De la ciudad al Encuentro: ¿Cómo mierda piensas ir al TIPNIS?

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Morelia Eróstegui
Dime, ¿Cómo mierda piensas ir al TIPNIS? Me preguntó mi madre cuando le anuncié que partiría en unos días al XXX Encuentro de corregidores en Gundonovia. Las discusiones que siguieron a esa pregunta no se debieron exactamente al transporte que me llevaría hasta la primera comunidad del territorio entrando por la ciudad de Trinidad, sino al contexto político al cual estaba entrando. Al no tener una respuesta concreta que calmara su preocupación, no me dejó ir, pero igualito aliste mi cámara, mi reportera y mi mochila para el largo viaje que me esperaba. El camino que emprendería los días siguientes no me llevaría a un tour de vacaciones en el cual conocería este lugar que se había vuelto tan popular últimamente, me llevaría a registrar en calidad de periodista el debate que definiría la realización de la IX Marcha indígena para la defensa del TIPNIS. Para una persona que vivió toda su vida en la ciudad de La Paz, el recorrido sería lo suficientemente largo como para declararlo una travesía. Partí de La Paz una semana antes del encuentro, me dirigí a Cochabamba y luego a Santa Cruz. Una vez en Santa Cruz me embarqué en un bus hasta Trinidad. El último tramo me tomó más tiempo de lo pensado debido a un bloqueo de arroceros a medio camino que me obligó a caminar casi dos horas en la madrugada por la carretera atravesando barricadas de personas, fogatas y autos varados. Los nervios de no llegar a tiempo a Trinidad para subir a la embarcación que trasladaría a las comisiones de invitados al territorio, se calmaron cuando, con mi compañera de viaje, nos enteramos de que en Trinidad los organizadores del encuentro estaban enfrentando problemas para obtener la autorización de la compra de gasolina para poder realizar el viaje por el río Mamoré. Esta noticia nos anunció que el ingreso podría demorar más de lo habíamos planeado. Tres días después de partir de la ciudad de La Paz, llegamos a Trinidad. Una vez instaladas y ya en contacto con otros invitados de diferentes departamentos del país pudimos organizar una comisión para comenzar a registrar lo que ocurriría los siguientes días durante el encuentro.
Sin mayor experiencia en el medio me encontraba en calidad de periodista, con el apoyo de la Red Erbol. Con mucha incertidumbre de lo que pasaría en el encuentro, llegué a Gundonovia la comunidad del TIPNIS que concentraría a los corregidores que asistirían al evento. Mi primera impresión fue que me encontraba en un lugar mágico, que ameritó el largo recorrido: un ambiente caluroso, a orillas de un río lleno de diversidad, animales que cantan todo el tiempo. ¿Qué si puedo hablar más de este lugar? ¡Claro que sí! se puede hablar por horas de las sencillas casas que están preparadas para cuando sube el agua, del verde pasto que es más verde que cualquier otro que jamás haya visto, de la amabilidad y hospitalidad de las personas que viven ahí, de la cancha de la escuelita donde los niños ríen  y las niñas corretean, del último muro que tiene una puertita escondida (ella te abre a la densidad y misterio del monte), del agua tan pura y rica, de todas las familias que conocí y las que no pude conocer, es más, podría hablar días enteros de todo ello y me faltaría el tiempo para expresar tanta riqueza de ese mundo que corre el riesgo de destruirse  a nombre del progreso.  Pero lo que ocurrió ese 16 de marzo del 2012 en la comunidad de Gundonovia no era para nada mi llegada, sino el arribo de 41 personas del interior de este parque nacional y territorio indígena, todos ellos representando a las pequeñas comunidades que desde hace siglos lo habitan. En la tarde, a pocas horas de nuestra llegada, se inició el XXX Encuentro extraordinario de corregidores del TIPNIS, acompañado de música y de oraciones  que encomendaban la reunión al padre Dios.
