«Raza» y clase

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Por: Andrés Gómez Vela

Hace unos días, una señora de chalina azul se acercó a espetarme con tufo ideologizado que había traicionado a mi raza por no haber apoyado al evismo. ¡Wua! ¿Por qué esta señora me dispara su fanatismo si yo no creo en razas?, me dije y seguí caminando. ¡Umm! Ya sé. Ahora entiendo por qué desde cuentas falsas administradas por devotos del masismo me escriben diatribas parecidas en redes sociales: eres un desclasado, “pitita golpista”.

Poquísimas veces, desde el masismo hay respuestas con argumentos, las réplicas son casi siempre consignas, insultos y descalificaciones. Mi escáner mental identifica personas gravemente ideologizadas, una mezcla de nazismo, fascismo y stalinismo (comunismo).

Los nazis creían en la supremacía del ario y soñaban con construir un reino de una sola raza; una nación con un solo tipo de facciones, color de piel y alma.

Desde hace años y desde una facción, circula en el país el discurso que señala a la “raza” indígena (particularmente, aymara) como la elegida a gobernar por los próximos 500 años. En cambio, las “razas” condenadas a ser sometidas (sino a la limpieza étnica) sin derecho a ser elegidas para gobernar son el k’ara, el mestizo y todos aquellos que no se identifican con nada del concepto originario indígena campesino.

¿Dudas? Lo dijo el ahora vicepresidente David Choquehuanca ya en marzo de 2016:  “Un día tiene que ser como en África. ‘Personas con nuestros rostros tienen que estar en Palacio de Gobierno y en las instituciones (públicas), gente con nuestro rostro’ (en aymara). En el África todos los ministros son negros (no hay) un solo blanco”. Esa vez era canciller.

El fanático cree que el ser indígena determina el pensamiento, las acciones y el sometimiento a su jilliri irpiri vitalicio. Dicho de otro modo, los indígenas, sólo por ser indígenas, están obligados a venerar incluso a un tirano indígena que los llevará a alcanzar el sueño de una sociedad de una sola raza. ¿Y el muyu (rotación) en los cargos en qué queda?

El fascismo sobrepuso al Estado por encima de la libertad individual; estableció como el fin de su “revolución” el retorno del pasado (imperio romano); tejió como la base de su poder el corporativismo; y aplicó como método: la violencia.

El ideologizado cree que todo aquel que no está de acuerdo con el Estado Plurinacional es un “enemigo del pueblo” y tiene como fin el retorno del pasado precolombino cuando, en su creencia, los indígenas vivían en un paraíso (falsedad desmentida por la historia). En tanto, el corporativista asume como verdad que los intereses de su grupo social son los intereses de la sociedad.

Todo aquel que exprese disenso o diga la verdad puede sufrir la quema de su casa, una golpiza, insultos o la cárcel. Mirá:

  • Tres comandantes de las FFAA fueron encarcelados por decir la verdad: no hubo golpe;
  • El grupo masista “Wila lluchu’s” amenazó con quemar la casa de la presidenta de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia, Amparo Carvajal.
  • Un grupo de colonizadores intentó interrumpir con violencia la XI marcha indígena que va de Trinidad a Santa Cruz con un grito desesperado: ¡déjenos por favor sobrevivir en el Estado Plurinacional!
  • El ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, usó imágenes pasadas para inculpar de la muerte de un policía a productores de coca de los Yungas; en palabras simples: intenta montar un hecho para encarcelar a inocentes.

¿Escuchaste o leíste alguna condena del presidente Arce o vicepresidente Choquehuanca a estas prácticas de violencia fascista? Yo, ninguna. Violento no sólo es aquel que comete acciones, sino aquella autoridad que la fomenta o acepta con su silencio.

El comunismo sedujo a los obreros con la dictadura de una clase social: el proletario (que nunca llegó), para construir una sociedad sin clases. El stalinismo desparramó el estereotipo de que todo aquel que piensa (diferente, sea trotkista, liberal o bolchevique principista) era un facho. Esta “tipificación” se repite hasta ahora.

El fanático está convencido que su misión es meter la mano a los bolsillos de los ricos (la clase destinada a desaparecer), sacar su dinero y dárselos a los pobres (la clase destinada a gobernar, pero no a ser rica por miedo a ser bolsiqueada). Busca hacer creer que un pobre está obligado a sostener la lujosa vida de su dirigente vitalicio porque éste, en el pasado, fue pobre y ahora es expobre (no le gusta admitir que es clase media alta o rica).

Los insultos de aquella señora y de las falsas cuentas me llegan como el granizo sobre un impermeable para bajar, luego, a la alcantarilla. Yo soy quechua (cultura), no indígena (entendido como raza), y creo en la democracia con valores liberales. Me gusta competir con gente de otras culturas sin ventajas; y pienso que la diferencia entre las personas no es la “raza” ni la clase, sino los valores.

Andrés Gómez Vela es periodista.

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