Los niños japoneses limpian su colegio y sirven el almuerzo por turnos

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Texto: Andrés Gómez Vela

Fotos: Zunilda Echagüe Galeano y Delia Meneses Ferreira
Cuatro estudiantes que rondan los 10 años, dos niños y dos niñas, barren como si se tratara de un juego el patio de la escuela primaria Shichigo, ubicada cerca a Sendai, capital de la prefectura de Miyagi, Japón. Un sol invernal de media mañana, que cae oblicuo, alumbra desde un perlado cielo, pero no calienta el patio, donde no hay kioskos ni otro tipo de ventas de comida o golosinas para el recreo.

La escuela primaria Shichigo está ubicada en la prefectura de Miyagi.
Otro grupo limpia las gradas que unen el primer y segundo piso, donde están las aulas, modestas, pero espaciosas y equipadas con tecnología y material educativo. Los niños de esta escuela, al igual que de otras, se turnan a diario en el aseo. No hay un portero o una portera, al menos no vi ese día, que haga ese trabajo como en los establecimientos educativos bolivianos. 
Esta actividad ayuda a los niños a asumir consciencia de que cuesta más limpiar que ensuciar, aunque en su caso hay poco que recoger, pues no hay papeles ni botellas de plástico, ni envases de helados o golosinas tirados por aquí y por allá. También les enseña a entender que la limpieza de los lugares públicos (plazas, calles, centros educativos) es esencial para la salud personal.
De hecho, no entra siquiera a la escuela un poco de tierra de la calle pegada en las plantas de los zapatos porque estudiantes y profesores cambian de calzados en la puerta de ingreso.  
Niños y niñas tienen un solo tipo de zapato para desplazarse al interior de la escuela. Son de planta plana, algo así como unas zapatillas “unisex” deportivas. Éstas son adquiridas a principio de gestión por recomendación de la Dirección; en el caso de la escuela Shichigo son de color celeste y blanco.
Los visitantes también deben dejar sus calzados “mundanos” a la entrada, donde hay unas pantuflas de cuerina celestes de planta dura para calzar e ingresar. Lo propio pasa en las casas particulares o en algunos restaurantes, los zapatos callejeros quedan en la puerta y los huéspedes o clientes entran descalzos o se ponen unas alpargatas de lona, parecidas a unas babuchas. 
Lo que en Japón es normal, en Bolivia es sorprendente. Será que por eso,  medios de comunicación bolivianos titularon como ¡Insólito! ¡Increíble! la actitud de 30 voluntarios japoneses que decidieron llevar adelante, en los primeros días de enero de 2016, una campaña de limpieza en el Salar de Uyuni. 
Es más, los japoneses dejaron boquiabierto al planeta, cuando en el Mundial de Fútbol de Brasil 2014 limpiaban las graderías que ocupaban después de cada partido. La primera vez fue después que su Selección perdió ante Costa de Marfil por 2 a 1. Ese día sin importarles el resultado, recogieron la basura en el Estadio Arena Pernámbuco. En los siguientes partidos, algunos hinchas brasileños comenzaron a imitarlos.
El sitio G1 de Globo calificó este comportamiento japonés como «un show de educación y civilidad», lo que enamoró a la afición futbolística brasileña. 
En mi visita a Japón, entendí que el aseo es parte de la cultura nipona que se hereda en casa, se extiende a la escuela, a la ciudad, y viaja a donde va un japonés. 

“Quehaceres de casa”, una materia en el colegio.

