¿Cómo hacer soportables los males pasados, el presente anodino y los sufrimientos humanos? Johann Wolfgang von Goethe sugirió recurrir a la fantasía. Quienes siguieron el consejo del autor de Fausto no tardaron en usar historias y cuentos para representar acontecimientos de la realidad en forma didáctica, divertida y hasta sarcástica.
Ajenas a esos usos no han estado las obras de Lewis Carroll. Probablemente, jamás imaginó que sus creaciones fueran utilizadas como analogías diversas, mucho menos en análisis políticos. Pero sucedió, en especial con los personajes centrales del capítulo IV de A través del espejo y lo que Alicia encontró allí: Tweedledum y Tweedledee.
De lo escrito por Carroll, se infiere que esos personajes son gemelos desagradables, egoístas, autorreferenciales, apáticos, que pelean por sinsentidos y nimiedades; aunque luego logran coincidir conclusiones, siempre que éstas les sean favorables.
Christopher Cochrane, en su libro Left and right. The small world of political ideas, recoge una analogía interesante realizada por Janine Brodie y Jane Jenson, en 1996. Las politólogas calificaron a liberales y conservadores como los “Tweedledum y Tweedledee de la política canadiense” porque se comportaban como “organizaciones esencialmente similares que apelan de manera oportunista a una variedad de intereses”.
La irónica comparación de Brodie y Jenson encaja en las figuras centrales de la actual política boliviana: Evo Morales y Luis Arce, cada uno con sus respectivos bandos. Veamos cómo dieron vida a ésos peculiares personajes de Carroll.
Tras el pésimo gobierno transitorio, la continuación del régimen masista mostraba un comienzo idílico. Evo y Arce —nuestros Tweedledum y Tweedledee— estaban en armonía. Cada uno cumplía los roles acordados en Buenos Aires, Argentina. Arce allanaba el camino para el regreso del jefazo, imponiendo la narrativa del “Golpe” en cada discurso suyo y persiguiendo (junto al servil sistema de justicia) a “pititas golpistas”.
Por su lado, Morales mostraba su “apoyo incondicional”, aplaudiendo con profundo beneplácito los primeros “logros” de su candidato (las violentas detenciones de Jeanine Añez, Marco Pumari, Luis Fernando Camacho), inclusive llegó a conformar el “Estado Mayor del Pueblo y para el Pueblo” para defender a su “hermano” Tweedledee (¿o Tweedledum? Bueno, da lo mismo, o son lo mismo, y al revés) de los “intentos de desestabilización de la derecha nacional e internacional”.
El régimen retornó con diferencia sólo de nombres, no de acciones. El gobierno de Arce era exactamente igual al de Morales: misma forma violenta de ejercer el poder, misma retórica mentirosa, mismo victimismo, mismo objetivo de persecución a enemigos políticos y regionales. Pero, a medida que pasaba el tiempo, algo cambió. Arce se dio cuenta que era el presidente, que podía romper las cuerdas que lo sujetaban a su jefazo, que tenía el poder en las manos. Y algo más importante: podía mantenerlo.
Entonces, Arce dejó de obedecer las órdenes del “hermano” Tweedledum. Incluso osó participar en reuniones del Partido Socialista PS-1. Y así comenzó el duelo entre “evistas” y “arcistas”. El guion de esta contienda se parece mucho al siguiente fragmento escrito por Carroll:
—No tenemos más remedio que batirnos hoy; pero no me importaría que no fuese por mucho tiempo —dijo Tweedlebum—. ¿Qué hora es?
—Las cuatro y media.
Tweedledum dijo: —Luchemos hasta las seis y luego nos iremos a cenar.
—Muy bien —convino el otro, aunque algo triste— y ella (Alicia) que presencie el duelo. Sólo que no se acerque demasiado a mí, porque cuando se me sube la sangre a la cabeza… ¡Le doy a todo lo que veo!
—¡Y yo le doy a todo lo que se pone a mi alcance, lo vea o no lo vea! —gritó Tweedledum.
—Supongo —se jactó Tweedledee— que cuando hayamos terminado, ¡no quedará ni un solo árbol a la redonda!
Siguiendo el ejemplo de ésos personajes, “evistas” y “arcistas” vienen enfrentándose con todo lo que pueden, produciendo consecuencias políticas para su partido y, lo que es peor, para nuestro país.
Democracia frágil; sistema de justicia que patrocina impunidad y persecución; economía socavada, sin políticas sólidas; eliminación paulatina del sistema de partidos políticos; desestabilización de instituciones de contrapoder… son algunos de los descalabros externos que siempre quedan relegados ante la “pelea” de los azules Tweedledum y Tweedledee.
La peor parte recayó en la Justicia. La terrible crisis que la aqueja —propiciada y empeorada por el masismo, desde hace más de una década— es ampliamente conocida. Obviamente, la elección de nuevas autoridades jurisdiccionales no soluciona el problema, pero al menos hubiese mostrado que el régimen masista toma en cuenta la demanda ciudadana y las varias recomendaciones de organismos internacionales que instan una reforma urgente de nuestro sistema judicial.