El encuentro se realizó en un ambiente muy diferente del que conocía en la ciudad. Se trataba de un espacio con piso de tierra, sillas y bancas apuntando a una pequeña tarima encima de la cual  pusieron una mesa dónde se ubicaron los dirigentes. Un poquito más al lado, pero abajo, la notaria de fe pública que llevaba un registro del evento.  Mientras duraban las sesiones, se escuchaba el sonido de los insectos que volaban por ahí, el rumor del río Sécure y el motor de electricidad a gasolina que alimentaba la energía para la iluminación y la proyectora. Afuera se habían dispuesto más bancas para invitados de las subcentrales de la CIDOB y  CONAMAQ, así como otros invitados, entre activistas y  periodistas, justo donde me encontraba.
Al inicio del encuentro, el corregidor de Gundonovia dio las palabras de honor y pidió seriedad para la reunión, después de rezar, inició oficialmente el encuentro. Afuera de la reunión, en un papelógrafo, estaba escrito lo que se discutiría en estos días: “Consulta previa”, “Construcción de la carretera”, “Estrategias de defensa”.  Así fue que los que estuvimos ahí presenciaríamos un debate que reflejaría un proceso de construcción democrática que apela a la autonomía de los pueblos indígenas en las decisiones que tomen sobre el territorio que les pertenece.
Todos los corregidores que tomarían la decisión sobre la defensa del territorio habían llegado para la noche del mismo día. Más allá del sacrificio que significa  dejar sus comunidades, su trabajo y su familia, los corregidores presentes tenían una fuerza superior a la de cualquier otro invitado. Sentados todos en la asamblea seguían con atención el transcurso del encuentro. ¿Cuántas ideas habría en ese momento en sus pensamientos? ¿Qué expectativas tenían en relación con este encuentro? ¿Qué impacto tendría para su vida las decisiones que lleguen a tomarse durante esos días? Su presencia ahí representaba también a todos los deseos de un sector de los habitantes de diferentes comunidades del TIPNIS, digo un sector por que el otro ahora ha cedido a las prebendas del gobierno. Los gestos de los participantes del encuentro contenían la mirada de los que se habían quedado en casa, de quienes esperaban el retorno de sus representantes para conocer las determinaciones, para conocer lo que en su conjunto enfrentarían algunos meses más tarde o incluso en los siguientes días.
Nada evitaría que los corregidores puedan tomar una decisión en esos días, y pese a los rumores que llegaban, nadie intervino el encuentro: ni un partido de fútbol, que se había planeado para las mismas fechas del encuentro en la cancha de la comunidad (los equipos que jugarían: cocaleros del Consejo Indígena del Sur –Conisur- indígenas relocalizados, colonos a favor de la carretera), ni intereses ajenos, menos alguno que otro metiche uniformado que navegaba por el mismo río que nosotros habíamos surcado… Es cierto que a nuestra llegada no solo Gundonovia nos había recibido sino también la presencia de una embarcación de la Naval que estaba anclada en el puerto. Según un testimonio, los militares estaban esperando la llegada de un dirigente a la comunidad. Antes de empezar el encuentro, los del barco levaron su ancla y la antena parabólica que habían instalado a unos 15 metros de la asamblea, y remontaron el Sécure. De ellos no volvimos a escuchar más.
“Basta de las mentiras del gobierno, hay que anular la consulta que él quiere hacer ahora, cuando eso debería realizarse antes”, fueron las palabras de una mujer quien con el mismo derecho de voz y voto llevó al encuentro la posición de la comunidad a la que ella representaba. Esta posición era apoyada por los participantes quienes afirmaban que la consulta no era algo real, ni mucho menos buena, y no atendía los deseos de los pueblos indígenas.
