¿Quién manda a quién?

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Ana Rosa López Villegas

Caminos bloqueados, enfrentamientos, disputas, acciones terroristas y de carácter paramilitar, convocatorias al diálogo, intentos frustrados de pacificación; todo esto hace pensar que en Bolivia no se sufren las consecuencias de una pandemia global, que no hay un virus que está a punto de registrar los 100 mil contagios en todo el país, que las necesidades básicas no son prioridad y que el porvenir no se ve más como amenaza que como oportunidad. Que haya situaciones que importan más que la vida y que la muerte, que la hipocresía campee, que la política y la necedad electoral pesen más que la salud es una aberración demasiado grotesca en las condiciones actuales, un despropósito mezquino que afecta a toda la población y cuya solución tampoco parece estar en manos del gobierno actual ni de nadie más. Estamos a la deriva.

Tener una administración transitoria cuyo objetivo primordial era el de llevar a cabo las elecciones presidenciales le devolvió al país algo de confianza y fe en el futuro, pero vivir en un permanente estado provisional, con un sentimiendo de inconclusión, con construcciones a medias y con una libertad temporal y una democracia de sobresaltos no es el ideal de sociedad ni de política con el que se pueda mirar hacia adelante.

De acuerdo con el último informe publicado en marzo de 2020 por la organización no gubernamental estadounidense Freedom House, “el estallido de protestas masivas en diversos entornos políticos en 2019 resaltó el carácter universal del deseo del ser humano de contar con libertades básicas y buena gobernanza”. Hay que deletrear cada palabra y pensar que nos encontramos terminando la segunda década del siglo XXI y que no se trata de los primeros años de la república ni del tiempo de la revolución de 1952 ni de la recuperación democrática de 1982 en el caso de Bolivia. Son malos augurios democráticos en un tiempo que algunos han llamado postmoderno y que sin embargo, comparte el presente con estructuras democráticas que se caen a pedazos y ojo que no por obsoletas, sino por su incapacidad de dar respuestas a las incógnitas de un país hecho de laberintos sin salida.

Freedom House que fomenta la democracia y la libertad política y es solo una de las varias organizaciones sin fines de lucro que se dedican a medir el grado de libertad individual de los estados del mundo como variable democrática, informa además, que “en todos los países y territorios por igual, independientemente de su calificación de libres, parcialmente libres o no libres, el pueblo se volcó a las calles para expresar su descontento con los sistemas políticos vigentes y demandar cambios que generen resultados mejores y más democráticos. Se produjeron importantes movimientos de protesta en Hong Kong, Argelia, Bolivia, Chile, Etiopía, Indonesia, Irak, Irán, Líbano y Sudán, entre otros. No obstante, dado que resulta frecuente que dichos movimientos se enfrenten a intereses firmemente arraigados, hasta la fecha no han logrado mejoras sustanciales en la libertad en el mundo”. Cabe señalar además que en la aparentemente básica calificación que ofrece el índice mencionado, Bolivia obtuvo la de parcialmente libre, atribuyendo esta clasificación particularmente al estudio de derechos políticos y libertades civiles de la ciudadanía. Nos resulta fácil corroborar estos datos en Bolivia, para ello un ejemplo simple, nuestro derecho a la libre circulación que los masistas violan a su antojo y lo peor de todo, sin consecuencia legal alguna. Se sigue viviendo una realidad suspendida enfrascada en una burbuja de conflictos e intereses de poder que nos hace preguntarnos una vez más, si la realización de los comicios y la posesión de un nuevo gobierno serán realmente la solución que necesitamos para salir de esta permanente transición en la que nos encontramos.

El borrón y cuenta nueva con el que algunos creímos que iba a terminar esta pesadilla que comenzó en octubre de 2019 tras el descarado fraude electoral cometido por el Movimiento al Socialismo (MAS), el entonces partido de gobierno, se ha convertido en un renglón lleno de tachaduras, de rayones y manchas que por detrás esconden a los mismos protagonistas, llámense estos movimientos sociales afines al MAS o legisladores del mismo partido. La mayoría parlamentaria la sigue teniendo el masismo, ellos siguen siendo los que mandan en el país, los que aprueban y desaprueban normas a su antojo demostrando cada vez que en la pulseta por el poder siguen siendo ellos los que tienen las de ganar. ¿Qué clase de oposición son o se trata todavía de un oficialismo ad hoc dispuesto a hacer todo con tal de no destetarse del Estado del que se han servido para llenarse los bosillos sin límite y elevando el nivel de corrupción hasta extremos insospechados? ¿Qué hay de su jefe máximo supremo que sigue siendo el titiritero que maneja el control remoto de estos grupos embrutecidos, ciegos e irreflexivos? Y en el futuro inmediato, ¿será que los agitadores sociales y los  bloqueadores ceden en sus caprichos y perjuicios en contra del país ahora que el Legislativo acaba de aprobar la ley electoral que dispone la realización de las elecciones hasta el próximo 18 de octubre como fecha inamovible?

En tiempos de crisis sanitarias, parece que el Covid-19 si ha afectado el umbral de tolerancia del gobierno actual frente a la violencia y el lloriqueo de cocodrilo que pregonan los ministros de Añez sobre la necesidad de apelar al diálogo y la cantaleta de que tenemos que ser pacientes está costado la vida de enfermos que no cuentan con el oxígeno necesario para sobrevivir.

En el país de los ultimatums y las amenazas, ¿cuándo vence el plazo para comenzar a construir un país que merece crecer y vivir en paz? ¿Cuándo estaremos listos para una democracia de verdad?

Ana Rosa López Villegas es Comunicadora social

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