Lenguaje inclusivo: de la feminización a la neutralización

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En las últimas décadas, como parte de las reivindicaciones feministas, diversos colectivos han denunciado el carácter sexista de la lengua castellana —hecho que se extiende a otras lenguas románicas—, al ser esta un producto social y estar vinculada con las estructuras patriarcales hasta ahora vigentes. No obstante, la mayor crítica ha estado dirigida a la Real Academia de la Lengua Española (RAE), por ser la institución encargada de regular el uso de la lengua y de reunir sus palabras en un diccionario —no el único existente en la lengua, sin embargo—, lo que supone una selección de usos y acepciones. Se la ha acusado de reproductora del sexismo, conservadora y poco sensible con las reivindicaciones de equidad de género.

A partir de las premisas de que el lenguaje enmarca la realidad, de que lo que no se nombra no existe y de que la lengua es reflejo de una estructura social de tintes androcéntricos, los colectivos feministas han convertido la lengua en el espacio de lucha para desmontar el machismo. Tanto quienes sostienen que la lengua es sexista, como quienes matizan estas afirmaciones, aseguran que ciertas formas de la lengua castellana, en especial del masculino genérico (por ejemplo ‘todos’ para referirse a varones y mujeres), invisibilizan la presencia de la mujer.

En ese sentido, han generado diversas guías de uso no sexista de la lengua, hecho que ha limitado su aplicación; la mayoría motivada más en consideraciones extralingüísticas. Estas guías plantean propuestas de feminización, que suponen la inclusión de desinencias para marcar el género femenino en todas las profesiones y cargos (la concejala, la jueza, la pilota, etc.); empleo de dobletes para abarcar el femenino y el masculino (todos y todas); utilización del signo arroba como desinencia para referirse a masculino y femenino a la vez (tod@s, profesor@s) y, aunque no genera feminización —algunas palabras son gramaticalmente femeninas y otras masculinas—, uso preferencial de términos referidos a una colectividad (la humanidad, el profesorado, etc.).

En el 2012, Ignacio del Bosque, miembro de la RAE y ponente de su Comisión de Gramática, publicó un informe titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, en el que responde a estas demandas y guías de lenguaje no sexista. En resumen, destaca las contradicciones gramaticales de las guías, explica el uso no marcado del masculino y diferencia lengua de uso, para establecer que las lenguas no son sexistas per se, sino los hablantes que las utilizan. Los colectivos feministas rechazaron la respuesta.

El problema es que el debate se ha desarrollado, y se desarrolla, con criterios disímiles que difícilmente podrán conciliarse pues, por un lado, se tiene posiciones ideológicas y, por el otro —sin negar que siempre las ideologías subyacen en las posiciones—, se manejan criterios lingüístico-gramaticales. Así, la cuestión central es si una lengua es sexista per se y, si lo es, si es tarea de los académicos y lingüistas legislar para que deje de serlo, y, si lo hacen, si ello transformaría la realidad. A continuación, propongo revisar algunos aspectos de ese debate.

Como bien explica del Bosque, los sistemas gramaticales no son producto de ideologías, más allá de que las lenguas, al ser productos sociales, se vayan permeando de aspectos culturales, sociales y políticos. Las gramáticas cambian en el tiempo y, como se trata de sistemas, reacomodan sus elementos de tanto en tanto, dependiendo del uso de los hablantes, de las transformaciones sociales, del contacto con otras lenguas y de otros factores extralingüísticos.

Lo que sí es un hecho es que las lenguas no cambian como resultado de la decisión de las academias. ¿Cuántos hablantes tienen el hábito de consultar diccionarios o manuales de gramática para escribir o para hablar? Y los que consultan, una minoría vinculada a la academia o a los medios de comunicación (y eso), ¿siguen al pie de la letra las modificaciones que propone la RAE? Para entender la dinámica de uso, está el caso de los acentos ortográficos en los pronombres demostrativos que, en su Ortografía del 2010, la RAE aconsejó suprimir. Si bien esta se apoyó en una regla lingüística, aplicable a la tilde diacrítica que opone palabras tónicas o acentuadas a palabras átonas o inacentuadas formalmente idénticas, regla de la que se sustraen los demostrativos (pronombres y adjetivos) al ser palabras tónicas, y, si bien esa distinción suponía uno de los errores más frecuentes en la escritura, muchos escritores y editores de medios de comunicación rechazaron explícitamente el cambio.

