Por: Max Baldivieso
El quehacer de la noticia en el país está plagado de informaciones, desde las más rutinarias hasta las que desgarran el alma. En medio encontramos el periodismo amarillista, que, sin ningún tipo de tratamiento, con intereses ocultos y casi perversos, lleva al lector, radioescucha o televidente por diferentes estados emocionales. Invade las mentes llenándolas de sentimientos ajenos que ratifican la miseria como un hecho positivo y llevan el bienestar a un lugar de cuestionamiento para negarlo.
Al revisar artículos que marcan agenda, encontramos los de un fiel representante de esta forma de escribir que encubre la verdad, colaborador del dictador Hugo Banzer y ex alcalde paceño. Nos referimos a Ronald MacLean, quien bosqueja la etapa de la dictadura banzerista como un sueño de la bonanza y el crecimiento. Describe al dictador como un patriota que hizo retornar a la democracia y que sacó al país de las manos del monstruo que lo torturaba. No añade que el monstruo era ese personaje enterrado con el uniforme que vistió orgulloso en sus masacres.
Después encontramos a Luisa Fernanda Siles, con un artículo sacado de los pelos y que calza con el amarillismo que enajena la realidad. Ahí se hace una comparación ridícula con los talibanes, a los que describe como una novela turca. Busca solo lo macabro en la existencia de los grupos religioso-extremistas para llamar la atención y justificar a la ex presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, a la que no le tembló la mano para emitir una ley que dio luz verde a los militares para disparar y asesinar gente en las calles. Que consintió a los policías para torturar a una mujer en la cárcel hasta que pierda a su bebé y que dejó huir del país a corruptos como el gerente de Entel y a Arturo Murillo, entre otros.
Este artículo, cargado de odio, retrata a Áñez como la víctima que encarna la dignidad, la justicia y la democracia. Olvida que ella misma propició la realidad que la llevó detrás de las rejas. Fernández es un claro ejemplo de la manipulación y amarillismo del periodismo boliviano que no cuenta los hechos que llevaron a la cárcel a la ex presidenta, solo la victimiza desde una mirada de clase, sin memoria histórica.
Estos cronistas, graduados en el amarillismo, tienen la estrategia de escribir desde su realidad. MacLean embandera a un dictador con la premisa de demócrata y Fernández habla de un grupo radical de manera escueta y lo compara con un contexto diferente. Ambos defienden su clase, agazapados en el escudo de la intelectualidad, sin tener conciencia.
Estos individuos jalan el gatillo desde sus cómodos escritorios, menosprecian a los muertos de las dictaduras y de las recientes masacres. Desmerecen la tarea titánica de conseguir vacunas y pruebas gratuitas, la reactivación de la económica para todos y el empeño de caminar con los más vapuleados. Minimizan el golpe de Estado que permitió que se instale un gobierno que vació las arcas estatales.
Tal vez sea necesario replantearnos como medios de comunicación y, como periodistas, dejar el amarillismo por conservar empleos y decir la verdad o, por lo menos, dejar que los protagonistas hablen desde lo vivido. Por cierto, sería bueno no dar la palestra a individuos que, a través de sus artículos, pretenden disfrazar a lobos con pieles de corderos, hechas con los intereses de unos cuantos que quieren retornar al poder para servirse otra vez de él y no servir al pueblo.