América Yujra – Los hongos que se expanden por el mundo

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Durante los últimos días, he escuchado una palabra de forma reiterada: maldad. Quizá sea ésa la respuesta a diversas interrogantes que surgen después de acontecimientos de horror y desesperanza, que nos muestran lo despiadado que puede llegar a ser el hombre con sus similares.

El pasado 7 de octubre, parte del mundo despertó consternado. El grupo terrorista Hamas había atacado, sin piedad, a israelís. Más de 1000 fueron asesinados; casi dos centenares, secuestrados. Israel respondió atacando a Gaza, una región superabundantemente poblada por civiles palestinos que son usados como escudos humanos.

Sólo la maldad puede ser la razón de grandes tragedias y eventos de terror. Sólo ella puede justificar los fundamentalismos o los regímenes más cruentos de la historia humana. Con ello, vale hacer algunas preguntas: ¿de dónde proviene el mal?, ¿cómo entender sus consecuencias?, ¿será realmente algo ajeno a nosotros, algo incluso sobrenatural que invade corazones y pervierte mentes para cometer atrocidades inimaginables? Entre 1951 y 1963, la brillante filósofa Hannah Arendt abordó éstas cuestiones en sus obras más trascendentales: Los orígenes del totalitarismo, Eichmann en Jerusalén y Sobre la revolución.

En la primera obra, Arendt nos dice que el mal no proviene de lo sobrenatural, pero tampoco existe naturalmente en el fuero interno del hombre. Que se produzca por perturbación externa, por una autogestión o deficiencia propias es otra cosa.

El “mal radical” o “mal extremo” (denominación usada luego de la publicación de Eichmann), según Arendt, es lo más perverso, inimaginable e indecible. Un mal que sólo puede subsistir en regímenes de horror (totalitarios), debido al miedo, obediencia ciega o la aquiescencia de algunas personas. Un mal que se exterioriza en acciones no sólo dirigidas a eliminar a un grupo humano específico, sino también el espíritu y la capacidad humana natural: reflexión. Así, el hombre se convierte en un objeto, un ser inerte, superfluo, incapaz de pensar y alejado del mundo.

El hombre convertido en simple objeto del régimen. Ésa es la peor atrocidad que puede cometerse contra la dignidad humana, concluyó Arendt; y con ello, desarrolló su conceptualización del “mal banal” o “banalidad del mal”. No tiene que ver con restar importancia o trascendencia al “mal extremo”. Al contrario, permite ver el grado de deshumanización que los regímenes de terror pueden producir en los individuos.

En Eichmann, Arendt señaló que el “mal banal” se manifiesta en personas que han sido reducidas a seres irreflexivos, desprovistos de pensamientos y sentimientos propios, que no pueden diferenciar el bien del mal y actúan en cumplimiento a meros “encargos” burocráticos o superiores. Éstos hombres “banales” o “agentes del mal” no tienen una maldad interna, sólo son incapaces de pensar y comprender.

En resumen, el “mal extremo” es aquel que arrolla un Estado o grupo humano, que destruye la naturaleza humana individual y colectiva, haciendo que el hombre actúe (activa o pasivamente) guiado por un “mal banal”. Los ejecutores del “mal extremo” pueden actuar por irracionalidad o motivaciones propias; enaltecen sentimientos de lealtad, obediencia y venganza (disfrazados de justicia) para formar a sus “agentes”.

Algún tiempo después de la publicación de Eichmann, Arendt dijo que el “el mal extremo (…) no posee profundidad ni tampoco una dimensión demoníaca. Puede extenderse sobre el mundo entero y echarlo a perder precisamente porque es un hongo que invade las superficies. Y desafía el pensamiento (…)”.

Surgen otras preguntas: ¿cómo enfrentar a un régimen del horror?, ¿cómo evitar convertirnos en superfluos o agentes “banales” del mal? La respuesta para ambas está en lo que Arendt denominó “pensar y comprender el mundo”. ¿En qué consiste esto? Vamos a ello.

Comprender significa entender lo que nos rodea, por medio de un proceso que involucra pensar y reflexionar, usando la historia y la política. Requiere, además, que seamos capaces de alejarnos de prejuicios o “ismos” ficticios o malignos, para así construir nuevas categorías y significaciones que permitan validarnos como seres humanos políticos que actúan en un mundo que comprenden y enfrentan.

Una de las principales herramientas del “mal extremo” es el adoctrinamiento. Éste impide la comprensión de lo histórico y político de la realidad, dando mensajes erróneos, induciendo a los individuos a no entender el mundo tal cual es. Esto produce el asentamiento de percepciones equivocadas e irracionales que luego son apoyadas e incluso justificadas.