Lo que se había decidido en la sede de gobierno como resultado de la VIII Marcha indígena, pocos meses antes, les daba total autoridad a las comunidades indígenas del TIPNIS para determinar lo que ellos considerasen adecuado para su territorio. Sin embargo, el logro que se había obtenido en noviembre del 2011 cuando llegó la marcha a la ciudad, fue irrespetado por el gobierno. Como se escuchaba en las calles de La Paz, la Ley 222 de protección del TIPNIS había sido borrada con el codo. “Nadie tiene por qué decidir de nuestro territorio”, escuché decir entre los corregidores. No puedo imaginar la decepción de los habitantes del territorio cuando les llegó esta noticia de que la Ley 222 estaba siendo modificada, menos aún cuando se les comunicó que el gobierno planeaba hacer una consulta en el territorio para que las comunidades decidan si querían o no la construcción de la carretera. Después de tanto esfuerzo realizado un año antes para llegar a La Paz y lograr la suspensión del proyecto carretero, todo volvía al principio.
¿Cómo actuar cuando las máximas autoridades de un país irrespetan de tal manera tu forma de vivir? Esta respuesta se determinaría al final del encuentro. Por el momento lo que se escuchaba era la opinión de los corregidores sobre este cambio de posición que despojó de toda credibilidad la palabra del gobierno; días después escucharíamos las medidas que se tomaron para que se respeten los acuerdos logrados y por ende a la nación.
Había llegado el momento decisivo, después de debates, intervenciones, preguntas, posiciones que tomaron tres días de agotadoras jornadas, los 41 corregidores presentes debían decidir las estrategias para defender el territorio. Las cámaras de los periodistas, apagadas hasta ese momento, se encendieron, alumbrando cada intervención. Se había pedido que los corregidores se sienten en las primeras sillas.Varios de nosotros siguiendo la palabra y las estrategias que se planteaban corríamos de un lado al otro de la sala para registrar lo que se decía. La postura era ya clara, pero, ¿Qué medidas tomarían para defender el territorio? Un corregidor propuso con mucha firmeza en sus palabras, formar una comisión de vigilancia para controlar el ingreso al territorio de personas sin autorización. La medida debía ser asumida con total responsabilidad para evitar el ingreso de funcionarios gubernamentales que busquen comprar la posición de las comunidades.
“Estoy de acuerdo en participar en la IX marcha, en defender el territorio”, dijo un corregidor. A esta propuesta se sumaron más comunidades: “sabemos que es difícil armar una marcha, se necesita tiempo para que se organice la IX marcha”, dijo otro. Todos tenían claro que sería muy difícil llevar a cabo esta marcha, tomando en cuenta que además habría riesgo de dejar la casa vacía. Cada vez que un representante de una comunidad pedía la palabra, mi corazón se paralizaba, porque presenciaba de primera mano cuales eran sus convicciones y la fortaleza de estas. Un corregidor apuntó que la marcha era  la única decisión que les quedaba, añadió que existía la posibilidad de ser avasallados si es que no defendían su territorio. Cuando decían IX marcha, la angustia crecía en mí, pero sentía un alivio al poder escucharlo por mi propia cuenta, sin intermediarios, confiando en esas voces. Se estaba armando la IX marcha en ese lugar. La novena marcha que se haga de una vez compañeros, esta afirmación se repetía en las diferentes voces que participaban, seguidas de aplausos cada vez más contundentes. Antes de que terminen de aplaudir, otro corregidor ya había tomado la palabra, por ello nosotros teníamos que correr grabadora en mano para registrar la decisión sobre las medidas que se tomarían para defender la casa grande, para defender su forma de vida.  Corría y corría para capturar todo lo que decían, pues fui para eso, para ser un intermediario de su voz, para llevar esto a quienes no creen en la dirigencia, para que se pueda conocer lo que se piensa, lo que se siente ahí dentro.
Ese día escuché comentarios muy fuertes, que eran seguidos con palabras de ánimo, de fuerza para la nueva marcha.  Algunos iniciaban sus discursos en moxeño trinitario, después daban su posición en castellano. Tantas veces escuchaba las mismas determinaciones: “vamos a la marcha”, “mi comunidad está de acuerdo con la marcha”, “estamos firmes en apoyar la IX marcha” que lo que inicialmente me resultaba extraordinario se me convirtió en frases repetidas hasta el cansancio y entonces recordaba la emoción que había sentido al escuchar la primera intervención. Y entonces comprendía la suma de convicciones de un territorio que se precia con orgullo de luchar por su modo de vivir.
