Entre el 6 de septiembre y el 18 de octubre hay una diferencia de 43 días. Es un lapso que representa aproximadamente la cuarta parte de todo el tiempo que Bolivia lleva batallando contra el coronavirus hasta ahora. El 10 de marzo pasado se desató esta realidad de ciencia ficción que todavía nos cuesta creer y a partir de esa fecha se decretaron también las primeras restricciones y medidas de prevención y acción sanitaria que buscaban anticipadamente controlar la famosa curva de contagios que hoy está muy cerca del cielo.
Así han pasado ya más de 170 días de cuarentenas estrictas, semiestrictas, flexibles, blandas, parciales o cualquier otro absurdo calificativo que se le quiera dar a un periodo que debió acatarse con responsabilidad, disciplina y conciencia. Pero volvamos a los 43 días de marras. Según las estadísticas oficiales, el promedio de decesos por día debido al Covid-19 es de 2000, ese es el número de personas que fallecen cada 24 horas en el país y en medio de un cuadro deprimente de centros de salud atestados y completamente rebasados en su capacidad; con falta de insumos y ante una todavía latente incertidumbre y controversia acerca de los tratamientos médicos que se deben aplicar.
De acuerdo con el reporte epidemiológico No. 136 del Ministerio de Salud, el día 29 de julio se detectaron 1207 casos en todo el territorio nacional. Los afectados no son solo personas que respetan las medidas de bio-seguridad mínimas como el distanciamiento social y el uso de barbijo, entre los enfermos también están el personal de salud, los policías, los militares, los periodistas, los funcionarios de las alcaldías y gobernaciones, los ministros; es decir ciudadanos que están en la primera línea de combate contra la enfermedad. Varios de ellos quizá cuenten con un seguro médico, pero esta visto que tenerlo no es garantía de atención ni de una muerte digna.
¿Qué les hace pensar a los abatidos movimientos sociales del masismo que este número de contagios diario no crecerá desmedidamente en caso de que la gente se vea obligada a asistir a las urnas electorales el día 6 de septiembre? Pero no nos engañemos, para el efecto crítico de infecciones y muertes da exactamente lo mismo que las elecciones se lleven a cabo en septiembre que en noviembre. La prioridad debería ser la salud, pero no lo es y lo más detestable, lo que más llena de bronca por decir lo menos, es tener que escuchar de boca del candidato del MAS, Luis Arce Catacora, que las marchas son producto del “pueblo auto organizado que se moviliza por la vida, la salud, educación, trabajo y la democracia”. Tras 14 años de construcción indiscriminada de canchas de fútbol y de despilfarro económico sistemático sin precedentes, ahora resulta que los grupos afines al socialismo de Evo Morales arriesgan su salud y la de la ciudadanía para exigir que el órgano electoral lleve a cabo las elecciones el próximo 6 de septiembre y que el gobierno garantice salud, educación y democracia. ¿Qué hacer primero? ¿Reír, llorar o zapatear de rabia? Una movilización por la vida en medio de un panorama de muerte y enfermedad. Ya ni Macondo es punto de comparación para tal aberración. Las amenazas de endurecer las medidas con bloqueos nacionales y otros recursos tampoco ceden. ¿Cuál es el límite de este enfermizo apego al poder que todavía sigue secuestrando ideológicamente a los grupos que paradójicamente son los más vulnerables frente a la pandemia?
Pensemos, los que sí podemos, solo por un momento cuál sería la enorme diferencia que haría tener un gobierno elegido democráticamente y sin fraudes de por medio en lugar de uno transitorio como el actual.
Ana Rosa Lopez es Comunicadora social