La pandemia y el cambio climático en la mira

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Por: Roger Carvajal Saravia

Las relaciones entre los seres vivos en el ecosistema están definidas por diversas reglas y leyes que, a lo largo de la evolución, han conducido al frágil equilibrio en el cual nos encontramos en la actualidad. En la gran y compleja red trófica unos seres son alimento de otros y con esa función se constituyen en la mayor parte de las especies cumplen funciones bioreguladoras que mantienen dicho equilibrio. Si los felinos carnívoros de las llanuras africanas no se comieran a los mamíferos herbívoros, estos últimos ya habrían desertificado los suelos al eliminar la cobertura vegetal -que es su alimento- y con eso conducido a la eliminación del resto de las especies del biotopo.

El ataque del león a la gacela después de una carrera cargada de estrés para ambos (ejercicio que tendría su efecto en la digestibilidad de la carne), no incluye elementos de valoración entre la presa y el depredador. Solo el humano puede ver en esos hechos actos de crueldad o sufrimiento que impulsan a la lastima y a la defesa del débil. Estos impulsos -propios de la naturaleza humana- junto con convencionalismos asociados al desarrollo cultural, parecen ser la génesis de lo que después se convertiría en parte de la moral y la ética, al menos en la esfera de lo que concierne a la vida.

La relación del humano con la naturaleza (incluyendo la suya, o sea la naturaleza humana), particularmente la referida a acciones de intervención en el funcionamiento del ecosistema y en la vida de las especies que los conforman, incluye elementos axiológicos que en su conjunto han sido abordados en lo que se llamó bioética, a partir de la obra seminal de  Van Rensselaer Potter: Bioethics: Bridge to the Future (1971), en la que dicho autor considera a esta rama del saber como “la ciencia de la sobrevivencia”, en el contexto de la crisis ambiental planetaria que ya la preveía desde entonces.

Sin embargo, la bioética tiene una otra vertiente de operación: la relacionada con los aspectos de la conducta médica en lo referente a la terapia y al manejo de pacientes, así como a lo concerniente a la investigación biomédica. Dependiendo del ámbito de acción, los comités de bioética que, en las instituciones y el Estado autorizan actividades relacionadas con estas intervenciones, asumen una u otra vertiente, en un deseable quehacer interdisciplinario.

Si bien no existen normas precisas sobre el comportamiento ético, por lo que los encargados de regular estas acciones encuentran dificultades en diferentes momentos de su actividad calificatoria, queda claro que existen protocolos de carácter universal o particular que son utilizados para la calificación que autorice o deniegue una actividad.

Sin embargo, es un hecho innegable que gran parte de las acciones y comportamientos de los sujetos que realizan la intervención, no son puestas a consideración de las estructuras institucionales o estatales que se encargan de definir los aspectos éticos en cada acción o proyecto. Por esto, en gran medida las actividades que tienen que ver con la vida de los otros seres de la naturaleza son dependientes de la esfera de valoración subjetiva que regula la propia conducta humana.

En ese orden, en lo referente a la vertiente relacionada con el vínculo con el ecosistema, es necesario reflexionar sobre el accionar de aquellos que, como ejemplo, incendian bosques y queman miles de animales y plantas, envenenan cuerpos de aguas y el suelo con agentes diversos (metales pesados, agrotoxicos, plásticos o químicos industriales) o los que desecan o inundan territorios con ecosistemas complejos, afectando los regímenes climáticos a diferentes distancias del sitio de intervención. Sobreviene entonces la pregunta sobre la posibilidad de que quienes efectúan esas acciones entren en conflicto con su propia naturaleza valorativa, o si ponen en marcha mecanismos psicológicos que inducen a una evasión de lo que sería una natural conducta proclive a la conservación de la vida en los otros seres que, de alguna manera, se hallan inermes ante sus acciones.

Pero también debe considerarse otras circunstancias que empujan a cometer actos contra la ética de la vida; van desde aquellas en las que se puede invocar el desconocimiento del posible daño -situación cada vez menos justificable- y la presunción de un supuesto gran beneficio. Tal es el caso de las iniciales represas, que por generar energía y procesos de riego controlado dieron lugar a enormes desastres en el ecosistema hidrológico aguas arriba y aguas abajo; es llamativo, entonces, el hecho de que no obstante este dramático aprendizaje (la represa de Asuán sobre el Nilo es paradigmática en este rubro) y las abundantes advertencias tecno-científicas, muchos gobiernos siguen ejecutando planes en esa línea.

