Por: Ernesto Bascopé Con frecuencia se ha comparado a la actividad política con el teatro. Comparación razonable, en efecto, si consideramos que en ambos casos se trata de encarnar un personaje, de hacerlo creíble para el público y de transmitir un mensaje con convicción. En ese sentido, los mejores políticos, al igual que los mejores actores, serán aquellos que puedan persuadir a los ciudadanos de que la historia que cuentan es pertinente y plausible. Por “historia”, o relato, corresponde comprender, naturalmente, la visión de país que el político desea compartir. En cierto sentido, esta última es una interpretación del presente y