
Luego de las indudables muestras de su plan totalitario (controvertida aprobación del texto constitucional de 2009, desconocimiento malicioso de un mandato presidencial para permitir una reelección presidencial, imposición subrepticia de un sistema de partido único, apropiación y desmantelamiento de instituciones democráticas, desconocimiento del 21F, imposición de la re-reelección, fraude electoral de 2019), el MAS perdió apoyo y el liderazgo de su cúpula ya no se extrapola de los límites partidarios.
Aún ello, Evo Morales y Luis Arce siguen creyendo que la presidencia del MAS es el requisito indefectible para volver a ocupar la mal llamada “Casa del Pueblo”. Con su disputa, han incubado un mal cálculo político que detonará en las elecciones del próximo año. Las esquirlas afectarán al MAS en su conjunto, no sólo por esa aparente “división” de posiciones ideológicas y programáticas, también por la ausencia de previsibilidad de los daños que su contienda genera tanto en la gestión de gobierno como en la imagen política de ambas facciones.
El nuevo capítulo de la batalla entre facciones masistas (supuestamente) antagónicas —que es la razón del perjuicio de miles de bolivianos ajenos al régimen durante los últimos siete días— da cuenta de que:
Evo Morales nunca dejará de ser el ególatra antidemocrático que antepone sus intereses personales al bienestar del Estado y que coadyuva en la profundización de las diversas crisis que aquejan a nuestro país. Es despreciado por gran parte de la ciudadanía, incluso dentro de su partido. Su retorno al poder es prácticamente imposible.
Luis Arce tampoco tiene una imagen política positiva. Sus esfuerzos están centrados en ganar terreno dentro del MAS. Al igual que Morales, prioriza sus objetivos individuales. Más allá de los bloqueos y los ataques del “evismo”, su gobierno es ineficaz para solucionar los problemas que afectan el bienestar de nuestro Estado. Es un gobernante indeciso, pasivo y nada precavido. Rehúye solucionar aquellos conflictos que considera “útiles” para enfrentar a Morales. Usa las armas actuales (leyes y palabras) sólo en contra de opositores y la ciudadanía que le exige respuestas ante las necesidades urgentes.
Toda esa deficiencia de cualidades “maquiavélicas” frente al Estado alejan a Luis Arce del pueblo. Si algo muestra en cada discurso y acción es el temor que siente ante la figura del hombre que lo puso como candidato presidencial. En consecuencia, no es ni temido, ni apreciado, ni respetado. Y así, el poder que cree tener no lo mantendrá más allá de su mandato actual.
Poder, política y propósitos. Tres palabras que un partido político inteligente analiza con detenimiento y considera las posibles consecuencias que sus acciones puedan traerle, sobre todo aquellas que lleguen a poner en peligro su posición de poder. Ni el “evismo” ni el “arcismo” podrán realizar dicho análisis, porque carecen de virtudes ideales (razón, justicia, nobleza, honestidad…) y no comprenden los alcances de la razón “maquiavélica” del poder frente al Estado (eficacia y resultados).
Para fortuna nuestra y el bienestar de nuestro Estado, ésas deficiencias provocarán que el masismo pierda tanto su integridad como partido como la vigencia de su régimen más allá del 2025; porque una ciudadanía despierta y comprometida con la democracia no reelige a individuos con virtudes indignas, tampoco a gobiernos ineficaces.
América Yujra Chambi es abogada.