Otro ejemplo destacable es el desconocimiento inicial sobre la edafología y climatología de la Amazonia, a la que se “la hizo pampa” (literal) deforestándola masivamente en la intención de reproducir las condiciones que tiene la pampa húmeda argentina para sembrar leguminosas o pastos para ganado; están a la vista las consecuencias negativas de no conocer la dinámica y vocación de los suelos; éstas conducen aceleradamente a la desertificación de la zona y a la sequía, por afectar el ciclo hídrico amazonia-andes en su fase de retorno, ya que ésta última está a cargo de la floresta amazónica.

Pero conviene analizar las otras circunstancias determinantes en las conductas colectivas y a veces en las decisiones institucionales caracterizadas por la falta de ética en el manejo, y afectación, de la naturaleza: los intereses de tipo económico o político. En cuanto a los intereses económicos, todo lo observado hasta hoy deja por sentado que, tanto la magnitud de la intervención como la naturaleza de esta, determinan si dichas acciones colisionan con la bioética.

Así, la tala de un área que permite la siembra y manejo en magnitudes suficientes y necesarias para el consumo (pueblos indígenas) y un excedente para la reproducción de bienes (producción familiar o pequeña propiedad), no afectan al conjunto de la naturaleza, no tiene consecuencias en el régimen hídrico ni en el funcionamiento de las cuencas, porque la preservación de la biodiversidad, la rotación de cultivos, el manejo de suelos y otros procesos amigables con el ecosistema, son parte de una relación armoniosa con la naturaleza, en estos niveles.

En cambio, la deforestación masiva para el monocultivo intensivo y extensivo, el uso de agrotóxicos y especies transgénicas, la reducción de la biodiversidad, la desertificación, y con esto la intensificación del cambio climático con todo lo que significa (sin contar la afectación en la salud de otros humanos y efectos colaterales conexos), constituyen un daño al planeta que no puede justificarse aun con las muchas ganancias  obtenidas, ya que los enormes costos ambientales y la afectación a las siguientes generaciones no entran en las cuentas finales y, por tanto, son una gran falta a la bioética, en la aceptada concepción de Potter.

Sin embargo, será importante no confundir la bioética con los excesos moralistas de sectores que se autoproclaman defensores a ultranza de la vida y que no asumen que la muerte es parte de la vida en las relaciones ecosistémicas: tal vez ellos se resignen a alimentar a tu tenia intestinal por no matarla con un antiparasitario cualquiera. En este ejemplo, defender la vida propia o el posible daño causado por un eventual agresor biológico es muy diferente a causar la muerte sin que exista justificación en términos de aquella relación que entre seres vivos es parte del equilibrio natural.

En la vertiente relacionada con la vida de los otros humanos, como ya se dijo, gran parte de los componentes éticos tienen que ver con el manejo médico de la enfermedad y poco con la prevención. Se cuenta con un abundante marco de principios y normas para las situaciones que implican riesgo a partir de la conducta médica, marco fuertemente ligado a la llamada deontología médica, en la terapia y en la investigación, tanto con humanos como con animales.

Ya desde lo consignado en el juramento hipocrático hasta los aspectos más modernos de investigación con clones humanos, demandan fuerte compromiso con el ejercicio de valores y principios que emanan, en general, de la propia naturaleza humana pero que en ocasiones necesita ser transformadas a normas y aplicadas por las instituciones vinculadas a este quehacer.

En esta vertiente hay otros aspectos no regulados pero que debieran ser parte del ordenamiento normativo de los Estados, una vez conocidos sus detalles e implicancias. Estos incluyen acciones provenientes de cualquier persona en cuyo quehacer puede darse la afectación de la vida o la salud de los demás.

Así, la venta de alimentos, bebidas o fármacos descompuestos, vencidos o adulterados, la fumigación con pesticidas tóxicos a productos de pronto consumo (la coca para su masticación incluye al menos 7 agrotoxicos), la liberación al aire de agentes venenos, gran parte cancerígenos, por parte de los automotores, la intoxicación de las aguas de consumo por parte de ingenios mineros, el comercio y a inducción al consumo de drogas de abuso y decenas de otros hechos enfrentados a la ética, entre los que muestran más mendacidad está en secuestro y tráfico de órganos, no son adecuadamente normados o no hay vigilancia al cumplimiento de la norma.

