Reconoce que sufrió, de alguna manera, un “lavado de cerebro” en su tiempo de guerrillera. “Me convencí que lo que hacíamos estaba bien. Asaltar un banco, para mí, era de verdad confiscar los bienes del pueblo; eliminar a un compañero porque había abandonado la guerrilla era un acto justiciero de la revolución. Recuerdo eso y se me paran los pelos, me da terror”, señala.