América Yujra – Austin tenía razón

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Palabras. Estamos rodeados de ellas. En forma verbal o escrita, las usamos para comunicarnos, para expresar nuestros pensamientos y emociones, para informar o exponer nuestros deseos u objetivos, para persuadir o convencer.

Con todos esos usos, las palabras son, inequívocamente, la materia prima de enunciados, oraciones, frases y, claro, discursos.

El filósofo británico J. L. Austin, en su Teoría de los actos de habla, estableció que una construcción enunciativa no es sólo descriptiva. Las palabras también pueden hacer, inducir o causar. Esto se resume en la premisa: “cuando decimos algo también estamos haciendo algo”.

Para Austin, el acto de hacer con palabras tiene tres dimensiones: locutiva (decir enunciados afirmativos o negativos), ilocutiva (intención explícita o implícita del enunciado) y perlocutiva (las acciones que pueden realizarse en consecuencia).

Entonces, la construcción de un enunciado o un discurso, ya sea dirigido a un único receptor o a una audiencia extensa, no es neutral; es mucho más que un simple acto de “hablar”, es también actuar queriendo manifestar una intención o provocar un efecto.

Las palabras, sin embargo, adquieren una importancia más profunda cuando son empleadas para construir realidades, crear conflictos o reavivar antagonismos. Uno de los personajes políticos que tiene una fuerte inclinación por éstos usos es David Choquehuanca, vicepresidente de nuestro quimérico Estado Plurinacional.

Recurriendo a una retórica dualista, dicotómica y populista (como estilo discursivo), en pasados días, ha vuelto a ser el centro de la polémica.

¿Qué fue lo que dijo ahora? Volvió a atacar a los citadinos: nos tildó de “flojos” porque no sabemos producir ni hacer ropa, mucho menos lavarnos la cabeza.

No es la primera vez que el vicepresidente opta por discursos despectivos. Sin ir muy lejos, el pasado 8 de abril de 2023, en la cumbre de profesionales de la provincia Pacajes en La Paz, repitió tal adjetivación diciendo:

“Somos de Tiwanaku y tenemos amuyu (consciencia) (…). Tenemos consciencia; pero, como si no tuviéramos consciencia, ellos por eso nos quieren enseñar. Y nosotros decimos no sabemos, ellos tienen que venir, los licenciados tienen que venir a enseñarnos. ¿Qué nos van a enseñar? ¡A robar nos van a enseñar! Nosotros les podemos enseñar, ellos bien flojos son. Gracias a nosotros en la ciudad hay comida”.

Como otros ejemplos de esta línea discursiva, me permito citar los siguientes:

10 de abril de 2023, provincia Tomás Frías en Potosí: “La prensa publica: Choquehuanca dice que los licenciados van a enseñar a robar, así publican, nos quieren hacer pelear y nuestros hermanos en las redes sociales difunden. Hay que tener cuidado de los medios de comunicación de la derecha”.

2022, Tarija: “Tenemos que avanzar y para eso necesitamos prepararnos. No es necesario ir a la universidad, porque en las universidades no van a enseñar lo que va a despertar a nuestros jóvenes, no les conviene”.

Oruro, febrero de 2021: “No hay que permitir que los k’aras rodeen a nuestros dirigentes (…). Nuestros abuelos decían ‘no vas a hablar mucho con los k’aras; suelen influirnos’. No vamos a permitir que nos dividan; nos quieren dividir. Ellos son poquitos, pero nos quieren dividir”.

En estos controversiales discursos, Choquehuanca afirma que: los citadinos somos flojos, la prensa provoca peleas, no es necesario ir a la universidad, los que no somos “ellos” queremos dividir.

Las intenciones explícitas de esas frases no son otras que confrontar las comunidades campesinas e indígenas –principales receptores de esos discursos– con las ciudades. Implícitamente, su línea discursiva pretende mostrarlo cercano a los primeros, que comparte (y defiende) sus identidades culturales e ideológicas. Con todo, provoca división, conflicto e incurre en racismo.

Por otro lado, sus discursos se enmarcan –casi siempre– en valores ancestrales, la unidad, la diferencia, el cambio. Vende una imagen de cercanía, empatía y experiencia con lo indígena, originario y campesino. Pretende unificar a esas comunidades polarizando, es decir, separándolas y ahondando una vetusta diferencia entre ellas con las ciudades.

El 8 de noviembre de 2020, este personaje maniqueísta y confrontador, nos sorprendió con un discurso emotivo y frases memorables que hoy, al recordarlas, suenan fatuas e irónicas: “El cóndor levanta vuelo sólo cuando su ala derecha está en perfecto equilibrio con su ala izquierda.”, “Los bolivianos nos miramos iguales (…)”; “volveremos a nuestro KapakÑan, el camino de la verdad, de la hermandad, de la unidad.”, “Debemos superar la división, el odio, el racismo, la discriminación entre compatriotas (…)”.

La línea discursiva que maneja el vicepresidente es bicéfala. Cuando habla en actos nacionales, presenta un contenido conciliador, de unidad y armonía; habla de “todos”. Sin embargo, cuando asiste a comunidades rurales, ese “todos” se divide y transforma en “nosotros” vs. “ellos”.

Además de las intenciones ya referidas, creo que hay otra: hacerse visible. Parece que sólo puede recurrir a discursos confrontativos para decirnos “aquí estoy”. Sólo se habla de él cuando sus textuales provocan polémica. Cuando la coyuntura está repleta de problemas (sociales y económicos) o cuando su partido se convierte en una tragicomedia de perfidias, opta por la distancia y el silencio.

Y es que las funciones de vicepresidente se han reducido a entregar obras en zonas rurales, a proferir exacerbados discursos de devoción por una unidad que no siente ni quiere, porque al partido del que es parte no le conviene.

¿Qué pasó, señor vicepresidente? ¿En qué momento dejamos de ser “todos”? ¿Por qué se perdió en el camino al KapakÑan? ¿Por qué tanta inquina hacia los citadinos? Con su doble personalidad discursiva, el cóndor nunca levantará vuelo.

Austin tenía razón: convencer, persuadir, disuadir, sorprender o confundir son acciones que sólo pueden hacerse con palabras. Este “hacer diciendo”, en regímenes populistas, autoritarios o con aspiraciones totalitarias, recurre a un discurso construido con palabras para concretar sus herramientas principales: polarización y racialización de la política.

¿Dejarán de usarse ese tipo de discursos? La siguiente cita de Álex Grijelmo (en La seducción de las palabras) responde por mí: “Así continuará sucediendo, porque los engaños colectivos mediante el uso de la sugestión de las palabras no se detuvieron nunca en la vida pública de ningún lugar”.

¿Qué nos queda? Denunciar el lenguaje político abusivo, a través de los medios que podamos; aun sabiendo que Choquehuanca y los “hermanos azules” gozan en impunidad. Con ello estaremos haciendo algo: decirle al poder que modere sus palabras. No decir nada nos sumirá en el adormecimiento de la inacción que éste anhela.

América Yujra es abogada

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