Se trataba de intervenciones cortas que confirmaban la IX marcha, o de intervenciones largas que pedían seriedad en las decisiones de los corregidores para salir a marchar con todo, con el cien por ciento de las bases de cada comunidad, para tener peso. Un corregidor dijo muy firme: “Desgraciadamente el presidente no nos tomó en cuenta, queridos hermanos, se nos hizo la burla”… “Ojala ustedes los medios —y en ese instante se dirigió con la mirada al conjunto de periodistas que lo grabábamos—, saquen lo que los corregidores decimos, no sólo lo que les conviene.”
“Hay que cumplir con nuestras responsabilidades”, decía el corregidor de una comunidad, haciendo un llamado a los demás presentes para que comuniquen sobre estas decisiones a quienes se habían quedado en casa. Luego añadió: que si sale la marcha, todos debían participar para que en un futuro sus hijos puedan trabajar la misma tierra que les perteneció a sus antepasados, les pertenece a ellos y esperan que les pertenezcan también a sus hijos y  nietos.
¿Algún corregidor más? Dos personas se levantaron en ese momento para pedir la palabra, entre ellos, una mujer que se sentó cuando se le cedió el turno al varón. Habló después ella: “No soy corregidora pero sí representante de mi comunidad. Como todos han dicho ya, yo también estoy de acuerdo”. “Con la fuerza de todos nosotros, estamos firmes en apoyar la XI marcha hermanos. Si vamos a salir, salgamos con todos, pues, hermanos, firmes para seguir luchando por nuestro territorio” dijo  una mujer que al verla demostraba timidez  pero cuando tomaba la palabra te paralizaba la fuerza de su posición. Esta mujer esperó su turno, pero cuando habló pude escucharla realmente. En Gundonovia estas mujeres se paraban  y miraban con autoridad a los demás corregidores, con una voz alta y firme comunicaban sus propuestas.
Allí donde el agua sonaba, una mujer que también caminó en la VIII marcha, dijo que volver a salir era voluntad, que defender la casa grande era voluntad de dar un paso adelante. Pidió que el gobierno les escuche, que no los atropelle y que ya no les pongan policías. Esto último fue lo que más me desconcertó y me hizo recuerdo de dónde en el mundo estaba parada: este lugar era un país en el cual se pide respeto para los pueblos indígenas porque los gobiernos no lo hacen, donde se exige que no te pongan policías cuando quieres pedir algo justo, que se respete lo escrito en los papeles, las firmas, las responsabilidades.
 “…sus dirigentes cocaleros, a lo mejor si ellos están en una reunión lo invitan él ya está por allá”. Pero a esta reunión el Presidente del Estado Plurinacional no vino. Sí, claro, se le invitó, pero al parecer tenía otras actividades más importantes a las que asistir, por “coincidencia” en comunidades cercanas. No es de extrañarse que los corregidores se hayan sentido tan incómodos con la actitud que había tomado el primer mandatario, pero después de este encuentro a mí y a varias personas nos quedó claro que de parte del gobierno no había predisposición de escuchar las demandas indígenas del TIPNIS. Días después de realizado el encuentro, a  unos cuantos meses de la consulta previa, no me pareció tan extraña la noticia de que el presidente se viera tan  interesado por arribar a las comunidades del Isiboro Sécure. No tengo la menor idea de qué ocurrió esos días en algunas comunidades, me encontraba ya muy lejos del territorio como para escuchar las fiestas de bienvenida a los motores que transportaron funcionarios gubernamentales y regalos… Pero me alivió saber que después de esas visitas, las comunidades siguieron firmes en su decisión de marchar.
