Una jauría de linchadores susceptibles y cordiales censores

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Algunos ingenuos creíamos que los linchamientos eran cada vez menos habituales en Bolivia. O al menos se tenía la impresión de que estas pavorosas ejecuciones colectivas ya no gozaban de tanta simpatía entre la población y que estaban en camino de convertirse en un mal recuerdo. Incluso parecía posible aventurarse en la esperanza y suponer que nuestra sociedad se hacía, por fin, algo más humana y respetuosa de la dignidad de las personas. 
Bastó un dibujo para convencernos de lo contrario. 
Rilda Paco, artista orureña, interpelada por la aparente paradoja de un carnaval que celebra la fe religiosa en medio de excesos, violencia y desenfreno, decidió representar su cuestionamiento en un dibujo. Nada de extraordinario en ello, pues de eso se trata el arte y, de manera más elemental, el ejercicio de la ciudadanía. Porque, ¿acaso no tenemos el derecho, el deber inclusive, de opinar sobre todo lo que sucede en este espacio que llamamos patria? 
El dibujo, dirigido a un pequeño círculo de amigos y seguidores, conoció otro destino. En una improbable sucesión de eventos, esos sencillos trazos pusieron en marcha una maquinaria infernal de violencia, hipocresía e instrumentalización política. En primer lugar, el oscuro algoritmo de Facebook mostró la imagen a personas que sólo buscaban una excusa para dar rienda suelta a sus impulsos violentos. Luego, de alguna manera, un programa de televisión, sensacionalista y carente de todo profesionalismo, presentó el dibujo como lo que no era, es decir, una crítica a la religión. Algunos políticos, cuestionados por su ineptitud y corrupción, encontraron que la ocasión era excelente para distraer a la opinión pública y lanzaron a sus operadores a agitar las redes, añadiendo argumentos chauvinistas a la inicial mojigatería seudo-religiosa. Todo estaba listo para que se desate la violencia. 
El resultado fue un linchamiento virtual. Cientos de personas, convencidas de actuar en nombre de la virtud y la verdad, se dedicaron a amenazar a la artista y a su familia. Seguros de su pureza moral, se tomaron por cruzados de la fe y exigieron que la culpable fuera castigada, desterrada del país, asesinada inclusive. Triste ejemplo el de aquellos que se creen soldados de la religión, pero que apenas llegan a triste jauría de linchadores. 
Para colmo de males, la agitación provocaba sirvió para que constatáramos con espanto la aparición de una curiosa categoría de ciudadanos. Se trata de aquellos que sugerían que la mejor manera de evitar problemas consistía en no tocar temas “sensibles”, es decir que pudieran ofender a los violentos. Estos amables personajes nos sugieren que la libertad de expresión debe limitarse porque algunos individuos pueden agitarse y ponerse agresivos, y que nada hay mejor que guardar silencio para vivir tranquilo… En pocas palabras, nos piden que cedamos ante el chantaje de los energúmenos. 
Naturalmente, un ciudadano responsable y que busque construir un mejor país no puede tolerar las imposiciones de los violentos y de sus cómplices, los censores de la libertad. Muy pobre sería nuestra existencia y limitada nuestra vida, si tuviéramos que depender de los humores de estas personas para pensar, soñar o simplemente expresarnos. No mereceríamos la libertad si nuestras acciones se guiaran por el temor de ofender a esta jauría de rabiosas criaturas anónimas. 
Creo que la enseñanza principal de este lamentable caso es que no podemos simplemente esperar que nuestra sociedad evolucione y rechace naturalmente el linchamiento y la censura. La lección que debemos aprender es que los ciudadanos comprometidos con la libertad deben movilizarse y frenar los impulsos de los linchadores y de sus colaboradores, aquellos que celebran el silencio. 
Si nos unimos e implicamos, quizás hay un espacio para la esperanza, después de todo. Gracias a un dibujo…

Ernesto Bascopé
Politologo

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