Loca de hierro

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Ana Rosa López Villegas

“[…] conmovidos ante aquella estatua / los practicantes todos, y aun los médicos, / luchando en vano por domar la fuerza de su capricho fiero, / la miraron con pena y la llamaron: Loca de hierro”. Así dice un verso de uno de los poemas más extensos y significativos escritos por la cochabambina, Adela Zamudio. Nació el 11 de octubre de 1854, fecha que a partir de 1979 se reconoce como el Día de la Mujer Boliviana. Fue la presidenta interina, Lidia Gueiler Tejada, quien instituyó tal celebración reconociendo en Adela Zamudio a la pionera del feminismo en Bolivia. Y más que eso, hay que reconocerla como una figura central e imprescindible dentro de la historia de la literatura nacional.

¿Feminismo?, me preguntó con escepticismo. Hace tiempo que el término me provoca alergia, quizá porque en el odioso afán de comparar etapas históricas, son muchos los matices y diversas las formas en las que este movimiento se muestra ante la sociedad. Aunque no me identifico con ninguno, estoy convencida de que vale la pena volver sobre los pasos de una mujer como Adela Zamudio, que en su particular forma de ver el mundo que la rodeada y de expresarlo a través de sus palabras, marcó un hito sin precedentes en la historia de la literatura boliviana y de la reivindicación de los derechos de las mujeres en el país.

Bajo el seudónimo nada casual de Soledad, Adela inició la publicación de sus primeros versos. Sus poemas estaban dedicados a la naturaleza y los sentimientos. Se reconoce a su obra denominada Ensayos poéticos (Buenos Aires, 1887) como una de las más importantes de su producción lírica. Se trata de veinticuatro composiciones en las que además de la naturaleza y los sentimientos, se dedica a develar cuestiones filosóficas y comienza a hablar de la mujer. Los conocedores de su obra señalan que su estilo era armonioso y espontáneo, caracterizado por una “escritura entre tierna y pesimista, aunque también altiva y rebelde”.

Las apreciaciones de la escritora, poeta e investigadora literaria boliviana Vicky Ayllón sobre Adela Zamudio merecen una mención aparte. Ayllón escribe que “particularmente la obra de las escritoras ha sido sobreinterpretada, precisamente por anteponer sus rasgos biográficos a su obra” y esta sobreinterpretación de la obra de Zamudio ha producido preguntas de antología tales como: “¿escribía así porque era solterona o era solterona porque así escribía?, ¿anunció su seudónimo Soledad su posterior vida o su posterior vida cumplió la sentencia de su seudónimo?” Ese tejido que pretende hacerse entre su obra y su vida es lo que se conoce como mito zamudiano, mito que sigue siendo tema de discusión en las lides de la literatura boliviana. Lo cierto es que la voz de Zamudio caló hondo en una sociedad impregnada de machismo y de patriarcado y era muy difícil voltear la mirada de sus palabras porque eran como una aguja penetrante a punto de clavarse en la carne del lector.

“Una mujer superior / en elecciones no vota, / Y vota el pillo peor; / (Permitidme que me asombre) / Con sólo saber firmar / Puede votar un idiota, / Porque es hombre”. Estos son los versos que Zamudio escribió en su poema denominado Nacer hombre. ¿Cómo no iban a provocar polémica tales palabras de denuncia frente a un sistema social en el que la mujer no estaba reconocida como ciudadana con derecho a voto ni mucho menos? La cruzada que emprendió Zamudio para reivindicar el rol de la mujer en la sociedad fue mucho más allá de sus letras. Su labor como maestra, entre otras de sus actividades, le dio la oportunidad de establecer una vida sociocultural significativa en pro de la emancipación intelectual y social de la mujer. No solamente dirigió la primera escuela laica de Bolivia en La Paz, sino que se atrevió a fundar también la primera escuela de pintura para mujeres.

Para sorpresa de muchos, el activismo de Adela estaba fuertemente basado en principios cristianos heredados de su madre y que habían sido alimentados en su hogar; sin embargo, su incansable labor en el área de la educación fue el blanco de las más feroces críticas provenientes de las autoridades eclesiásticas, así como de las civiles. Al menos contó con apoyo de algunos grandes escritores de la época, como Franz Tamayo por ejemplo.

Su pensamiento desafió no solo a la sociedad cochabambina de su época, “sus lúcidas y certeras críticas acerca de la representación patriarcal de las narrativas y de los discursos construidos entorno a los cuerpos y las sexualidades de las mujeres” le valieron el desprecio de los poderosos, pero también la admiración de muchas mujeres que se identificaron en silencio con su palabra. En 1913 publicó su única novela llamada Íntimas y tras su publicación, el reconocido crítico literario de la época, Claudio Peñaranda, le solicito que retornara a la poesía puesto que la novela “no era cosa de mujeres”. Ese era justamente el mundo que Zamudio buscaba desmontar y denunciar, especialmente en un tiempo en el que la mujer tenía muy pocas opciones de “libertad”.

“Tengo sueño, quiero dormir”, fueron sus últimas palabras. Falleció el 2 junio de 1928 debido a una afección pulmonar. 92 años han pasado desde aquel día y más de 50 para instituir su fecha de nacimiento como el Día de la Mujer Boliviana. ¿Qué ha quedado del pensamiento rebelde de Zamudio? ¿Cómo hay que interpretar sus palabras en pleno siglo XXI? Es imperioso releer sus obras y no solo hablar de ella cada 11 de octubre.

 Ana Rosa López Villegas es Comunicadora social

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