A medida que se desarrollaba el encuentro, se sumaba la aceptación a la marcha, comunidad tras comunidad. La posición de cada representante tenía tanta importancia como la anterior o la que le seguía, pero cada una era particular, única. Para mí, lo que ellos decían era intenso; para ellos, era expresar lo que tanto habían estado pensando durante esos días, lo que tanto habían debatido en casa. No soy quién para ingresar en el pensamiento de los corregidores, en especial para interpretar estas intervenciones; pero aquello que decían no era algo sin sentido ni reflexión, como algunos rumoreaban en la ciudad, se trataba de algo que de hecho, jamás en mi vida había presenciado: una situación tan importante como para poder sentirme testigo de los acontecimientos como lo hago ahora. Sigo con la intervención de un anciano: “El 15 de agosto del año pasado hubo la marcha, han ido mis hermanos y mis hijos a la marcha, yo no fui porque ya estoy ancianito, pero me duele el sufrimiento que han tenido los que han ido a la marcha en La Paz  el atropello que le ha hecho el presidente, y ahora se está decidiendo de otra vuelta la otra marcha, bueno han dicho los señores compañeros corregidores que va a continuar la marcha, yo por mi parte como corregidor de la comunidad San Limoncito estoy de acuerdo que se haga la otra marcha”.
Pensaba entonces quién sería el siguiente corregidor que intervendría y ese mismo momento alguien se levantó de su silla, señal de que expondría la posición de su comunidad: “Sobre la IX marcha yo creo que todos estamos de acuerdo, yo también estoy de acuerdo para esa marcha. El año 90 la primera marcha que hubo yo fui, llegué a la sede de gobierno igual como ustedes han llegado en este año. Entonces hermanos esas son las decisiones que tenemos ahorita, y aquí las delegadas, los delegados también yo creo que están escuchando a lo que están hablando los corregidores…” En ese momento el corregidor se dirigió a los delegados preguntándoles: “¿Sí?”  rápida fue la reacción de los delegados que en coro exclamaron un “¡Sí!” como respuesta. En ese momento algunos delegados respondieron también afirmativamente y con el mismo entusiasmo de la primera vez mientras que otros guardaron su respuesta. “… Delegados yo creo que también nos van a acompañar a la marcha yo creo,  no quiero que digan tengo trabajo, pero todos tenemos trabajo, entonces hermanos, yo estoy muy de acuerdo con la marcha.”, “Yo por mi parte, con la comunidad está de acuerdo que se haga la IX marcha, no desmayemos señores compañeros sigamos adelante tengamos esa voluntad, eso nomás sería”.
¿Alguien más?”, preguntaban los dirigentes al público y un corregidor respondió: “De mi pensar, toditos vivimos y vinieron los corregidores a que se haga la IX marcha, y que nos pasa en la novena marcha, mientras nosotros allá nosotros nos vamos a hacer atacar con la policía, mientras otros vienen  parceleando acá al TIPNIS. Mientras llegamos a La Paz en un medio de dos meses ya los otros entregan todos sus papeles y cuando nosotros nos vengamos aquí seguramente él ya forma otra marcha, contramarcha como lo ha hecho la otra vez”.
Ha pasado más de un mes desde mi viaje a Gundonovia. Regresé a casa llena de picaduras y recuerdos. Y también de palabras. Ya, desde la comodidad de mi vida cotidiana, tengo el recuerdo de aquellos días en los cuales pude compartir no sólo viaje, no sólo encuentro, no sólo una reunión que representaba a las comunidades que tuvieron en valor de mantener su posición de defender lo que es suyo: su territorio, sino el encuentro con otra forma de pensar los modos de vida, de habitar el mundo que los circunda, de establecer una relación con su entorno y con los demás. La novena marcha inicia ya y, con ella, las palabras que depositaron los corregidores en la acogedora comunidad de Gundonovia se transforman en hombres y mujeres que caminan cruzando el territorio nacional en la dirección que sus conciencias les dictan. Por ello he querido subrayar en esta breve crónica esas palabras que se dijeron, la intervención de los corregidores del TIPNIS, su posición frente a la IX marcha, la opinión de ellos sobre el derecho a decidir subre su forma de vida, porque son ellas, esas palabras, las que me acompañan ahora en este viaje.

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