América Yujra – ¿Escisión y crisis necesarias?

479 views
10 mins read

Las democracias dependen de varios factores para considerarse estables y gozar de buena salud. Entre ellos están la legitimidad del poder estatal, la alternancia, la competencia electoral, la representatividad. Además de integrar instituciones a rótulo de principios y rasgos ontológicos, éstos factores se materializan en los sistemas de partidos políticos.

Un sistema de partidos útil a los fines de la Democracia, bajo criterios de pluralismo y competitividad, garantiza la existencia e interacción entre partidos políticos. Asimismo, su morfología, cantidad, características e incidencias determinan los diversos tipos de sistemas de partidos.

Dentro de ésa tipología —desarrollada en gran medida por Giovanni Sartori[1]— se encuentran los siguientes sistemas: de partido único, de partido hegemónico (no permite competencia ni oposición), de partido predominante (mayoría absoluta en tres procesos electorales continuos), bipartidista, pluralismos limitados y moderados (menos de cinco partidos), pluralismos extremos (más de una dirección ideológica), polarizados y atomizados (más de 10 partidos).

En La quiebra de las democracias, Juan Linz[2] señaló al sistema de partidos como uno de los «elementos generadores de inestabilidad» en los regímenes democráticos. Por eso, son preferibles los pluralismos limitados y moderados no polarizados, dado que en ellos es posible una competencia real entre partidos políticos con fuerzas (militante e ideológica) heterogéneas.

Empero, no basta identificar los tipos de sistemas más amigables con las democracias. Su afectación o estabilidad dependen, en gran medida, de las acciones y características de los partidos que integran el sistema político. ¿Cuáles son ésas funciones, ésos rasgos?

Empecemos señalando qué es un partido político. Según La Palombara y Weiner[3], es una organización con estructura, vida y presencia permanentes dentro de un sistema de partidos; que busca obtener y retener el poder, a través del apoyo de su militancia y electores.

Además de actividades meramente partidarias, los partidos políticos deben cumplir funciones institucionales a fin de garantizar: el pluralismo político, el sistema de partidos, la alternancia en cargos electivos, la competencia electoral y el ejercicio de derechos políticos.

También deben desarrollar funciones sociales: a) generar discusión en la ciudadanía sobre el sistema político, el cumplimiento de promesas electorales, la legitimación de autoridades; b) formación política de militantes (directa) y ciudadanos (indirecta); c) representar los intereses de sus miembros y de gran parte de la sociedad; d) mostrar sus objetivos, programas y base ideológica para mantener su militancia y atraer futuros electores.

Más allá de esas funciones ideales, y aun cumpliéndolas, los partidos políticos siempre están expuestos a crisis que los desestabilizan internamente a consecuencia de:

  • la desideologización o sobreideologización, es decir, ausencia de identidad ideológica o una marcada radicalidad;
  • sus ofertas programáticas convertidas en obsoletas o no coincidentes con las coyunturas social, política y económica;
  • creciente pérdida de legitimidad de sus figuras centrales frente a la opinión pública;
  • pérdida de militancia e imposibilidad de generar una nueva;
  • la reducción de su fuerza electoral (porcentaje o cantidad de votos obtenidos);
  • pugnas entre facciones disidentes o contrarias a su dirigencia, entre miembros de ésta o en las bases.

Frente a ésas crisis, la Ciencia Política presenta dos corrientes como posibles salidas. Por un lado, los declinits, para quienes el declive o deterioro partidista es inevitable, así como su división y posterior reagrupación. En contrapartida, los revivalists consideran cualquier crisis como una oportunidad de cambio y fortalecimiento interno, a través de la adaptación a la coyuntura política.

De no superar esas crisis estructurales —o internas—, los partidos políticos pueden afectar al sistema de partidos. Linz y Sartori compartieron la idea de que un sistema multipartidista polarizado o extremo coadyuva en la caída de las democracias. Sin embargo, a veces, basta un sólo partido para causar el mismo resultado.

Antes de que el sistema político boliviano se manchase de azul, durante muchos años tuvimos un modelo multipartidista que, de acuerdo al avance sociopolítico en nuestro país, fluctuó entre uno polarizado a otro moderado. Ni bien llegó al poder, el MAS-IPSP pasó de ser un partido popular a uno catch-all[4], y «atrapó» todas las organizaciones sociales, obreras, empresariales, sindicales o indígenas que pudo.

De ésa forma, el MAS aseguró una buena cantidad de votos, impidió la conformación (y participación) de otros partidos y eliminó cualquier posibilidad de competencia electoral. ¿El resultado? El establecimiento de un sistema de partido hegemónico, un profundo menoscabo de la democracia y sus instituciones.

A medida que pasan los días, se hacen más frecuentes los lamentos y la desesperación de ciertos “analistas” y parte de la militancia azul: “si evistas y arcistas no se ponen de acuerdo, ¡el MAS puede desaparecer!”, “¡el partido más grande de la historia de Bolivia se va a perder!”, “¡el proyecto de los pueblos, de los marginados durante 500 años se destruye!”

Ésa estrambótica desolación me produce cierta expectativa. Celebro que el cisma al interior del MAS adquiera mayor profundidad, producto de los delirios mesiánicos tanto del “jefazo” como del “neo-líder popular”, las vendettas entre los miembros privilegiados de sus cúpulas, y el confuso comportamiento de sus bases. ¿Por qué? Muy simple: la transformación del sistema de partidos en Bolivia es posible, ya sea por la escisión del “instrumento” o la irresolución de sus crisis.

Con todo, mi respuesta a la pregunta que titula éste artículo es un rotundo . Es probable que “evistas” y “arcistas” lleguen a un acuerdo, en clara obediencia al “Grupo de Puebla” y, principalmente, para seguir aferrados a lo que los hace actuar como disímbolos presuntos: el poder. Sin embargo, como partido, el MAS ya no cumple funciones institucionales ni sociales; ha perdido estructura, rumbo ideológico y oferta programática. Y el tiempo que queda para las próximas elecciones nacionales es insuficiente para que los “hermanos” puedan recuperarlos. Aún si lograsen una reagrupación sólida o una verdadera transformación interna, la tesis es única: un sistema de partido hegemónico se desestabiliza a la vez que su partido “generador” pierde fuerza y dimensión.

«Los partidos son producto de periodos históricos complejos», escribió Linz. Sin ánimo de contradecirlo, creo que también sucede lo opuesto. Las acciones de los partidos políticos determinan la historia y el desarrollo de un país. Así como un sistema político puede ser trastocado con el nacimiento de un sólo partido, también puede reconstruirse a partir de la escisión de su agresor. Muchas veces, la Política se transforma en el escenario propicio para lo impensado y lo paradójico.

[1] Sartori, Giovanni. (2012). Partidos y sistema de partidos. Marco para un análisis. Alianza

[2] Linz, Juan. (1989). La quiebra de las democracias. Alianza

[3] LaPalombara, Joseph y Weiner, Myron. (1972). Political parties and political development. (Versión digital)

[4] Tipología desarrolla por Otto Kirchheimer en The transformation of the Western European party system y El camino hacia el partido de todo el mundo.

América Yujra Chambi es abogada.

Facebook Comments

Latest from Blog