El voto déjà vu

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Ana Rosa López Villegas

No recuerdo exactamente cuándo voté por primera vez, pero sé que hasta tener que cumplir la edad para poder hacerlo, sentía algo así como una ilusión. Tenía ganas de mirar una papeleta, de tenerla entre las manos. Quería experimentar la sensación de marcar con una equis en la casilla de mi elección. Era parte de hacerse mayor, el paso definitivo hacia la mayoría de edad. El voto significaba identificarse además con una nueva categoría poblacional: los votantes. Es decir, los ciudadanos que tienen la enorme responsabilidad de elegir nuevos gobernantes ejerciendo su derecho al sufragio. Y junto a este derecho ejercemos también nuestra libertad de elección que está directamente asociada con la democracia. Quiere decir que podemos elegir al candidato o partido político cuya propuesta electoral nos convenza más o con el que nos sintamos más identificados o quizá del que somos militantes por vocación. Quiere decir que existen opciones entre las que podemos elegir y que reflejan la diversidad de opiniones, ideologías y pensamientos que existen en una sociedad democrática. Somos igualmente libres de votar en blanco o nulo; o podemos decidir no sufragar y ser parte de las estadísticas de la abstención.

Para poder elegir de manera libre, necesitamos también estar bien informados y atentos a los posibles escenarios electorales que nos (des)dibujan las encuestas, los debates, las campañas proselitistas y las propias actitudes y discursos de los candidatos antes de las elecciones. Pero la condición más importante para un voto libre es gozar de una democracia que garantice que los resultados de la votación serán respetados y que reflejarán efectivamente los números de las urnas en los escaños del legislativo y en los elegidos del ejecutivo. Necesitamos una democracia que sea y que no parezca ser; que se viva y se sienta y que no solo sea el disfraz de las oscuras intenciones de los políticos y de sus apetitos insaciables de poder.

¿Estamos los bolivianos en condiciones de elegir libremente? ¿O es que una vez más tenemos que asistir a las urnas coartados de nuestra libertad de elección? La consigna electoral de 2019 era clara. Había que sacar al masismo del gobierno, había que elegir un nuevo mandatario, un nuevo entorno; teníamos que votar por un porvenir diferente. El cambio era urgente. Los resultados que se obtuvieron en aquella oportunidad, hasta antes del fraude organizado por el Movimiento al Socialismo (MAS), nos devolvieron un poco de esperanza, no porque se tratara de Carlos Mesa como el candidato que ocupara el segundo lugar, sino porque nos dimos cuenta de que era posible recuperar el país, salvarlo del nocivo proceso de cambio que lo tenía secuestrado, rescatarlo de ese entorno enfermizo, corrupto y tirano que muy pocos masistas se atreven a evidenciar el día de hoy, entre ellos su propio candidato a la vicepresidencia. ¿O cómo podemos interpretar sino las palabras de David Choquehuanca al respecto? “Nosotros vamos a gobernar escuchando al pueblo, y el pueblo nos pide en las reuniones que el entorno (de Evo Morales) ya no tiene que volver (…). El entorno no va a volver, vamos a ser un gobierno de jóvenes, tenemos que darnos oportunidad con nueva gente”, dijo textualmente a RTP. ¡Qué difícil es creerle! Así se trate de una de las figuras más emblemáticas del MAS, realmente cuesta creerle.

La posibilidad real de una segunda vuelta en el 2019 nos hizo levantar de nuestras sillas, abrir los ojos y alimentar las ganas de un futuro diferente. Sin embargo, de golpe y porrazo nos vimos otra vez en la desdichada situación de quién se siente asaltado impunemente. Revivimos la sensación de desamparo que siente quien acaba de ser despojado de su dignidad. Después de sopesados los efectos del cínico anuncio que daba por ganador a Evo Morales, la reacción fue muy distinta a la que se vio tras el robo de los resultados del referéndum del 2016. Fuimos testigos y protagonistas del levantamiento de una comunidad democrática sin precedentes. Bolivia resucitaba. Algo bueno nos habían dejado 14 años de un gobierno altanero y confiado en que una vez más era posible burlarse de los bolivianos y de su voto. Nadie desconoce cómo se dieron los sucesos desde aquel 20 de octubre de 2019 hasta el día en que Morales renunció y muchos pensaron, al calor del momento victorioso, que se trataba del final de una nefasta era pseudo-democrática en el país.

Hoy, a menos de 25 días de una nueva elección, los bolivianos nos volvemos a enfrentar con el mismo escenario de octubre de 2019. Estamos obligados a ejercer un voto consigna: El MAS no puede volver al gobierno, aun Choquehuanca se deshaga en discursos que apuntan a un cambio. Nuestra libertad de elección está otra vez reprimida o al menos condicionada, arrinconada. Si bien algunos de los protagonistas han cambiado y las circunstancias en las que nos encontramos no son para nada las adecuadas para votar, el sentimiento es muy parecido al del año pasado. No votaremos por nuestra opción, no elegiremos al candidato cuyos colores más nos agraden, no asistiremos a los comicios porque se trata de una fiesta democrática. Votaremos porque no vuelva el entorno de Morales, ni él ni ninguno de sus obedientes y leales partidarios. Ese es el escenario, uno muy alejado del que una verdadera democracia podría ofrecer, pero al mismo tiempo uno muy significativo y real en cuanto a nuestra voluntad ciudadana de recuperar esa libertad de elección tan necesaria., porque tener opciones, es tener democracia.

Ana Rosa López Villegas es Comunicadora Social

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