El síndrome de hubris y la lucha por el poder

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Por: Freddy Bobaryn López

Cuenta el mito en la antigua Grecia, que el sol derritió la cera de las alas de Ícaro por querer volar demasiado alto. A esto se le conoce como “hubris” —la arrogancia de Ícaro—, quien, siendo un mortal, ofendió a los Dioses queriendo actuar por encima de sus capacidades, lo que hizo que se cayera al mar y desapareciera para siempre.

“Hubris”, del griego, significa desmesura, es lo opuesto a la sobriedad y la moderación. El término alude al ego desmedido y la sensación de omnipotencia. Es decir, tiene que ver con los deseos de transgredir límites, conllevando implícito el desprecio hacia el espacio de los demás, el menosprecio y la instrumentalización del entorno en función a los intereses del ególatra (Gonzales-García).

En Bolivia, la derecha asumió un discurso estigmatizante, pretendiendo señalar al MAS desde una falsa superioridad moral, que con los años fue adquiriendo fuerza, principalmente, en las ciudades capitales. Esto sucedió a razón de que algunas autoridades horadaron nuestra credibilidad, actuando de modo clientelar, patrimonialista y corrupta, tal como sucedió durante las administraciones gubernamentales neoliberales. Es decir, la desmesura se hizo presente en ambas caras de la moneda.

La soberbia de quienes profesaban verdades absolutas nubló la posibilidad de generar espacios de autocrítica, reflexión y reconducción del Proceso de Cambio. Esto provocó rupturas y desalineamientos que llegaron de la mano de la desmoralización de la militancia y de las organizaciones sociales, a quienes no se dudó de acusar de “traición”, cuando estas planteaban el mínimo cuestionamiento.

El entorno que justificó teóricamente la indispensabilidad de la presencia del jefazo como única garantía de unidad en el país, se equivocó. Porque, sobre la base de esto -de la misma forma que sucedió en el estalinismo- dentro el MAS también se realizaron purgas y persecuciones internas, que procuraron calumniar y deponer a David Choquehuanca, por el temor de que éste pudiera desplazar al jefazo, razón por la cual se continúan orquestando ataques sistemáticos, que buscan desprestigiar a quien es el principal ideólogo y pieza clave en la construcción de la filosofía del Vivir Bien.

El jefismo rompió el techo de cristal cuando atribuyó a las organizaciones sociales la obstinación de forzar una candidatura a la presidencia, por cuarta vez. Porque fue una situación que contribuyó a crear un rechazo -no menos apasionado- de una sociedad ya estupefacta ante una narrativa que justificaba la vulneración de Derechos Humanos.

Este hecho evidenció la burocratización dentro de las organizaciones sociales, materializada en la configuración de una élite dirigente privilegiada, cuyos miembros terminaron por integrarse clientelarmente a un mando hegemónico, secuestrando los genuinos y legítimos intereses de los sectores a los que decían representar. El escenario configuró, nuevamente, una espiral de “oligarquización del poder político” en Bolivia (Zavaleta, 1986). Esto sucedía mientras “el entorno” se preocupaba en darle una mano a las logias terratenientes de Oriente, incluso cuando estas no dudaban en financiar el golpe a través de Luis Fernando Camacho.

Donde todos piensan igual, nadie piensa. Los díscolos que intentaron visibilizar o reflexionar sobre algunas malas decisiones fueron purgados y acusados de libre-pensantes. La soberbia de quienes, en su momento, tenían el control del Estado, impuso un pensamiento único de corte arbitrario, que derivó en una autoafirmación en el error.

Fue tarde cuando se puso el cable a tierra. En el momento en que se intentó abrir las válvulas de la negociación y la apertura, ya no era posible una segunda vuelta las protestas callejeras clamaban una renuncia irrevocable.

En las elecciones anuladas del 2019 -en menos de tres semanas- pasamos de declararnos ganadores, a denunciar un golpe de Estado, para finalmente provocar una renuncia colectiva, que descabezó a todas las autoridades electas que podían asumir la sucesión constitucional de la Presidencia del Estado. Terminando atrapados en chicanerías legales que buscaban manipular la CPE, todos espectamos cómo se recurrían a viejas prácticas neoliberales, propias de quien carece de legitimidad, este momento de debacle, corroboró que este período había llegado a su fin.

Esto explica lo que muchos académicos, políticos, activistas e intelectuales en el mundo, aún no lograban comprender ¿Cómo es que se puede dar un golpe, a un gobierno que tiene logros económicos, políticos y sociales? Nos referimos al fenómeno bautizado como “el milagro económico boliviano”; a saber: El 25 de octubre del 2017, la BBC destacó que “Bolivia lleva más de una década creciendo a un promedio anual de 5%, que es muy superior al crecimiento de Estados Unidos y el resto de los países sudamericanos.”

Todo esto fue producto de la acción de esos dirigentes, como los que continúan atacando a David Choquehuanca, que no comprenden que el Proceso de Cambio no es la particularidad de una organización electoralista. Sino más bien, es el ineludible transitar de una acumulación histórica, de luchas, victorias y derrotas, que encuentra sentido y coherencia a través de nuestra espiritualidad, contenida en la filosofía del Vivir Bien.

En ese episodio histórico, vimos como el pueblo, en tanto que pueblo, restituyó su propio Ajayu de manera espontánea, al ver quemada su wiphala. Este hito desnudó las inconsistencias y las limitaciones de partidos, dirigentes y políticos que fueron rebasados ante una realidad que demandaba “renovación, cambio, reciprocidad, armonía y respeto”. En síntesis, el retorno a los valores constitutivos que vieron nacer el Instrumento Político. La demanda era concreta: retornar a la esencia, a la raíz que nos sostiene y proporciona identidad.

Freddy Bobaryn López, Viceministro de Coordinación y Gestión Gubernamental

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