Las playas desiertas del Beni

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Ana Rosa López Villegas

“En las playas desiertas del Beni, un viajero de pálida faz, que al mecerse en su hamaca pensaba en su amor y su tierra natal”, así dice el primer verso del vals que el cochabambino José Aguirre Achá le dedicara a Beni y que la notable hija de dicha tierra, Lola Sierra Chávez de Méndez, musicalizara e interpretara con tal sentimiento que la pieza se convirtió en el segundo himno de ese departamento.

No he tenido (aún) la oportunidad de caminar ni por esas playas desiertas ni por las calles benianas, pero nunca había estado tan presente un lugar en mi cabeza como lo está ahora esta región boliviana. Beni nos demuestra cada día que ha sido el lugar más castigado por la indiferencia y el desinterés del Estado durante los últimos años. Y no me refiero solamente a los últimos catorce años de incompetencia y corrupción que hemos vivido bajo el gobierno del Movimiento al Socialismo.

Hay mucho de qué indignarse y razones de sobra para protestar, así como lo ha hecho desde su cuenta de twitter la doctora Patricia Almanza, una de las integrantes de la primera brigada de médicos que atendió el desesperado grito de auxilio de sus colegas benianos y que ha vivido de cerca la crítica situación por la que atraviesan en esto momento los compatriotas en el norte boliviano. A la cabeza del Dr. Kurt Paulsen, el grupo de médicos se organizó de manera voluntaria para llegar hasta Trinidad. Contaron con la colaboración del Servicio Departamental de Salud (SEDES) y de Transporte Aéreo Militar (TAM) en La Paz, mientras que la gobernación de Beni les facilitó la comida y el hospedaje.

“Que pueblo olvidado es Beni, no tiene ni alcantarillado, mucho menos un buen hospital. Que gente linda vive allí, que pueblo hermoso. Los políticos necesitan priorizar a su país, a su gente, nos estamos muriendo porque nos han abandonado por décadas, todos, sin excepción”, estas son las palabras textuales que Patricia escribió a través de twitter. Sus palabras calan hondo. Sus palabras duelen y hoy las compartimos desde la columna rota para que no solo se expanda la indignación, sino también la solidaridad que una vez más se pone como bandera para enfrentar esta emergencia sanitaria.

Los números son fríos y crueles. Bolivia suma ya más de 280 fallecidos y casi 8000 personas contagiadas, de ellas más de 6000 se encuentran entre Beni y Santa Cruz. A esto se suma la ausencia de profesionales en salud en la capital trinitaria, muchos de los cuales renunciaron hace poco “por la falta de insumos y temor ante el incremento de casos COVID-19”. El Hospital Germán Busch atiende actualmente con solo un 40% de su personal. De acuerdo con el informe del director del hospital, Marco Rojas, se requieren 24 médicos y al menos 50 enfermeras para poder prestar atención mínimamente adecuada.

En pleno siglo XXI cuesta aceptar todavía que una capital de departamento no cuente con servicios de salud y otros tan básicos como un sistema de alcantarillas. Así lo cuenta Patricia: “Lo que más me impactó es el abandono de una capital que parece un pueblito, no tiene alcantarillado y la amebiasis y la salmonelosis son parte de sus vidas. Algo importante es que en todo el departamento no existe una planta de oxígeno por eso deben ir a Santa Cruz a comprar balones; por día gastan como unos 150 o más balones debido a la pandemia que viven ahora”.

Y en este tiempo en el que la información pareciera circular de manera más veloz y que nos da la ilusión de que llega a todo el mundo, Patricia revela que “la bioseguridad debe ser impartida a todos los profesionales en salud” porque no cuentan con información actualizada y se pudo verificar el mal uso de los insumos necesarios para la protección sanitaria. Esta falta de información y una gran parte de irresponsabilidad son también los culpables del contagio en la población, principalmente porque no se respetó ni se respeta aún la cuarentena y porque la gente no conoce las medidas de bioseguridad básica como el uso de alcohol para desinfección de manos y de superficies con las que entran en contacto, entre otras. Otra vez surge la pregunta necesaria sobre la difusión de protocolos de seguridad, ¿dónde están?, ¿qué contenido tienen?, ¿cómo se están socializando en la población?, ¿cómo ha manejado este tema el desvencijado ministerio de salud?

No podemos mirar al futuro sin sopesar el pasado; ese es uno de los mandamientos sagrados de cualquier hecho histórico y que muchos políticos se rehúsan a aprender. El presente es el eslabón que une ambos extremos de la historia y es el lapso en el que se originan sucesos relevantes que pasarán a formar parte de ella. Aprender de los errores que se cometen en ese presente es la siguiente premisa que nos permite avanzar, pero lamentablemente en este momento el presente se revela como una circunstancia crítica que, debido a sus insospechados alcances y a la falta de preparación para enfrentarla, deja muy poco margen para probar (nuevas) alternativas. El presente pasará, pero no podemos permitir que las condiciones se mantengan como están. No podemos pensar en el futuro arrastrando un presente que nos acorrala. Bolivia se merece mejores días y gobernantes que asuman la responsabilidad y que no solo se embriaguen de poder.

Por: Ana Rosa López Villegas es Comunicadora social.

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