América Yujra – De la “unidad” que no será a otras mucho más probables

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105 días duró la cordialidad que llevó a Samuel Doria Medina, Jorge Tuto Quiroga, Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho a firmar el pacto “por una oposición boliviana unida”. Y aunque todos ellos, incluidos los personajes que se sumaron a este “ejemplo de sabiduría”, aseguren que la “unidad” sigue indemne, los hechos últimos demuestran otra realidad.

En un verdadero ejemplo de sabiduría, Karl von Clausewitz dijo en su tiempo: “La estrategia traza el plan de la guerra y, para el propósito aludido, añade la serie de actos que conducirán a ese propósito”. Y si de propósitos hablamos, el “bloque de unidad de oposición” —términos contrarios cuya conexión sólo admitiría una yuxtaposición gramatical— se trazó dos:  1) terminar con el ciclo del MAS y 2) contar con un programa que cambie radicalmente el país. Hasta ahora, las estrategias usadas y los actos realizados por los miembros de la “unidad” sólo han servido para perder credibilidad, para dar la razón a sus detractores y al régimen, oxígeno.

La culpa no es sólo de Tuto y su reciente tácito auto-desmarque del “bloque”; o de Samuel y sus tácticas proselitistas old school (ataques disimulados, filtración de data interna) para lograr un posicionamiento mediatizado más agresivo; o de la miope confianza de Mesa, Amparo, Cuéllar o de Camacho sobre una “unidad” que sólo se sostenía en dos hojas de papel. Si el acuerdo no funciona es porque fue mal concebido y construido.

Una “unidad” —coalición, en política, es el término correcto— entre partidos y actores políticos es viable cuando existen coincidencias o cercanías ideológicas, deontológicas y programáticas. De otra manera, cualquier “unidad” no es sostenible en el tiempo. Cuando el objetivo pretendido es único —el poder político—, ni intereses ni enemigos comunes garantizan una coalición estable. Casi siempre, para uno o dos, la ambición política pesa más que cualquier pacto, e irán a por ella individualmente.

Las referidas concordancias no son homogéneas; pues todas las posturas del cuadrante político (izquierda, centro-izquierda, derecha, centro-derecha) cohabitan al interior del “bloque”. Pero éste no fue su único error.

El “bloque opositor” se presentó como una opción electoral compuesta, pero su imagen final fue la de una reunión de viejos y conocidos personajes políticos, muchos con más de dos décadas de trayectoria y varias elecciones (perdidas) encima.

Aunque inicialmente manifestaron ser un “bloque abierto”, la selección de candidatos se circunscribió en sólo dos figuras (Tuto y Samuel), evidenciándose así una deficiencia articuladora del “bloque” para convocar y atraer a otros partidos políticos o pre/posibles candidatos.

Desde que suscribieron el pacto de “unidad”, dieron más énfasis a la consolidación de una “candidatura única” que a la construcción de un programa de gobierno que enuncie los tópicos centrales que actualmente preocupan a la ciudadanía, lo que generó un desgaste electoral prematuro de sus dos precandidatos y del “bloque” mismo.

En política, hacer una “unidad” en base sólo a buena voluntad es ridículo, propio de inexpertos. Se necesita compromiso, responsabilidad, control y autocontrol de sus miembros, un feedback constante entre ellos; de otra forma, es imposible ofrecer una opción de “unidad” a los electores.

Adicionalmente a todo lo anterior, el “bloque opositor” careció de consistencia, congruencia y diferencia. La imaginativa de “unidad” no traspasó a lo material porque su mensaje no fue consistente ni congruente con los actos realizados por sus miembros. Asimismo, pese a que una de las críticas políticas al régimen fue su escisión por angurria de poder, el “bloque” no hizo el esfuerzo de conciliar sus divergencias y mostrarse diferente al MAS.

La “unidad de la oposición” ha sido una demanda ciudadana en 2019, también en las elecciones de 2020. Pero, ¿qué sucedió? Cada grupo opositor asumió ser el centro del universo, y cuando apareció la madurez política y cedieron (por fin) hacia la opción útil, la ciudadanía ya había perdido su confianza y ellos, su credibilidad. Los electores vieron más estabilidad orgánica-política en el MAS y terminaron votando por el régimen que habían confinado doce meses atrás. Aunque parezca inexplicable, la ciudadanía recuerda más los errores políticos de la oposición que los del MAS, y les cobra factura en las urnas.

