Palmasola

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Andrés Gómez Vela
Una sociedad encierra en la cárcel sus errores. A aquellos seres que no pudieron escapar al dolor de la existencia. Hombres y mujeres que vivieron anhelando cosas que nunca llegaron, al menos por la vía lícita, que para ellos y ellas no fue sinónimo de justicia, entonces se hastiaron y se vieron empujados, en muchos casos, a caminar la senda de la ilegalidad, que no es lo mismo que la injusticia.
Las cárceles, en definitiva, son el reflejo de una sociedad. Si tiene más cárceles es porque tiene más leyes, pero menos justicia entendida como la distribución adecuada de oportunidades, riqueza, palabra y poder y no como consecuencia de tribunales. Y si esas cárceles están llenas de personas, probablemente, hay un Estado que confunde la justicia con las rejas que aprisionan a sus mismas víctimas.
La matanza de Palmasola expone algunos de los problemas existenciales de nuestra sociedad, que por un lado cree que el mundo en su conjunto es bueno y que los malos somos los seres humanos porque nos dejamos arrastrar por pasiones, intereses y deseos inconfesables; y por otro lado, piensa como Arthur Schopenhauer, que “nosotros somos las víctimas, los que padecemos, y el mundo, el conjunto es lo malo, lo siniestro, lo que está poseído por un afán incansable de oposición, de destrucción, lo que busca y desecha cosas de forma constante”.
Palmasola es de hondo calado no sólo para analizar el sistema penal ideal para combatir el crimen, sino para escudriñarnos como sociedad. La forma de la masacre de 30 reos y casi 50 heridos (planificado y ejecutado mientras dormían las víctimas) refleja el desprecio inexplicable por la vida, que parafraseando al filósofo Soren Kierkegaard, podemos sostener que el crimen fue cometido por personas que asumieron su subjetividad como su única verdad y que, para ellos, la cárcel no es más que el paso definitivo a la nada, sin más horizonte que la reproducción del ser criminal, incubado por una sociedad y un Estado que lo abortó como su mismo victimador.  
¿Cómo reaccionar? No tengo la respuesta exacta, pero mirando más allá, urge reforzar el núcleo familiar como espacio de reproducción de valores para acondicionar el mundo para una convivencia humana y mandar a las escuelas y colegios a niños, niñas y jóvenes que reproduzcan el valor de la vida en sus relaciones cotidianas, no sólo como el no aniquilamiento del otro, sino como la realización de uno con los demás. Un ser que entienda que el bienestar de uno depende del bienestar de los otros y no de su anulación. 
Necesitamos constituir bolivianos y bolivianas que experimenten que todo esfuerzo es premiado con una corona a las virtudes de la disciplina, tenacidad, inteligencia, razonamiento, respeto, igualdad, comunicación; y que se convenzan que valen como individuos sólo cuando son parte de una comunidad jurídica, política o social. Entonces comprenderemos que la solución de los conflictos no sólo pasa por la ley, sino por la justicia que nos conduzca a conjugar el interés individual con el colectivo, hasta palpar que al dañar al otro, nos estamos dañando a nosotros mismos como individuos. De ese modo, entenderemos que el poder es un medio para servir y no para anular al distinto. 
Las cárceles debieran ser el último extremo de un Estado que previene el “nacimiento social” de criminales, garantizando a cada uno de sus ciudadanos servicios básicos e igualdad de oportunidades para realizarse como persona, profesional, padre, madre, hijo.
Entonces los derechos se complementarán con las obligaciones y superarán la definición de Marx, que escribió que los llamados Derechos del hombre -con sus reivindicaciones de libertad, igualdad, participación en el poder político- “no son verdaderos sino derechos del burgués, dueño ya de un Estado destinado a garantizar sus privilegios y deseoso ahora de eternizar en un código inmutable los principios del libre cambio”. 
Una sociedad sin cárceles es una sociedad sin injusticias. En el caso boliviano, debemos aspirar al menos a una sociedad donde la ley es sinónimo de justicia y las cárceles verdaderos centros de rehabilitación. 

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