Los regímenes totalitarios o los grupos terroristas trabajan muy bien sobre ese punto. Su objetivo radica en quebrar la voluntad, el espíritu de los hombres para implantarles ideologías extremistas, fanatismos, peligros y enemigos inexistentes.

El hombre, en consecuencia, queda reducido a un ser desprovisto de razón, individualidad, conciencia; y lo que es peor: pierde el sentido del mundo. En seres tan vacíos lo único que puede surgir es el mal: extremo o banal. Al respecto, Arendt escribió: “El mal proviene de no pensar. El mal se nutre de la apatía y no puede sobrevivir sin ella”.

En los libros que enuncié párrafos supra, Arendt no sólo se ocupó de los “propiciadores” y los “agentes” del mal extremo, también fue muy crítica con las personas que apoyaron los regímenes del horror. Fueron culpables aquellos que colaboraron en las atrocidades, los que justificaron y los que se callaron. Todos ellos anularon sus capacidades humanas muto propio.

Pensar, reflexionar y comprender son los pasos para ser humanos. La importancia de este proceso interno (con consecuencias externas) reside en los siguientes ítems: nos mantiene cercanos a la realidad, nos impregna de moralidad y racionalidad, transforma la vida individual y la colectiva, nos permite desarrollarnos como sujetos políticos útiles y reconciliar con el mundo.

Hannah Arendt no se equivocó al decir que el peor crimen que puede cometerse contra el hombre es privarle de conciencia, pensamiento y comprensión. Un ser desprovisto de esas capacidades puede incurrir en las peores atrocidades, en los errores más devastadores y en los más estúpidos, también.

Con respecto a lo que ocurre en Oriente Medio, es necesario comprender y separar. Hay un pueblo que vive asediado por el peligro. Sus habitantes tienen que aprender a refugiarse, en menos de un minuto, dentro de un búnker antes de aprender a hablar. Otro pueblo vive a merced de un grupo terrorista que lo usa como escudo y lo convence de que la única forma de ser reconocido como Estado soberano es a través de exterminar al primero.

Si no entendemos lo anterior, a través del proceso arendtiano de comprensión, caeremos en la estupidez de justificar a Hamas y decir que representa la “autodeterminación del pueblo palestino”, así como Evo Morales, Nicolás Maduro, Gustavo Correa (quién se atrevió a llamar “nazis” a los israelís), o los gobiernos de México y Bolivia.

El conflicto tras el ataque terrorista de Hamas, las reacciones desproporcionadas de Israel y las posiciones políticas de los Estados nos muestran qué tan peligroso es no mantener nuestras capacidades humanas. Por ello, lo esbozado en el siglo pasado por Hannah Arendt adquiere una relevancia significativa, pero también preventiva.

Salvando las distancias, y sin la intención de caer en comparaciones forzadas, lo que vivimos en nuestro país bajo el régimen del MAS no está alejado de los sesgos ideológicos, el adoctrinamiento y la destrucción de la dignidad humana que vemos en Medio Oriente y que Arendt identificó en la Europa del siglo XX.

Durante más de una década, hemos sido testigos de cómo diferentes grupos sociales, sindicales, campesinos, indígenas y civiles han sido coaccionados a apoyar un plan de Estado hegemónico y totalitario, bajo el título de “Proceso de Cambio”. Ése régimen ha impulsado la división social y política, ahondando viejos resquicios de colonialismo y clasismo, imponiendo racismo y discriminación “a la inversa”, polarizando las ciudades con áreas rurales, enarbolando el sentimiento de antiimperialismo, anticolonialismo y antineoliberalismo. Todo de forma errónea e irracional.

Las primeras muestras de “mal extremo” y su derivado (“mal banal”) los podemos encontrar en los conflictos sociopolíticos de 2015, 2016, 2019 y 2020, durante los cuales varios grupos afines al MAS estuvieron dispuestos a eliminar a los “enemigos del Proceso”.

Evitar la repetición de conflictos, situaciones límite de terror y peligro (contra el Estado, su democracia, sus miembros e instituciones) requiere que nos aferremos a lo que nos hace humanos (pensar, reflexionar, comprender), y mantener un estado de alerta y escepticismo ante manipulaciones, adoctrinamientos y sesgos ideológicos; vengan de donde vengan.

No sólo está en juego nuestra vida y dignidad humanas o las de nuestras familias, sino el mundo. No dejemos que el “mal extremo” o el “mal banal” sean los únicos hongos que se expandan. Sigamos a Hannah Arendt y… ¡atrevámonos a pensar!

América Yujra Chambi es abogada.

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