“El Estado Plurinacional de Bolivia asume como prioridad la erradicación de la violencia hacia las mujeres, por ser una de las formas más extremas de discriminación en razón de género.” Así reza el parágrafo primero del artículo 3 de la Ley 348, vigente desde el 9 de marzo de 2013.
En estos diez años de vigencia, esa erradicación sólo es visible en la palabra escrita de los ejemplares de la mencionada ley. Muy probablemente, una erradicación total siempre quedará en verso, pero los esfuerzos puestos en este decenio por todos los Órganos del Estado, instituciones públicas y las Entidades Territoriales Autónomas (gobernaciones, alcaldías) o son insuficientes o inexistentes. ¿Por qué? Veamos algunos datos.
En los últimos tres años, el incremento de denuncias por delitos contemplados en la Ley 348 ha sido considerable. En 2020 se registraron más de 22.000 casos. En 2021, 46.774. Y la pasada gestión se registraron un total de 51.307 denuncias. Hasta abril del presente año, el Ministerio Público informó que se presentaron 16.178 denuncias.
Sobre los feminicidios, desde la promulgación de la Ley 348, se tienen los siguientes datos: en 2013 se registraron 26; 2014, 71; 2015, 110; 2016, 111; 2017, 109; 2018, 130; 2019, 117; 2020, 113; 2021, 108; y 2022, 94. En los últimos siete días, cuatro mujeres (Amelia, Zenobia, Rosa María y Samanta) fueron asesinadas por sus parejas y/o ex parejas, sumándose así 44 feminicidios hasta el 22 de junio de 2023. Todas estas cifras juntas superan el millar de mujeres asesinadas desde 2013.
Con todos estos datos, la indignación social es evidente. Los casos de violencia hacia las mujeres y los feminicidios no paran, sólo se incrementa el grado de brutalidad. Ante ello, nuevamente volvemos a preguntarnos: ¿qué se puede hacer para frenarlos?, ¿qué medidas deben implementarse para garantizar a las mujeres una vida más segura?
El machismo, la misoginia, la enraizada cultura patriarcal en la que vivimos, la inseguridad jurídica, la impunidad y las deficientes políticas de Estado pueden ser identificadas como causas para la violencia hacia la mujer y los feminicidios. Pero además de establecer los orígenes, las posibles soluciones deben ser consideradas de manera urgente.
Para el delito de feminicidio es necesaria la concurrencia de varios factores como el silencio, la omisión, la negligencia y colusión de autoridades encargadas de prevenir y sancionar los delitos de violencia de género. Hay feminicidios cuando el Estado no da garantías a las mujeres, cuando no hace cumplir lo que estipula la ley penal, cuando el Estado permite que muchos casos atroces queden en la impunidad. Pero también hay feminicidios cuando la sociedad normaliza conductas machistas y misóginas, cuando ni hombres ni mujeres podemos dejar de lado los guiones de género que nos fueron entregados a muy temprana edad.
Ésos guiones se nos presentan en calidad de mandatos, los cuales pueden ser sociales, familiares, culturales o religiosos. A través de ellos se nos indica cómo debemos comportarnos, cuáles deben ser nuestros atributos y qué es lo que se espera de nosotros de acuerdo a la masculinidad o femineidad. Así, se relaciona lo masculino con lo racional, la fuerza, productividad, valentía, heterosexualidad. Lo femenino debe mostrar lo emotivo, la debilidad, la dependencia, la sensibilidad, la ternura.
Esta categorización tradicional contribuye a la preservación de una sociedad patriarcal y machista. No permite que cada persona – sea mujer u hombre – se construya y descubra en total libertad y de manera individual, sin ninguna presión externa. Hombres y mujeres son enmarcados en moldes obsoletos que los retraen y cercenan su desarrollo emocional, psicológico e incluso cognitivo.
Instituciones internacionales, la ley nacional vigente e incluso la jurisprudencia constitucional recomiendan trabajar desde un enfoque de género. Esto significa analizar las relaciones de desigualdad, dependencia y poder entre hombres y mujeres. Así el trabajo – judicial, político, sociológico, psicológico, pero principalmente el educativo – con enfoque de género debe hacerse no sólo partir del empoderamiento y visualización de las mujeres, sino también a partir de las masculinidades.
A lo largo de la historia, ese moldeado ha dado lugar a expresiones célebres que aún son muy usadas:
- “Defiéndete como hombre”,
- “no llores, hijo, los hombres no lloran”,
- “sé un hombre”,
- “el hombre es el jefe y proveedor de la casa”,
- “la mujer debe guardar silencio y ser modesta”,
- “ése color no es para hombres”,
- “esa ropa no es femenina”,
- “los juegos bruscos no son para las mujeres”,
- “deja, hijo, que tu hermana lo recoge”,
- “esas actividades son para hombres, no para mujeres”,
- “los trabajos pesados no son para mujeres”,
- “los hombres tienen mayor compromiso y menos inconvenientes en el trabajo”
Para muchos de nosotros, éstas frases nos parecen arcaicas y equivocadas. Lamentablemente, hay sectores sociales que continúan heredando los guiones de masculinidad y femineidad. Esto obstaculiza la implementación de políticas de prevención, protección y reparación en delitos de violencia de género y feminicidios.
Si la educación ha de ser considerada como solución para frenar la violencia hacia las mujeres y los feminicidios, hombres y mujeres debe trabajar en la deconstrucción de estereotipos machistas y conservadores, mostrándose espontáneamente, sin regirse en un obsoleto guion de género. Así se posibilitaría que cada persona exprese libremente sus preferencias, sentimientos, ideas y deseos; evitando que la construcción individual sea contaminada o dirigida por agentes externos.
La lucha por reducir los altos índices de violencia de género y los casos de feminicidios requiere medidas inmediatas y a futuro. Las primeras dependerán de la gestión de gobierno y la eficacia del sistema de justicia. Las segundas requieren que todos dejemos de lado prejuicios y estereotipos, y coadyuvemos a la deconstrucción de nuestra sociedad.
América Yujra Chambi es abogada