Entonces, ¿qué evidencias existen para suponer que los hablantes acatarían las innovaciones lingüísticas propuestas y, más aún, que estas aportarían a la eliminación del sexismo?  Los hechos demuestran más bien que los cambios sociales producen cambios lingüísticos; los cambios sociales se reflejan sin esfuerzo en las lenguas. ¿Y la fuerza del acto simbólico?, preguntarán algunas. Al final volveré sobre ese punto.

El género gramatical

El género es una categoría gramatical compleja, que se relaciona con la realidad extralingüística de la diferencia sexual y social, aunque no de manera directa, pues la arbitrariedad afecta también a esta categoría, y no es la única oposición pertinente. Sin embargo, los distintos sistemas lingüísticos pueden aparecer más o menos sensibles a esta correspondencia, que es un intento de las lenguas por imitar la realidad (iconicidad gramatical).

Por otro lado, se ha identificado en las lenguas que el género no solo sirve para expresar la distinción sexual macho/hembra, expresada en masculino/femenino, sino para clasificar otro tipo de oposiciones, por ejemplo, animado/inanimado y, en otras lenguas, persona/no persona o humano/no humano.

Las lenguas romances perdieron el neutro en su evolución, por lo tanto, la oposición animado/inanimado perdió vigencia; las palabras del género neutro pasaron a engrosar el masculino o el femenino. Otras lenguas mantienen el neutro o un género común, que es masculino y femenino a la vez. Al respecto, debemos aclarar que el neutro, como género gramatical, se utiliza para las palabras que refieren a las categorías ‘no animado’ o ‘no humano’; el uso del neutro para referirse a la identidad sexual es reciente.

Las lenguas indoeuropeas, de las que forma parte el castellano, responden a los sistemas formales de concordancia nominal, que asignan a cada sustantivo un género con clases reducidas, mientras que otras lenguas, entre ellas las indígenas, además categorizan los sustantivos según rasgos semánticos variados, que no necesariamente se manifiestan a través de la concordancia. Por otro lado, existen lenguas —como el japonés y algunas lenguas indígenas—, que presentan la oposición de género como categoría pragmática, es decir, diferenciadora de los roles que cumplen varones y mujeres en la comunidad.

El masculino neutro

El centro del debate sobre el sexismo lingüístico en castellano es el masculino genérico, pues, según los colectivos feministas, este oculta la referencia a mujeres. No obstante, desde un punto de vista estrictamente gramatical, el género no marcado en castellano es el masculino, mientras que el género marcado es el femenino. Esto quiere decir que el masculino, cuando se refiere a seres animados, incluye a seres de ambos sexos/géneros, en cambio, el femenino solo se refiere a seres del sexo/género que le corresponde. Así, si decimos El perro es el mejor amigo del hombre, perro incluye a todos los seres, machos y hembras, de esta clase de animal; de la misma manera, hombre hace referencia a varones y mujeres que pertenecen a la especie.

El masculino plural, por su parte, incluye a varones y mujeres o hembras y machos a los que se haga referencia con el nombre, como en los profesores de Lingüística, lo que no ocurre con el femenino que restringe la presencia de varones: las profesoras de Lingüística. La no marcación del masculino estaría limitada por factores semánticos y extralingüísticos, por ejemplo, el saber que en la carrera de Lingüística solo hay profesores varones o si decimos solo Los profesores de Lingüística serán agasajados por el Día del padre.

Entonces, ¿el masculino genérico oculta, invisibiliza a las mujeres a las que hace referencia? Nuevamente, depende de la realidad extralingüística, de las asociaciones del hablante, que se construyen socialmente. Por ejemplo, si en su contexto, en los centros de salud, los hablantes solo son atendidos por varones o solo los varones son reconocidos socialmente, cuando digan los médicos, entonces solo imaginarán a varones. Al respecto, la misma RAE, en su Nueva gramática de la lengua española (2009), se refiere al uso del desdoblamiento (conocido como dobletes) cuando el contexto no es suficientemente claro para establecer la inclusión de ambos géneros. Así, da el ejemplo de Los españoles y las españolas pueden servir en el Ejército o los profesionales, tanto hombres como mujeres, en contextos en los que se asocia ciertas funciones solo con varones.

En castellano, suele interpretarse –a/ -o, como la base de la oposición morfológica de género, sin embargo, abundan palabras que no suscriben a esta oposición y que presentan otras terminaciones que no solo dan información de género, por lo que se conocen como marcas segmentales: abad/abadesa, actor/actriz, héroe/heroína.

Por otra parte, no todos los sustantivos terminados en –a son femeninos, así como no todos los terminados en –o son masculinos: tema, problema, mano, libido. Además, la oposición –a/-o no solo expresa oposición de género, sino semántica: bolso/bolsa, manto/manta. A ello se suma un grupo de palabras comunes en cuanto a género terminadas en –a, -ista, -e, -nte, -o, -ar, -er, -al: atleta, demócrata, pediatra, pianista, modista, cónyuge, estudiante, paciente, modelo, testigo, auxiliar, bachiller, comensal, profesional.

