Bolivia en la cumbre del Mercosur, una postura anacrónica

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Windsor Hernani Limarino

Ha concluido la 66.ª Cumbre de Presidentes del Mercosur y, con ella, la última participación del presidente Luis Arce Catacora en este proceso de integración subregional. La próxima será en diciembre, ocasión en la que Bolivia asistirá con un nuevo mandatario.

En el balance del proceso de adhesión al Mercosur, los desaciertos superan ampliamente a los aciertos, si es que hubo alguno; por ello, el nuevo gobierno deberá reiniciar el proceso.

En verdad, cabe dudar de que haya existido un entendimiento cabal sobre qué es el Mercosur, su importancia geoestratégica para Bolivia, o sobre los costos y beneficios que implica el tránsito de Estado asociado a miembro pleno. Tampoco se ha elaborado una estrategia o, al menos, un cronograma de trabajo que permita completar el proceso de adhesión, así fue  reconocido.

El discurso del presidente Arce es prueba de ello. En lo esencial, expuso una visión de integración regional basada en conceptos anacrónicos, rescatando ideas de la teoría cepalina de los años sesenta. Habló de asimetrías estructurales entre los Estados miembros y de la necesidad de un trato diferenciado para las economías menores. “El principio de igualdad de las partes debe traducirse en aceptar las diferencias entre sus miembros”, dijo, lo cual constituye, en sí mismo, una contradicción.

Se trata de una réplica de esquemas superados de la ALALC y la ALADI, que clasificaban a los países por niveles de desarrollo relativo. Así, se los encasillaba en categorías como de mayor, intermedio y menor desarrollo, generando tratos diferenciados en los beneficios y responsabilidades dentro del proceso de integración. Los países menos desarrollados a menudo requerían mayores concesiones y plazos para cumplir con las obligaciones, lo que ocasionaba tensiones y retrasos.

En los tratados fundacionales del Mercosur se negó expresamente la posibilidad de incorporar  tratamientos preferenciales y de establecer derechos y obligaciones diferenciadas. Nada de eso ocurrió, y Uruguay y Paraguay asumieron su membresía en las mismas condiciones que Argentina y Brasil, dos países muy superiores desde el punto de vista económico. El artículo 2 del Tratado de Asunción es inequívocamente claro y dispone: “El Mercado Común estará fundado en la reciprocidad de derechos y obligaciones entre los Estados Partes”. Antes de firmar un Tratado hay que leerlo, porqué obviamente hay que cumplirlo.

Arce añadió que, a su juicio, la verdadera integración pasa por una integración productiva destinada a fortalecer las cadenas de valor regionales. Esta idea remite a la integración sectorial promovida por el Acuerdo de Cartagena en la década de los sesenta, que se enfocaba en programas de desarrollo industrial por sectores, asignando productos a países específicos para su producción y evitando así la competencia entre socios. El objetivo era promover la especialización y generar un comercio exclusivamente intrazona.

Esta postura del gobierno boliviano es diametralmente opuesta a la de Argentina, Uruguay y Paraguay, que critican los elevados niveles del arancel externo común, al considerar que fomentan un comercio centrado en productos fabricados en los países miembros, en desmedro de la competencia. Esto obliga a consumir bienes producidos dentro de la zona, incluso cuando son de menor calidad o tienen precios más altos.

Uruguay, por ejemplo, busca un acuerdo con China que le permita acceder a productos de ese país a precios más bajos y, a cambio, ingresar con preferencia a un mercado de más de 1.409 millones de habitantes. Paraguay persigue un objetivo similar, al igual que Argentina, que busca un acuerdo con Estados Unidos y, de hecho, en esta cumbre logró exceptuar 50 partidas arancelarias de la aplicación del arancel externo común, que le permita avanzar en este propósito.

La competencia es la clave a la que el gobierno boliviano le teme. Su enfoque, anclado en cadenas de valor orientadas a la sustitución de importaciones, representa una visión limitada frente a los desafíos del comercio global actual, donde la competitividad se construye sobre la base de la innovación, la productividad y la conectividad digital. Es una perspectiva que denota más nostalgia que capacidad propositiva

La postura del presidente Luis Arce Catacora en el seno del Mercosur no debiera sorprendernos, existe una adhesión dogmática a los postulados económicos de la CEPAL, creados por los economistas Raúl Prebisch y Fernando Henrique Cardoso. La prueba es que en el ámbito interno, promueve una política de industrialización con sustitución de importaciones, que en los hechos  no ha generado industrialización efectiva, y mucho menos una sustitución.

El actual gobierno boliviano no solo propugna visiones que van a contra ruta del sentir actual mayoritario de los países del Mercosur, sino que también malinterpreta los fundamentos mismos de la integración regional moderna. Mientras otros buscan abrir mercados, atraer inversiones y mejorar la competitividad, Bolivia insiste en modelos caducos y visiones desconectadas del entorno global. ¡Así no se va a ningún lado!

Windsor Hernani Limarino es economista y diplomático

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