El gran cambio de la primera década del siglo XXI se resume al color de piel del poder. Ahora es moreno. Cambió la pigmentación de la melanina de la dominación, pero el ser boliviano sigue siendo el mismo de hace más de un siglo. El alma nacional sigue encadenado a tabús e historias de un pasado tormentos que se refleja en resentimientos y miedos patológicos.
La arqueología del ser boliviano descubre a un pueblo contrariado por el destino que busca la felicidad en un pasado que no fue tan glorioso, de otro modo, jamás hubiéramos tenido este presente. Entonces se propone resucitar el Tahuantinsuyo o recuperar los saberes ancestrales que ya no son lo que eran, pues, como todo conocimiento se define en su natural evolución, de otro modo sería dogma y no conocimiento.
Ante tanta mezquindad de la historia, el ser boliviano estalla de júbilo cuando un jugador de la selección (Raldes) le echa unas cornadas al mejor futbolista del mundo. Esa osadía face to face se traduce en una auto-condecoración con una medalla de orgullo que, en realidad, no es el espejo del ser, sino del parecer, una extensión del espíritu nacional aprisionado por una cadena de decepciones.
La genealogía del ser boliviano revela que ha constituido al otro igual que él en la fuente del engaño para alcanzar la felicidad. Son “vivos” vendiéndole menos kilos de lo que pagó, desplazándole de su turno de la fila al menor descuido, preservando el trabajo con el menor esfuerzo y aferrándose a un sistema de corrupción sabiendo que enjaulará el futuro de millones de personas. Celebra cuando “mama” a alguien o se “pendejea” ante el vecino en lugar de condenarse por haberse afectado a así mismo a través de ese otro.
Vivimos un proceso que mata día a día el cambio y te dice (escribiría Foucault) que si bien no ejerces el poder, puedes sin embargo ser tú el soberano, aún más, cuánto más renuncies a ejercer el poder y cuanto más sometido estés a lo que se te impone más serás soberano y preservarás tu cargo hasta el 2020.
Ante tanta escasez de poder, el ser boliviano se zambulle en el alcohol con excusas nimias y rinde culto a todas las deidades conocidas en un ceñido calendario de tradiciones. Dice que así vive bien.
¿Podrá morir ese ser y nacer otro acorde a la sociedad del conocimiento? Urge para que no siga creyendo que masticando coca (yo también pijcheo y acullico, por si acaso) construirá un país rico, dominará el mundo y alcanzará el vivir bien. Urge para que no se ilusione con un pedazo de mar y crea que le traerá la mágica solución a su pobreza material.
La educación es el mejor camino para superar a ese ser que viaja al futuro en un tren que va al pasado. La ontología histórica nos obliga a erigir al nuevo ser sobre el cimiento del poder saber para luego transitar al poder hacer y alcanzar el poder del conocimiento, el único poder infinito.
Entonces, el poder económico no será el fin del ser que engaña al otro para acumularlo; tampoco el poder político será una adicción megalómana para aplastar la crítica.
No sirve de nada echar la culpa a los políticos oficialistas-opositores o a los policías o a los militares, ellos son el reflejo de sus electores. Es inconcebible una sociedad buena con políticos malos, aquella es la causa y éstos la consecuencia. El gobierno es el reflejo de la gente.
Una sociedad se desarrolla solo a través del conocimiento porque la enriquece moral y materialmente. Sin él la sociedad corre el riesgo de enfermarse. Con él, las personas se convierten en seres capaces de complementar su libertad con aquel otro diferente culturalmente.
La educación nos constituye en sujetos con conocimiento, sujetos epistemológicos, de acción, productivos, de realización y no de lamentos y emborrachados por el nuevo color de piel del poder.
Ser boliviano
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