Entonces, en caso de que la dinámica lingüística permitiera intervenciones dirigidas a producir cambios, no es factible hacerlo de manera simple con todo el sistema.

La feminización lingüística natural

Utilizo el término feminización natural, pues me refiero a los procesos lingüísticos que se han dado al interior de las lenguas sin que medie ninguna demanda política reivindicatoria. Muchas de las formas que están en debate actualmente o ya existían o existen en algunas regiones, y su uso depende de factores extralingüísticos, como preferencias regionales o valoraciones positivas o negativas.

En el caso de las profesiones y títulos, debe considerarse que la realidad sociocultural es la que ha determinado la creación de palabras y la oposición de género, configurada de acuerdo con las reglas lingüísticas. En consecuencia, puesto que las mujeres estaban excluidas de ciertos cargos y funciones, no había necesidad de nombrarlas, situación que se ha modificado de manera importante en los últimos años.

Antiguamente se contaba con los sustantivos femeninos coronela, gobernadora, jueza, sargenta, presidenta, concejala, entre otros, que hacían referencia a “las esposas de”. Hoy en día, han perdido esa acepción para referirse a las mujeres que ejercen el cargo, y ya están instaladas en el uso y muchas consignadas en los diccionarios.

Por otra parte, en cuanto a oficios u otras actividades, hay una serie de formas femeninas que están más localizadas regionalmente, y que, por ello, despiertan dudas o rechazos por parte de hablantes de otras regiones. Es el caso de clienta, ayudanta, comedianta, dependienta, pretendienta, acompañanta. En Bolivia, las preferencias por estas formas podemos ubicarlas en el oriente, donde su uso está bastante generalizado; en algunos sociolectos, incluso arrastran a los adjetivos que son invariables: una ayudanta valienta. En el occidente, sobre todo en sociolectos medios y altos, estas formas son rechazadas y percibidas como incorrectas. No he conocido que algún colectivo feminista las haya reivindicado.

En otras regiones, son las mujeres las que rechazan las formas femeninas para referirse a sí mismas en su calidad de profesionales; prefieren la abogado, la arquitecto, la médico, pues consideran que la forma femenina connota cierto grado de inferioridad, que se explicaría por el pasado de estos términos que se referían a “las esposas de”.

La feminización oficial en Bolivia

En el ámbito oficial, hasta antes del 2006, fecha en la que se asume el inicio del “proceso de cambio”, no se discutió el tema de la feminización de las formas lingüísticas. Es así que la Constitución Política del Estado, reformada en 1994 y vigente hasta el 2009, utilizaba el masculino genérico u otras formas, tales como ‘persona’, ‘pueblo’, ‘ser humano’: Revisadas otras leyes anteriores, se puede constatar los mismos criterios de redacción.

Con la aprobación de la Constitución Política del Estado en el 2009, que plantea expresamente la equidad de género y resalta los derechos de las mujeres, se genera la oficialización de la feminización lingüística. Esta supone sobre todo el uso de desdoblamientos, además de las formas genéricas tales como ‘la persona’ o pronombre indefinido ‘nadie’, incluso en la forma invariable ‘joven’. Veamos algunos casos:

Las bolivianas y los bolivianos residentes en el exterior … (art. 27, inc.I)

Las mujeres no podrán ser discriminadas o despedidas por su estado civil, situación de embarazo, edad, rasgos físicos o número de hijas o hijos… (art. 48, inc.VI)

El Estado garantizará la incorporación de las jóvenes y los jóvenes en el sistema productivo … (art. 48, inc. VII)

Cuando se llega a los artículos que hacen referencia a cargos, es mucho más notable el uso, porque, además, arrastra la concordancia:

La Presidenta o el Presidente y la Vicepresidenta o el Vicepresidente del Estado serán elegidas o elegidos por sufragio universal… (art.166, inc.I).

No obstante, en el Título VII, relativo a las Fuerzas Armadas y a la Policía, los cargos están nombrados en masculino:

Las Fuerzas Armadas dependen de la Presidenta o del Presidente del Estado y reciben sus órdenes, en lo administrativo, por intermedio de la Ministra o del Ministro de Defensa y en lo técnico, del Comandante en Jefe. (art. 246).

El uso de formas masculinas en estas dos instituciones, pese a que se cuenta con mujeres que además han ocupado cargos importantes, muestra que o se trata de instituciones asociadas solo con lo masculino o que la feminización en la redacción no es consistente.