En la política aplicada, sólo los partidos pueden subsistir en un tiempo indefinido; las figuras políticas no pueden ser eternos candidatos, porque su desgaste electoral termina por convertirlos en opciones inelegibles. Samuel Doria Medina, Tuto Quiroga, Carlos Mesa, Fernando Camacho —incluidos Manfred Reyes Villa y Chi Hyung Chung, aunque no sean del “bloque”—, cada uno de ellos tuvo su momento político. Sólo Mesa fue capaz de aceptarlo. Qué diferente hubiese sido si los demás hubieran seguido su ejemplo. ¡Qué diferente hubiese sido el futuro del “bloque opositor” si, en lugar de ataques, diatribas y demás afrentas mutuas, sus miembros hubieran empleado su tiempo y esfuerzos para impulsar o dar espacio a nuevos liderazgos, a nuevas figuras políticas!

Los errores de la “unidad que no fue” no quedan ahí. Las cruzadas proselitistas de sus abanderados también mermaron su frágil constitución. Samuel y Tuto se enfrascaron en una campaña que ya lleva más de 100 días —quizá a esto hace referencia el reiteradísimo slogan del primero—, campaña que parece tener un enfoque equivocado en su delimitación de aliados y adversarios (estratégicos y coyunturales, en ambos casos).

Independientemente de su duración, las campañas electorales generan determinados efectos en los futuros votantes. Los ideales son tres[1]: activación (ciudadanos se inclinan a apoyar una opción), refuerzo (ciudadanos confirman su intención de voto), conversión (ciudadanos son persuadidos o convencidos por una opción). Por eso, aún en una etapa pre-electoral no oficial, las estrategias de campaña debieron estar dirigidas a un posicionamiento efectivo de los programas de gobierno antes que la figura (o carisma) de cada candidato. En éstos 100 días, sólo se vio una demostración de estrategias de ataque entre (supuestos) aliados.

Con todos los errores enunciados, ¿pueden los miembros del “bloque” afirmar que han logrado alguno de ésos efectos? ¿Pueden seguir diciendo que la “unidad” sigue vigente? Las respuestas son más que obvias.

Mientras el “bloque” y los restantes grupos de oposición van errando su camino rumbo al 17 de agosto, el régimen va apostando por una opción que ha ido actuando electoralmente desde hace tiempo: Andrónico Rodríguez. Quizá su objetivo inicial no era tan grande (presidencia), pero, pese a que lo ha negado hasta antes de su última publicación en redes sociales, su intención siempre ha sido figurar como una opción electoral viable.

A diferencia de la oposición, el masismo sí sabe de “unidad”. Lo demostró en 2020, cuando todos sus miembros se cerraron en torno a Luis Arce Catacora. Pese a que existían otros candidatos, pese a que la huida de Evo Morales y su círculo cercano generó varios conflictos internos, el masismo entendió que sólo podían recuperar el poder si la oposición metía la pata y si se mantenían unidos. Ambas cosas terminaron dándoles la victoria.

“Arcistas” y “evistas” saben lo que ocurrirá si pierden las elecciones de agosto próximo. Por instinto de supervivencia, por preservar sus privilegios, por mantenerse en el poder, ambos grupos harán lo que hicieron en 2020: unirse para empujar candidaturas que ofrezcan al electorado lo que la oposición tradicional se niega a hacer: renovación.

Hacer política no es sólo aparecer en una foto conjunta, dándose la mano unos a otros mientras fingen sonrisas y simpatía grupal. Hacer campaña no sólo hacer caminatas o mítines de región en región, tampoco es postear vídeos divertidos en redes sociales, o copiar slogans extranjeros. Hacer política y campaña electoral es posicionarse ante la opinión pública, comunicando relatos, ideas, propuestas e ideologías sin inconsistencias ni incongruencias ni postureos. Los electores premian con su voto la persistencia, la seguridad y la credibilidad que candidatos y partidos logren transmitir; lo contrario, ya sabemos cómo termina.

Así comenzó abril, el primer mes electoral oficial: con una oposición cuya unidad perdió credibilidad, con otra que puede generarse dentro del régimen y con una última que podría surgir espontáneamente, si la conciencia y la memoria se activan en muchos de nuestros conciudadanos.

[1] Lazarsfeld, P.; Berelson, B.; Gaudet, H. (1968). The people’s choice. How the voter makes up his mind in a presidential election.

América Yujra Chambi es abogada.

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