Además de ello, la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) tenía una responsabilidad constitucional sobre las elecciones judiciales, mismas que, como plazo máximo, debían haberse realizado el pasado 3 de diciembre de 2023. La disputa entre los bandos azules “opuestos” destrozó toda posibilidad de que así ocurriera.
Desde marzo de 2023 —mes en el que se aprobó la primera convocatoria para las elecciones judiciales—, la ALP prefirió dejar pasar el tiempo y no dar certidumbre al proceso electivo. Sí, es cierto, dos recursos constitucionales obstaculizaron los parvos intentos de la ALP (Reglamento de preselección de candidatos R.A.L.P. 007/2022-2023 y el Proyecto de Ley 044/2022-2023), pero la reacción tardía de los asambleístas ante las componendas del Ejecutivo y el Órgano Judicial (incluido el Tribunal Constitucional) no merece justificación alguna.
La pelea entre los bandos masistas ha permitido que la autoprórroga impuesta por el Tribunal Constitucional detone un caos en nuestro sistema judicial, dejándolo en avernos más profundos, y cuyas consecuencias las veremos en no muy largo tiempo. Empero, y pese al daño producido, es posible contener el desastre.
¿Cómo? La ALP debe aprobar una ley de reforma parcial de la Constitución que contemple: la designación de nuevos magistrados transitorios y el cambio de procedimiento para la selección de candidatos. O, en último caso, aprobar de manera inmediata una nueva convocatoria, a fin de que el proceso electoral se realice antes de agosto próximo, pues —según anticiparon varios vocales del Tribunal Supremo Electoral— a partir del octavo mes comienza (con las Primarias) el periodo electoral rumbo a las elecciones nacionales de 2025.
Durante los últimos siete días, los “hermanos” Tweedledum y Tweedledee se dedicaron a culparse entre sí. De propuestas serias para reencausar las elecciones judiciales y eliminar la autoprórroga jurisdiccional, nada. Ni la agenda parlamentaria (del 8 al 14 de enero) contempló el tema.
Los días pasan y la solución debe llegar en corto tiempo. Sin embargo, la ALP sigue evadiendo el tema con supuestos planes. Hasta la fecha, al proyecto de ley No. 044 —que espera su modificación de acuerdo a lo dispuesto en la Declaración Constitucional 0049/2023— se anticiparon tres propuestas de leyes para elecciones judiciales: una de la oposición (Comunidad Ciudadana) y dos del “arcismo” (una del “oficioso” diputado Juan José Jáuregui y otra anunciada por su colega Jerjes Mercado).
Con todo lo visto en 2023, seguramente ésos proyectos demorarán en ser debatidos y terminarán siendo remitidos (de forma ilegal) en “consulta” a otros órganos del Estado. Más que soluciones son ardides para que el bloqueo a las elecciones judiciales continúe.
¿Qué requería la realización de las elecciones judiciales? Un acuerdo político, a través del consenso, entre los tres partidos que conforman la ALP. Lamentablemente, y dada la contienda entre “evistas” y “arcistas”, cualquier situación que involucraba la palabra “acuerdo” sólo fue usada como arma pugilística.
La ciudadanía no quiere otra cosa que soluciones, respuestas efectivas; y espera que sus representantes cumplan sus atribuciones, y así ver efectivizada la democracia representativa; pues ésta no sólo se valida con un proceso electoral.
Al respecto, comparto el criterio de Hans Kelsen (contenido en su Teoría pura del Derecho): el peso de la representación no está en su procedencia u origen, sino en su ejercicio a través de actos u acciones que son de interés de los representados.
En consecuencia, la representatividad —y, por ende, la legitimidad— se quiebra cuando una asamblea o parlamento no logra consensos y se convierte en escenario de pugnas partidarias.
Como podemos ver, al mismo tiempo de desbaratar aún más la justicia boliviana, la disputa entre los azules Tweedledum y Tweedledee ha erosionado también la democracia representativa, reconocida en el artículo 11, parágrafo II, numeral 2 de nuestra Constitución. Las autoridades (legislativas y ejecutivas) han roto el contrato de representatividad con sus electores y se dedican a seguir tejiendo un contubernio para garantizar la subsistencia de su régimen; todo en estricta obediencia a mandatos partidarios y particulares, rehuyendo las demandas de la opinión pública, las únicas que deberían importar.
En la historia de Lewis Carroll, Tweedledum y Tweedledee acordaron luchar hasta que no quede un solo árbol en pie. Al parecer, misma promesa hicieron “evistas” y “arcistas”. Y ya sabemos cuáles serán las consecuencias de ésa férrea pelea. ¿Qué nos queda? Resistir e impulsar la construcción de proyectos políticos opositores lo suficientemente fuertes y creíbles. Sólo así podremos enfrentar al régimen y, como en la historia de Lewis Carroll, convertirnos en ésa ave enorme y bravía que supo ahuyentar a los gemelos odiosos, Tweedledum y Tweedledee.
América Yujra Chambi es abogada