Creemos que ambas posibilidades son ciertas, pues, por un lado, son instituciones acusadas de machismo, y, por otro, luego de una revisión exhaustiva de todo el texto de la CPE, puede concluirse que la feminización no ha alcanzado a todos los artículos. Estos son algunos ejemplos:

Se evitará la imposición a los adolescentes de medidas privativas de libertad. Todo adolescente que se encuentre privado de libertad recibirá atención preferente por parte de las autoridades judiciales, administrativas y policiales. (art. 23, inc. I).

Nadie podrá ser detenido, aprehendido o privado de su libertad, salvo en los casos y según las formas establecidas por la ley. (art. 23, inc. II).

Otras leyes y códigos posteriores al 2009 presentan las mismas características. Esta revisión nos permite arribar a algunas conclusiones. En primer lugar, la falta de unidad en la redacción y aplicación de formas femeninas, sobre todo vía la duplicación o dobletes, genera una inconsistencia que no solo afecta a la forma, sino a las representaciones que pretende modificar; además, relieva los usos del masculino, los que, al estar rodeados de formas dobles, pierden su valor genérico y se definen como estrictamente masculinos, como en el caso de los cargos en Fuerzas Armadas y Policía.

En segundo lugar, si la intención no fue la de mantener formas masculinas por oposición a la duplicación de género, la falta de consistencia en la feminización nos muestra que los dobletes no son un recurso económico, generan problemas sintácticos en la concordancia y, en especial, recargan la redacción.

No obstante, con los problemas que la feminización acarrea, de manera oficial y, por ello, en los medios de comunicación, esta ya tiene un uso extendido, no así, sin embargo, en los hablantes comunes “de a pie”.

La neutralización, el nuevo lenguaje inclusivo

Cuando la visibilización lingüística de la mujer, vía la feminización y otros recursos, está consolidándose en algunos ámbitos, surge la propuesta de la neutralización. El uso de formas neutras, también bajo el denominativo de lenguaje inclusivo, es la bandera de los colectivos feministas de las nuevas generaciones. Las movilizaciones por la despenalización del aborto en la Argentina han sido su espacio de amplificación y difusión. No es una propuesta de consenso en el diverso abanico feminista, y, por ahora, se constituye en una marca generacional.

La neutralización ya no apunta al sexismo entendido como la distinción de roles entre varones y mujeres, sino a la concepción binaria de género, para incluir un “tercer género” que no se identifica con las realidades materiales o simbólicas de varones y/o mujeres. Así, en lugar de desdoblar ‘todos’ en ‘todas’, se usa un solo término: ‘todes’. No se suma, no se desdobla.

La neutralización acompaña las reivindicaciones de los colectivos LGTBI, aunque, vale la pena hacer algunas consideraciones. Dentro de la amplia diversidad que reúnen estos colectivos, encontramos identificaciones de género masculinas y femeninas. Están, por ejemplo, las personas transgénero, cuya reivindicación central es la búsqueda de su reconocimiento social a partir del género con el que se identifican, lo que supone también un reconocimiento lingüístico, empezando por su nombre (en sus documentos de identificación) y pasando por todas las marcas gramaticales de género utilizadas para referirse a ellas.

La neutralización lingüística estaría más bien dirigida a cubrir las necesidades de las personas con identidad no binaria o neutra (intersexuales), que no se identifican ni con varones ni con mujeres o que se identifican con ambos. De acuerdo con los datos de las Naciones Unidas, esta identidad alcanzaría el 0,05 a 1,7% de población mundial. No encontré datos sobre Latinoamérica, y menos aún sobre Bolivia.

Entonces, si el lenguaje enmarca la realidad y lo que no se nombra no existe; si la lengua vehicula identidades y representaciones sobre ellas, ¿cómo se concilia las demandas del 1,7% de la población con los usos ya arraigados, socioculturalmente heredados, de los hablantes (que son la mayoría) que se mueven dentro de la oposición binaria masculino/femenino? ¿Es posible imponer esos usos sin generar reacciones de parte de estos hablantes? La respuesta es no. Pero, por otro lado, están las consideraciones estrictamente lingüísticas.

El neutro –e, que se propone como morfema de género, se enfrenta a un sistema —como vimos arriba— de oposiciones diversas, que afectan a sustantivos (y sus acompañantes), tanto animados como inanimados (mesa, libro, enfermera, abogado…). Puesto que se trata de un morfema de inclusión de identidades sexuales, tendría que abarcar solo términos utilizados para referirse a la categoría ‘animado’ y, dentro, a ‘humano’. Aun así, la complejidad gramatical dificulta esta flexión.

