El hombre en quien más confiaba le dio un golpe en la misma médula de su gobierno: la nacionalización. Legalmente, ese hombre, es inocente o todavía lo es, pero, lógicamente, el crimen y los indicios que hay en el caso inducen a una conclusión: los masistas recuperaron YPFB para resolver sus problemas personales, enriquecerse y no para resolver los problemas del país.
Todo hubiera pasado y nada hubiera sucedido para Evo Morales si es que la corrupción se hubiera producido en los niveles bajos de su gobierno, pero no pues en la gallina de los huevos de oro, en la fuente de la renta dignidad, del bono Juancito Pinto, en la fuente ideológica del modelo económico que propugna; no pues en la millonaria YPFB, a donde había destinado recientemente nada más ni nada menos que mil millones de dólares para lograr la industrialización.
Tanta era su confianza que prácticamente le entregó cheque en blanco para que haga y deshaga YPFB, lo liberó de todo control social por decreto; es más, le permitió cubrirse las espaldas al dejar que nomine en los cargos que debían vigilarlo a sus incondicionales servidores: Guillermo Aruquipa, Superintendente de Hidrocarburos; y Sául Ávalos, Ministro de Hidrocarburos.
Morales no se enteró de la frase célebre de Melgarejo: “confianza ni en la camisa”. Y se puso a viajar como loco por casi todo el país para entregar desde una computadora hasta un tractor. ¿Y la administración del Estado? ¿Y la revisión de los contratos? ¿Y el análisis de cada documento con más de un millón de dólares?
De las 24 horas del día, el Presidente duerme cuatro, viaja 15 y discursa cinco. ¿En qué momento desempeña su papel de gobernante burócrata? ¿En qué momento pregunta a sus ministros y viceministros lo que están haciendo? ¿Cuándo le echa una “ojeada” a ABC o al Ministerio de Defensa por si hay olor a corrupción? ¿En qué momento pide información acerca de los militantes de su partido que están haciendo estragos en los diferentes municipios? No basta una reunión de gabinete, así haya comenzado a las 6 de la mañana, para enterarse de todo el manejo del Estado. Se trata de un Estado, no de una empresa pequeña. Confía demasiado en su entorno, en las personas que se ocupan de adularle en lugar de criticarle o cuestionarle cuando se equivoca.
Santos Ramírez era el “Santo” de Evo por la fe y la confianza que había depositado en él. Le dio una gran tarea: industrializar el gas, pero sólo industrializó la corrupción.
El “Santo” dio la puñalada más certera contra el gobierno, un golpe mortal que lo dejó en estado de coma, un golpe que no pudo hacerlo ni Marinkovic, ni los prefectos opositores cuando tomaron con violencia y dosis de racismo las instituciones del Estado, terminando en la masacre de Pando.
El ex devoto del “Santo” sólo tiene un camino: juzgarlo hasta darle la sanción que alcance la misma dimensión de la indignación de todo el país que votó confiando en el cambio. De otro modo, será la tumba del MAS, y el “Santo” le disputará al inefable “Chito” Valle la gloria de ser el símbolo de la corrupción.
El “Santo” de Evo
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