Tampoco merecen atención por parte de los que realizan la operación, quienes parecen haber adormecido su conciencia para efectuar estos actos sin mayor pesadumbre. En estas acciones, aunque no se quiera ver, también inciden los intereses económicos de una manera francamente ominosa. Así, vender comida putrefacta por no perder su costo es algo que raya en la psicopatía, aunque el entorno de miseria que a veces rodea los hechos la hace explicable, más nunca justificable.

Es interesante el hecho, de reciente formulación, por el cual ambas vertientes de la bioética se conjugan en un mismo proceso en lo que se ha venido a llamar una salud (one health), enfoque que considera la salud de todas las especies vivas como un solo proceso biótico. Es que, si consideramos que cada especie cumple un papel determinante en el ecosistema para una función integrada y compleja del conjunto, por lo cual este último viene a ser considerado como un organismo inteligente, queda claro que la salud de una especie afecta a la salud misma del sistema y la afectación del sistema incide en el destino de las diferentes especies, en el que la humana es una más.

En ese marco, no puede conceptuarse a la salud humana separada de la de los demás seres vivos, tal como actualmente lo promueve la propia OMS, que antes exhibía una visión antropocentrista muy observada por quienes manejan la teoría de sistemas en lo social y en lo biológico. Desafortunadamente, el mundo médico, aún no ha asimilado este enfoque y su visión sanitarista (reforzada en los procesos de enseñanza clásica) no dejan de incidir en su falta de concepción interdisciplinaria y sistémica de la vida.

La actual pandemia por el SARS-CoV-2 y el cambio climático, dos eventos de incidencia histórica y universal, han sido especialmente instructivos en el tema que tratamos. Las advertencias de Potter parece que fueron interpretadas en sentido contrario. Nunca hubo más quemas de combustibles fósiles, incendios forestales antropogénicos, desarrollo de eventos transgénicos que favorecen la ampliación de la frontera agrícola, que lo que se vio desde entonces. El incremento de la temperatura planetaria por la emisión de gases de efecto invernadero impulsado por los intereses económicos del sistema de negocios actual y el vertiginoso crecimiento de China y sus demandas, fueron el detonante del cambio climático y la posibilidad de haber llegado al punto de no retorno en un periodo de posible extinción de especies causado por el ser humano que, por lo mismo, ha sido llamado Antropoceno.

Como se ve, los intereses económicos y políticos que incluyen la emisión de normas y decretos por parte de gobiernos populistas que favorecen la deforestación y priorizan la ganancia en la misma visión de los dueños de los grandes capitales, han sido determinantes para que todo lo vinculado con la bioética se reduzca a reuniones mundiales donde se promete todo y se cumple poco. Lo positivo en esa confrontación entre los interesados en el crecimiento y los que luchan en contra, parece ser la emergencia de un nuevo sujeto histórico, personificado en la juventud que enarbola las banderas del medio ambiente y la defensa de la naturaleza.

De la misma forma, la actual pandemia, ha desnudado la inaplicación de la bioética en la relación con la naturaleza. Esta y otras virosis zoonóticas, son el resultado de la intervención del humano en el hábitat de la fauna silvestre cuyas relaciones inter e intra-específicas incluyen la circulación de virus como parte de su biología (que incluye el control y la transferencia de genes en procesos de evolución).

Un ejemplo local es la presencia del arenavirus causante de la fiebre hemorrágica en la región de deforestación intensiva para la siembra de coca en Bolivia (virus Chapare), por la presencia de roedores silvestres contaminados en las áreas de ampliación de la frontera agrícola, en la que los bioreguladores naturales (serpientes, aves rapaces, etc.) fueron eliminados. La destrucción de la foresta amazónica con fines de producción de drogas es, con mucho, un ejemplo patético de los que puede conceptuarse como una falta grave a la ética de la vida.

Otra conducta que ha mostrado cuánto se puede evadir la ética y la conciencia es aquella que asume su derecho a no vacunarse, y desestimar el riesgo en el que se pone a los otros seres vivos del entorno. En este caso, emergen circunstancias tales como el esoterismo, la religión o simplemente el temperamento paranoico asociado a una visión o francamente anticientífica cuya potencia es digna de ser analizada. Desafortunadamente, el retroceso en la aplicación de medidas que en el nivel internacional están funcionando, como la exigencia de la vacunación para diferentes actividades, muestra que la salud y la ciencia son menos importantes que el rédito político.

En fin, ¿podrá la conciencia ética imponerse a los intereses que han distorsionado el sentido de la conducta humana?

Roger Carvajal Saravia, PhD Inmunólogo, investigador emérito de la UMSA

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