Mestizo

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Cuando Dios echó al mundo a Caín, en realidad lo condenó al mestizaje, a mezclarse con sus semejantes de su especie, pero de otra cultura. Y cuando los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, se repartieron por la tierra, tras el diluvio, en realidad tomaron el destino del mestizaje, que terminó de realizarse con la Torre de Babel.
Y si no cree en el origen bíblico, la ciencia estableció que la cuna de la humanidad es África y la madre de todos los seres humanos, una mujer negra, cuyos hijos se lanzaron a conquistar el mundo, a diferenciarse, a producir culturas, lenguas, etc. Siglos después, aquellos que habían salido de una casa inventaron medios de comunicación y se volvieron a encontrar, ya sea en el comercio o la guerra, dos espacios esenciales del mestizaje.
Cásese con la teoría que usted quiera, el ser humano que habita estas tierras (Abya Yala, América, Amérrika, llámelo también como quiera) es resultado de ese origen mestizo, ya sea divino o científico. Aquí van algunos datos.
El primer imperio de la Humanidad, comandado por Alejandro El Magno, conquistó a casi todos los pueblos del mundo conocido de entonces, por tanto, los sometió al mestizaje.
La historia, que narra las guerras y las transacciones comerciales entre persas, lidios, egipcios, sumerios, griegos, cuenta, en realidad, la mezcla de culturas.
Vayamos más de prisa, Roma tomó toda la Europa continental, donde está Iberia, hoy España, a donde premió con tierras a miles de sus soldados. Ahí está Mérida, una ciudad con una gran herencia romana, de donde partieron los conquistadores, entre ellos Francisco Pizarro, quien nació en Trujillo, Extremadura, donde no sólo se asentaron visigodos y romanos, sino musulmanes. Estos se quedaron casi 800 años, hasta que los expulsaron los reyes católicos, Isabel y Fernando, quiénes luego financiaron el viaje del italiano Cristóbal Colón. El latín, lengua romana, dio origen al Español y el árabe legó muchos vocablos que comienzan con “al” (albañil, alcantarillado, albañil, etc), además de la palabra ojalá, que deriva de la expresión ¡Oh Alá!
Pizarro y sus amigos ya vinieron mestizos y se encontraron con los Incas, quienes por entonces habían sometido a casi todos los pueblos de esta parte del mundo, entre ellos a los aymaras, obligándolos a asumir su cultura y su idioma, si no creen pregunten a los pueblos ecuatorianos, que hablan quichua por obligación y no sienten ninguna simpatía por los Incas, o vean la similitud de creencias andinas. Lo propio pasó con Hernán Cortez, otro extremeño que sometió a los aztecas, quienes a su vez habían sometido a los toltecas, chichimecas y otros pueblos de la zona. Los imperios, sean incas, aztecas, romanas, españolas o británicas, han tenido el mismo espíritu: expandirse, sumar una cultura más otra y generar una tercera cultura, en otras palabras, generar procesos de mestizaje.
En resumen, los mestizos españoles llegaron a mezclarse con los mestizos americanos o abya yaleños, quienes además, según la ciencia, tienen herencia asiática, basta ver los rasgos, no por nada mi apodo es chino y mi lengua madre quechua.
¿Dónde está lo originario original (valga la tautología)? ¿En las polleras sevillanas de las paceñas o en las trompetas que alegran a los morenos o en los abrigos de vaquero de los intocables? ¿O en algunas de las caras del Señor del Gran Poder? ¿Dónde? ¿En los hijos de los aymaras, quechuas, guaraníes, mojeños que engendraron hijos en Argentina o España y que muy pronto volverán como hijos de otra cultura? Lo indígena originario, más que la definición fascista de una raza o cultura pura, es una categoría sociopolítica formulada por la teoría y práctica políticas, debido a que había sido marginado de la administración del poder en Bolivia, pero nunca de la historia de la humanidad.
Y ahora, con internet, estamos condenados como Caín a mezclarnos más. ¿Una pruebita? “feisbuqueamuay” (en quechua, háblame por facebook), le dice la madre a su hija que vive en España.

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