Movimiento obrero

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Andrés Gómez Vela
Cualquier manual de marxismo predestinaba a la clase
proletaria (obreros-asalariados) a protagonizar la revolución socialista. Esta
regla se rompió con la Revolución Mexicana (1910), encabezada por campesinos
pobres y la Revolución Rusa (1917), que tumbó al reino zarista también con el
mismo sujeto excluido de la vida.
No sucedió lo mismo en Bolivia, donde la Revolución
Nacional de 1952 fue encabezada por obreros, seguido de campesinos. Ambos
echaron del poder a la oligarquía minero feudal. Como prueba, la gesta logró la
Reforma Agraria (aunque a medias), el Voto Universal, la Nacionalización de las
Minas y la Reforma Educativa. Las dos primeras medidas favorecieron, más que
todo, a los campesinos, que habían sido excluidos de la vida política desde la
fundación de la República. La tercera estuvo dirigida al proletariado y la
última a toda la comunidad porque echó los cimientos pedagógicos que edificó a
los hijos de la Revolución.
Desde entonces, el movimiento obrero se convirtió en
el sujeto histórico que comandó la resistencia a la dictadura y repuso la
democracia. La educación, producto de la Revolución, formó al intelectual de la
clase media, quien organizó partidos, movimientos sociales y agrupaciones para
consolidar la democracia pactada, a la que empaquetó en un régimen económico (neo)liberal,
y organizó un Estado deficiente que reprodujo la exclusión y engendró al próximo
sujeto revolucionario: el indígena originario campesino.
El proletariado fue derrotado por los propios
gestores e hijos de la Revolución en agosto de 1985, cuando se dictó el Decreto
Supremo 21060, una medida contraria al Estado y modelo económico que había parido
aquel 9 de abril, que explica todo lo que sucede hoy. La marcha por la vida fue
el último episodio histórico protagonizado, en ese tiempo político, por el
movimiento obrero.
El Estado con alma colonial y la democracia resumida,
simplemente, al voto universal, sumados a los 500 años de invasión de América,
puso por delante del movimiento obrero al sujeto indígena originario campesino.
Entonces, la contradicción revolucionaria se forjó entre Indígenas
pobres-marginados versus q´aras oligarcas privilegiados, pero se movilizó sobre
la alianza originarios-obreros, área rural-área urbana, hasta vencer en la
Guerra del Agua (2000) y la Guerra del Gas (2003).
Aquel sujeto político, concebido por la Revolución
del 52 y parido por la democracia liberal, tomó el poder en 2006, tras ganar
las elecciones burguesas. Por supuesto, contó con el respaldo definitivo del
movimiento obrero y popular y otras fuerzas sociales urbanas.
La reciente derrota de la COB es la segunda en 30
años de democracia. La primera vez (1985) fue aplastada por un gobierno
neoliberal, la segunda (2013), por un gobierno que se auto-rotula como socialista.
Sin embargo, no significa la muerte del movimiento obrero; por el contrario, la
“industrialización” que vive el país la resucitará poco a poco y repondrá como sujeto
histórico de los próximos cambios, en alianza con clases sociales periurbanas,
que crecen en los cinturones de pobreza de las ciudades.
El sujeto indígena originario campesino que gobierna
hoy pierde su condición revolucionaria, la pobreza y exclusión, y se convierte
en clase social conservadora porque muta a clase media y clase alta (con
fisonomía oligarca), vía cooperativas mineras, emprendimientos económicos individuales
y colectivos (microempresa, factorías) y operaciones ilícitas vinculadas al
contrabando y, en casos extremos, al narcotráfico.
El reciente conflicto social alerta sobre la
decadencia, primero moral y luego político, del sujeto reinante en este
momento, y advierte el advenimiento de otros grupos sociales revolucionarios que
nacen en las ciudades por la exclusión que sufren por el Estado Plurinacional.

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