El carnaval de Oruro: una tradición que fomenta el machismo depredador y capitalista

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Al ser orureña he vivido siempre con el ritmo del carnaval, recuerdo en mi infancia los días de carnaval en medio de los juegos con agua y los bailes tras los conjuntos, recuerdo que todo era más fácil, entrar a una fraternidad, ver la entrada sin pagar, vender algo, todo, todo era más sencillo… lo sé porque he bailado muchos años y en muchos conjuntos. Aún me emociona los bailes, la música y los disfraces, cómo no emocionarse con las bandas, es imposible. Eso sí, jamás baile por devoción, siempre he bailado por la alegría de este tiempo de fiesta en que toda la pacha se mueve y manifiesta. 

Sin embargo, algo ha cambiado y lo ha hecho de manera acelerada, no sólo es la increíble insensibilidad ante accidentes tan grandes ocurridos durante la entrada, sino en general, no sólo ya no se puede jugar con agua a pesar de que este tiempo de agua, ahora se juega con las toxicas espumas como si fueran inofensivas, no solamente es el precio de los asientos (este año lo más barato 250 Bs.) que hace inaccesible para la gran mayoría observa la fiesta, no sólo es que la gente ya no hace su comida sino que tiene un millón de ofertas en envases de plástico que terminan en la calle bajo las graderías, no sólo que es difícil bailar por los costos exuberantes de las fraternidades, no solamente porque la ciudad se convierte en un enorme mingitorio público que huele de inicio a fin de la entrada. Ahora la diferencia entre los que tienen y los que no se ha hecho más evidente. Y dentro esos que no tienen están de manera particular las mujeres, los ancianos y las wawas. 

Y es que cuando las cosas andan mal, son las mujeres con sus wawas y los ancianos los que ponen el cuerpo; este poner el cuerpo es absolutamente literal. Pasa el medio día y ellas y ellos empiezan a recorrer las graderías, no por delante donde está el espectáculo, no, pasan por detrás recogiendo las latas vacías de cerveza que son reciclables, las recogen en medio de desperdicios de comida, orina y vómitos, las pisan y juntan en bolsitas para luego llevarlas al que acopia que les pagan entre 8 y 10 bolivianos por kilo, claro también en los últimos años se venden latas de espumas vacías, todo sirve al final… a medida que la tarde avanza y la noche llega el licor fluye más, y ahora son niños y niñas y madres muy cerca que ofrecen cerveza y licores baratos, llevan cargando las latas de uno de los auspiciadores centrales del carnaval en medio de la ley seca en sus baldes y mochilas ante la mirada impávida de los expectantes y consumidores. 
Junto a ellas están las otras, las mujeres que ofertan comida, bebida y mil chucherías todas con wawas, todas cansadas, todas con la esperanza que en medio de la tormenta algo gotee, lo que cada vez es más difícil por las cadenas de comida que se instalan con permisos y marketing, pero todo se puede vender no importa el sacrificio, estar bajo la lluvia, trasnochar, dormir sobre cartones en el frío, exponer a sus wawas, aguantar borrachos y la violencia de los espectadores y los policías y guardas que cuidan a bailarines y los que se deleitan con la peregrinación a la mamita del Socavón
Un poco más tarde a las 3 de la mañana estás las escuadras de mujeres que barreen toda la porquería dejada para que al día siguiente la ciudad o por lo menos la ruta del recorrido de la entrada esté libre de las toneladas de basura dejada, solamente el 2017 se colectaron 770 toneladas de basura, todo plástico. 
Claro y es que, en el patrimonio oral e intangible de la humanidad, en el carnaval de Oruro lo que importa es la apariencia, lo que importa es la belleza del antruejo, es el dinero que fluye no para todos sino para los que tienen más: las agencias de turismo, la cervecería, los hoteles, el transporte y la iglesia, no para las que ponen el cuerpo comiendo los desperdicios, bañándose en orina y la miseria que deja el carnaval. 
Este año terminamos el carnaval con al menos 8 muertos, historias de humillación y pobreza no contados, cansancio en las manos y rostros, un teleférico sin acabar entregado con pompo y sonaja y un bloqueo de vecinos de la zona norte que no encontraban otra forma de ser escuchados ante las inundaciones que sufrían y es que desde el mercado global se ha expropiado el carnaval no solamente a los orureños, sino a la esencia de la fiesta de todos y todas para convertirla bajo el logo de patrimonio en un comercio irracional y depredador que se ampara en el manto protector de la devoción y la tradición. 
Y ahí me quedo, a pesar de que se quedan aún cosas por compartir y charlar… con la pregunta de mi wawa ¿por qué las mujeres quieren mostrar sus calzones?… y con la esperanza de que llueva mucho para que quite el olor a orines y lave de alguna manera esta miseria 
Es sólo para compartir y acaso provocar…pero quedo absolutamente segura de que una tradición que fomenta el machismo depredador y capitalista no tiene razón de ser…

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