Unidad o hundimiento.
Bolivia se ahoga. La economía está en terapia intensiva, los alimentos suben, no hay combustibles, el empleo escasea, la informalidad manda. Bolivia está al borde del colapso. La economía se desmorona, la justicia no existe, el desgobierno es total. En lo social, el tejido se rompe a pedazos: la inseguridad, el narcotráfico, la migración forzada y la desesperanza se han convertido en parte del día a día. La institucionalidad democrática está deshecha, y la corrupción se ha vuelto el idioma oficial de la administración pública.
Nos acercamos a las elecciones del 17 de agosto en medio de un país sin rumbo, sin esperanza, y sin liderazgo firme. Mientras el pueblo se hunde en la desesperanza, los responsables siguen en sus tronos políticos, aferrados al poder y sus privilegios.
El Movimiento al Socialismo (MAS), desde Evo Morales hasta sus herederos políticos, ha conducido al país a un estado de ruina total. Han destruido la institucionalidad democrática, han capturado la justicia, han instalado el miedo como método de control y han vaciado la economía con una corrupción descarada. Bolivia, hoy, es una nación fracturada, sin salud fiscal, sin empleos, sin inversión ni seguridad jurídica.
Pero tan peligroso como el MAS es la falta de madurez en la oposición. En 2020, la dispersión, la mezquindad y el ego de algunos sectores permitieron que el MAS volviera al poder. Hoy, estamos a punto de repetir el mismo error histórico. El país no quiere 10 candidatos ni partidos fantasmas que no llegan ni al 1% de intención de voto. El país exige una sola cosa: unidad verdadera.
En este contexto, las figuras de Jorge “Tuto” Quiroga y Samuel Doria Medina emergen como la única opción realista y estructurada. Ambos tienen experiencia, visión de Estado y, sobre todo, un historial de lucha frontal contra el autoritarismo del MAS. Han enfrentado persecución, ataques, amenazas. Tuto ha sido, además, una voz clave a nivel internacional para denunciar los crímenes del régimen masista y defender los derechos de los bolivianos en los espacios donde más importaba ser escuchado.
Ahora bien, las críticas a ambos no son ajenas a la realidad. Muchos los acusan de ser parte de la “vieja política”, de representar ciclos pasados que ya no entusiasman a un electorado joven y harto de los mismos nombres. Y hay que decirlo con claridad: esas críticas tienen parte de razón. Pero también hay que decir algo con la misma fuerza: Bolivia no está para improvisaciones ni aventuras electorales. El país no puede darse el lujo de tropezar con una candidatura sin estructura, sin capacidad de gobernabilidad o sin respaldo nacional e internacional.
Entre Tuto y Samuel existe un acuerdo previo: elegir un candidato único mediante encuestas. Sin embargo, la disputa por la hegemonía amenaza con enterrar ese compromiso. Si no logran ponerse de acuerdo, si anteponen sus ambiciones personales a la urgencia del país, la historia no los absolverá. El pueblo tampoco.
A esto se suma el cinismo de Manfred Reyes Villa, quien ataca a ambos por su participación en el gobierno de transición de Jeanine Áñez, olvidando —o fingiendo olvidar— que fue ese gobierno el que le permitió regresar al país después de más de una década de exilio forzado por Evo Morales. Su memoria es corta, su ambición larga. No representa renovación ni esperanza, solo oportunismo.
El pueblo boliviano está cansado. La gente quiere soluciones, no discursos. Y esa solución solo vendrá si hay unidad real. No hay espacio para “candidatos testimoniales” ni agrupaciones que usan el proceso electoral para negociar cuotas de poder. Que se preparen para dentro de cinco años, pero ahora es el momento de cerrar filas por el bien común.
Bolivia no resiste más. Si no se logra la unidad, los culpables del naufragio no serán solo los del MAS. También lo serán aquellos que, por ego o ambición, permitieron que el país se hunda.
Es ahora o nunca. Y si fracasan otra vez, que sepan algo: el pueblo no olvida.
Gonzalo Espinoza