Es aplicable a las formas con la oposición –a/-o, por ejemplo, amigo/amiga= amigue. La dificultad se presenta con las otras oposiciones: profesor/profesora, escritor/escritora, por ejemplo. ¿Tendríamos profeser o profesere?, ¿escriter o escritere? En el caso de los sustantivos de oficio ya feminizados (no hace tanto), ¿se anularía la feminización? ¿Ya no jueza, sino juece?; ¿ya no concejala, sino concejale? ¿Y todos los otros casos?

Las personas que rechazan estas formas —cuando no tienen motivaciones ideológicas—coinciden en que son fonética y morfológicamente difíciles (“suenan mal y no se pueden usar en todas las palabras”). La dificultad en la aplicación de este morfema puede constatarse en los discursos de quienes lo utilizan: aparece y desaparece.

En consideración de los problemas identificados arriba, ha surgido la propuesta del uso de “x”, en lugar de las vocales, en la lengua escrita. Este ejercicio lingüístico, dicen, se apoya en la apofenia, que permite ver patrones, hacer conexiones (o ambos) en sucesos aleatorios o en datos sin sentido. Sin entrar en ese ámbito que podría conducirnos a otro tipo de fenómenos, basta apelar a la competencia lectora, que le permite al individuo “llenar vacíos”, por lo que cada lector leería la palabra terminada en “x” con el género con el que se identifica.

Este, como lo admiten, es un ejercicio lingüístico más que busca incluir sin excluir, como se daría con el uso del morfo –e. Sin embargo, aún no es una respuesta consistente. Y hay una serie de formas que los propios colectivos crean para interactuar entre ellos, por ahora como juegos lingüísticos (ludolectos), de donde probablemente pueda irradiar una solución gramatical, que se extienda entre todos los hablantes, fluida y naturalmente.

Algunas conclusiones

Los cambios lingüísticos son inherentes a las lenguas, sin embargo, estos se producen como consecuencia de las transformaciones sociales o del cambio de condiciones en las que las lenguas se desenvuelven; no cambian por decreto. En consecuencia, pueden recomendarse usos, desde las academias o los colectivos, pero nada asegura de que estos se incorporen al uso de los hablantes y que perduren en el tiempo. Puede legislarse para el uso oficial, pero ello no implica la adhesión de la ciudadanía, y, más bien, se corre el riesgo de generar, como se ha constatado en la historia, una distancia entre esas formas y las reales, las que transitan por las bocas de los hablantes.

La lengua también puede ser una herramienta de subversión, de interpelación; toda revolución se ha arropado de palabras, de expresiones que la han nombrado y recreado; sin embargo, es sobre todo un instrumento de comunicación, de interacción social y de diálogo cultural. Los colectivos feministas y LGTBI tienen el derecho legítimo de realizar todos los ejercicios lingüísticos necesarios que los representen y expresen mejor, sin embargo, deben ser conscientes, por un lado, de que también tienen interlocutores con otras representaciones y sensibilidades, y que, para todos, la lengua es (y debe ser) un lugar de identificación sin restricciones ni imposiciones. Por otro lado, las innovaciones lingüísticas van permeando el sistema en la medida en que son coherentes con el resto de formas, pero sobre todo si su uso se expande y estabiliza en el tiempo, caso contrario, se recluyen en jergas de élites o se convierten en modas pasajeras.

Finalmente, con respecto al debate si es la lengua la que crea realidades o las realidades las que crean las lenguas, yo me adscribo a la segunda posición. Para constatarlo, basta ver nuestra realidad. Nuestras leyes están escritas en lenguaje inclusivo, tenemos leyes progresistas que protegen a las mujeres y aseguran la equidad, sin embargo, la discriminación persiste y, lejos de eliminarse la violencia de género, parecería que se ha incrementado. La explicación está en que ni la sociedad ni el Estado se han transformado. En este contexto, las formas lingüísticas no dan existencia, sino crean espejismos o, peor, maquillan, ocultan realidades, y esas realidades pueden emerger o explotar cuando menos lo esperemos. Brasil y EEUU son el ejemplo.

Por el contenido de nuestra CPE y de nuestras leyes, todavía el mundo cree que somos el país que más ha avanzado en la protección del medioambiente, en la aplicación de los derechos indígenas y en la lucha contra la discriminación de género. Despatriarcalización, descolonización, derechos indígenas, derechos de la madre tierra, equidad son los términos más frecuentes. ¡Cuánto tiempo invertimos en demostrar que nuestra realidad está muy lejos de esa retórica!

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