Superavit de democracia

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No es lo mismo, golpe a la democracia que democracia a golpes, tampoco gobierno autoritario que autoritarios sin gobierno, menos gancho de izquierda en el ojo derecho que gancho izquierdista en ojo derechista. No. El orden de las palabras sí altera los resultados, los significados. Por ello es recomendable observar la correspondencia entre las palabras y la realidad que pretenden significar para no ser engañados. Realidad verbal frente a realidad cotidiana.
Comencemos por la realidad verbal, por la frase publicitaria que martillearon estos días políticos y medios opositores: La democracia se muere.
Al escuchar semejante masazo mediático te pones de luto y sales a la calle a recoger personas asesinadas por el Ejército, a auxiliar heridos, pedir la libertad de detenidos, perseguidos, medios de comunicación clausurados. Ya en las calles te encuentras con un “un superávit de democracia”, a tal extremo que una minoría tiene el poder de bloquear a la mayoría en la Asamblea Constituyente y el Congreso.
En la esfera pública descubres que hay una tiranía de la minoría, aquella que teme que hagan con ella, lo que ella hizo con los excluidos del futuro cuando impuso el decreto 21060, en la gestión de Víctor Paz, a plan de bala, tanques y aviones de guerra para frenar a los 30 mil mineros relocalizados de la vida.
La historia acusa a esta minoría, que causó la matanza de guerrilleros del Comité Néstor Paz Zamora, durante el gobierno de Jaime Paz Zamora, sobrino del autor de la relocalización.
La justicia divina aún no juzga a la minoría que dictó estados de sitio durante la gestión de Sánchez de Lozada, quien encarceló a Manuel Morales Dávila por haberle acusado de traición a la patria; persiguió a indígenas y dirigentes sociales porque le gritaron “vendepatria”; y causó muertos y heridos para imponer la capitalización y dejar a los bolivianos sin patrimonio nacional. La democracia estaba expropiada por esta minoría que se atrincheró en las gestiones de Hugo Bánzer y Jorge Quiroga para resistir la avanzada de los desposeídos, quienes casi logran derrocarlos con dos contundentes bloqueos.
Aquella vez era normal matar indios, era parte de la práctica cotidiana, casi un deporte. Lo llevó a este extremo Sánchez de Lozada, quién superó a Tuto en número, aunque éste sigue conservando el récord de 12 muertos en menos de un mes de gobierno.
Octubre 2003, la democracia agonizaba, se desangraba, porque sus defensores eran masacrados (67 muertos y más de 200 heridos) por órdenes del gobierno fascista de Goni y su aliado Manfred Reyes Villa. Poquísimas voces de las voces que hoy se desgañitan gritando por la democracia se escucharon ese entonces en defensa de la vida y la democracia.
Comparado, en el lado negativo, con Víctor Paz, Sánchez de Lozada, Jaime Paz, Bánzer y Jorge Quiroga, don Evo es un polluelo. Y si comparamos épocas, nunca antes hubo tanta democracia política, que incluso los indios y sus verdugos se reúnen en un mismo hemiciclo. La mejor prueba de esta realidad es que está en funciones con todos sus defectos la expresión máxima de la democracia participativa: la Asamblea Constituyente, donde la minoría gobierna. ¿Cómo enfrentar la tiranía de la minoría? Hay una sola opción: Con sobreabundancia de democracia.

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