Si en alguna parte de Bolivia desde mañana, los niños tendrían que limpiar los baños, sus cursos y el patio de sus colegios, casi estoy seguro que algunos padres y madres de familia reaccionarían en sentido negativo y advertirían que sus hijos van a la escuela a estudiar y no a barrer. 
En las escuelas japonesas pasa lo contrario, por ejemplo, hay una materia denominada “Quehaceres de casa”. Está destinada justamente a enseñar y aprender las tareas que, en muchos países, aún creen que solo pueden y deben ser realizadas por mujeres o personal de servicio. Entre esas tareas está la limpieza y otras actividades como la cocina y el servicio.     
1.050 niños y niñas estudian en Shichigo
Con esa visión, la escuela primaria  Shichigo, a donde asisten 1.050 estudiantes, organiza a sus alumnos en grupos para realizar tres actividades en comunidad: 1) la limpieza (o-soji); 2) el servicio del almuerzo; y 3) el uso de medios de comunicación en circuito cerrado. 
Es decir, los estudiantes sirven un día el almuerzo, otro día limpian las instalaciones, y otro día conducen los espacios de comunicación en la radio y la televisión de la escuela.  Además, deben ser parte del Comité Escolar y del Comité de Libros
Estas actividades tienen un objetivo: crear responsabilidades en los niños para que aprendan a convivir en espacios comunes o públicos en el marco del respeto y la reciprocidad.
Por ejemplo, su radio y televisión, que se activan tres veces en un día de clases,  que va generalmente entre las 08.25 y las 12.25, ayudan a poner en común las preocupaciones o actividades de la comunidad estudiantil. 
En tanto, el servicio del almuerzo busca que los niños puedan servir a sus semejantes en actividades cotidianas y necesarias para comprender la responsabilidad con el otro, con quien cada alumno convive en aulas o en los espacios comunes de la escuela.  

“Incentivamos la acción de pensar” 

Busqué en el interior del colegio, si había ventas de refrigerios. Ni una, ni siquiera una máquina monedera, donde introduces unos yenes, haces un click y obtienes el refresco deseado. 
Pero, sí hay cada día un almuerzo común. Ese día comimos una sopa con verduras, arroz, soya, carne de pescado, un pedazo de manzana y leche. Confieso, me gustó.     

En esta escuela, la jornada comienza de lunes a viernes con el periodo denominado autoestudio, que se extiende entre las 08.15 y las 08.50. Luego vienen las clases de ciencias, música, educación física, educación integral, según los horarios y grados de los estudiantes, quienes vuelven a casa pasado el mediodía. Los de cursos superiores suelen quedarse hasta dos horas más. 
“Creamos espacios posibles para que los niños piensen con su propia cabeza, incentivamos la acción de pensar y resolver”, explica el Presidente Corrector de la Escuela, Takahasi.
Justo ese día, lo estudiantes de sexto grado, que rondan los 12 años de edad, presentaron una maqueta gigante de la ciudad de Shichigo que quieren y proyectan para evitar el menor daño posible a la población en caso de terremotos y tsunamis, dos fenómenos que preocupan a los japoneses, prácticamente, desde que nacen.

La maqueta fue armada y articulada entre diferentes paralelos. Otro trabajo colectivo y coordinado entre niños, que curiosamente usan mochilas artesanales para llevar materiales y cosas personales a clases. Son de tela de algodón y están hechas a mano; no vi mochilas suntuosas, de lona o poliéster y con ruedas, como si fueran maletas de viaje. 
Me recordó a mi escuela Modesto Omiste de Uncia, Potosí, a donde los niños asistíamos con carpetas (así lo llamaban esa vez a las mochilas) hechas de sacos de mineral de Comibol, de tocuyo o de saquillos de harina y azúcar. 

“No gaste comprando botellas de agua”

El respeto al espacio público, por donde fluye la sociedad organizada, lo noté desde el minuto uno. 

Apenas llegué al aeropuerto de Tokio, una guía japonesa me hizo cuatro recomendaciones:

  1. No gaste comprando botellas de agua, puede tomar agua del grifo del hotel, es limpia;
  2. La basura está clasificada: un recipiente para papeles, otro para botellas de plástico; otro para material de vidrio y otro para basura tóxica; cada día un carro basurero recoge un solo tipo de basura;
  3. Usted puede salir a las calles y caminar solo por donde quiera y a la hora que quiera, nadie lo atracará;
  4. Respete las reglas de transporte y de peatón (en mi estadía de casi 15 días, no me entere si los autos japoneses tenían bocina). 
En Shichigo, el sol invernal se rinde a ratos en su intento de derretir la nieve que cayó un día antes en Sendai. Los niños japoneses caminan a prisa entre la cocina y las aulas para recoger la vajilla del almuerzo y cumplir las otras tareas. Y los profesores van en lo suyo. Y yo dejo las pantuflas celestes y calzo de nuevo mis zapatos de marca boliviana en la puerta de la escuela. 
   
Biblioteca de la escuela Shichigo, donde la limpieza es impecable. 

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