Antonio Murillo – La Crisis Autoinfligida del Populismo

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Desde 2006, con un breve intermedio, el poder político en Bolivia ha estado administrado desde el populismo de izquierda. Este maniqueísmo político que según Juan José Sebreli, “construye una narrativa épica que simplifica las complejidades sociales y políticas, reduciéndolas a una lucha moral entre el bien (representado por el pueblo o los pobres) y el mal (encarnado por las élites o los ricos)”, en el ámbito de la economía ha conseguido travestir con éxito la realidad en tiempos del súper ciclo de las materias primas, pero una vez que las condiciones mundiales favorables se revirtieron, comenzaron a emerger una serie de problemáticas económicas que hoy en día son de una evidencia mayúscula.

La situación de crisis económica, que ya es de difícil negación por parte del Gobierno porque forma parte de nuestra cotidianeidad, era previsible por las clásicas medidas económicas del populismo. Esta línea de política se enfoca en soluciones a corto plazo priorizando medidas que comprenden un gasto público infinanciable, destinadas ganar el favor inmediato del electorado a expensas de la estabilidad económica a largo plazo. Son comunes los subsidios generalizados, bonos sociales, favorecimientos a sectores sociales determinados, las elevadas presiones fiscales, el incentivo desmedido al consumo que tiene como contraparte un menor ahorro para financiar la acumulación de capital para la posterioridad, los aumentos salariales sin un respaldo productivo sólido, el proteccionismo y una orientación acérrima hacia el mercado interno – cuya expresión en nuestro caso, es la cavernícola propuesta de la sustitución de importaciones-, los controles de precios, incluyendo el del dólar, entre otros.

Una de las más connotadas consecuencias de los populismos es la crisis de tipo de cambio, cuyos gérmenes son consabidos en economías que tienden a fijar el valor del dólar en medio de pérdidas sistemáticas de Reservas Internacionales Netas (RIN), como fue nuestro caso desde finales de 2014. Cuando finalmente, por la serie de desaciertos las RIN tocaron fondo, sobrevino la crisis cambiaria y, en consecuencia, la devaluación de facto de la moneda nacional. Su traslado hacia los precios puede tener lugar a través de dos medios.

El primero de ellos, se debe a que un tipo de cambio más alto encarece los insumos importados y por tanto el traslado hacia los precios de los bienes finales sería directo. El incremento de los precios podría verse reforzado porque, con una menor disponibilidad de dólares para realizar las transacciones acostumbradas con el exterior, la oferta de bienes de origen interno debería de caer y así alimentar aún más las presiones inflacionarias. De igual manera, un dólar más caro hace que los bienes importados para el consumo final aumenten de precio, lo que contraería su demanda. Aun suponiendo que esta sea inelástica, la transmisión hacia los demás precios de la economía sería menos probable por la contracción del ingreso que está reduciendo la demanda de otros bienes en la economía. Así de esta manera, únicamente tendría lugar un reacomodo de los precios relativos y no un crecimiento generalizado de los precios, como se la conoce a la inflación de acuerdo con los cánones acostumbrados. No es cierto que, en cualquier caso, la devaluación de la moneda se traslada a los precios de la economía. Por lo tanto, por este mecanismo, el traspaso inflacionario es ambiguo.

En un contexto de incertidumbre por el que está atravesando la economía, caracterizada por  escasez de dólares, déficit fiscal severo, déficit comercial, RIN en un nivel tal que el Banco Central de Bolivia (BCB) ha dejado de abastecer de dólares al mercado cambiario, el segundo mecanismo de transmisión de la devaluación hacia los precios tiene su explicación justamente en la pérdida del boliviano frente al dólar y por la expectativa de que el precio del dólar va a seguir subiendo, expectativa forjada en la imposibilidad del BCB de administrar la política cambiaria. La explicación es la siguiente. Si la moneda en la que se realizan las transacciones de bienes y servicios está devaluada (vale menos en términos de dólares), entonces es natural que se demande un mayor de unidades monetarias en las diferentes transacciones, más aún en una sociedad acostumbrada a pensar en términos de dólares. La remarcación de precios puede sucederse al mismo ritmo esperado de la devaluación, en una suerte de adelantamiento a la inflación venidera con el objetivo de mantener el poder adquisitivo de los ingresos.

En este escenario, la política de mantener los precios bajos de manera artificial abasteciendo los mercados con alimentos subsidiados perdería su efectividad. El actual repunte inflacionario se aceleraría si el Gobierno emprende con la emisión inorgánica de dinero, al igual que todos los populismos cuando se quedan sin financiamiento, algo que ya sucedió en el gobierno de la Unidad Democrática y Popular en la primera mitad de la década de los ochenta del siglo pasado.

Por lo tanto, la variable determinante para estabilizar los precios e impedir la contracción económica es el tipo de cambio. El gran problema es que el BCB ha perdido toda capacidad de administrar el precio del dólar y en el plazo inmediato, por lo menos, se prevé que los saldos comerciales van a seguir siendo negativos.  De acuerdo con el INE, entre enero y abril de 2024, la exportación de soya cayó en 73% y la de sus derivados en 39% y, para peor, el Gobierno se ha convertido desde un tiempo atrás en un demandante neto de divisas, por lo que, el único agente oferente de ellas tendría que ser el sector privado que no se ha capitalizado lo suficiente por el permanente acoso a sus derechos de propiedad.

La cortedad intelectual del Gobierno es tal, que ha emprendido una campaña de control de precios, algo propio de los indoctos en economía. El flujo de mercancías de origen boliviano hacia otros países va a ser impedido por las fuerzas militares. Qué tipo de protagonismo llegarán a tener las fuerzas armadas (las únicas con jubilación de privilegio) después de su puesta en escena del miércoles pasado. Alguien, con algo de biblioteca, sabe que los controles de precios distorsionan las señales de precios, desincentivan la producción, generan mercados negros y racionamiento, son costosos en términos administrativos, además de provocar corrupción. Los productores pueden recibir señales incorrectas sobre la demanda de sus productos, lo que los puede incentivar a una sobreproducción o a una producción por debajo de la demandada.

Siguiendo con la precariedad en el manejo de la economía, se ha dispuesto un comisariato de precios a cargo del Viceministerio de Defensa del Consumidor. Con los ropajes autoritarios que tan bien les calzan, ha sugerido detenciones a los comerciantes y la obligatoriedad de comercializar los productos internamente. Su ignorancia o mala predisposición hacia el emprendedor privado, les impide ver que, el malamente tipificado como especulador, con su acción humana contribuye a la nivelación de precios y al cese del tráfico de mercancías entre países sin la acción de ningún agente estatal que es solventado con impuestos. Igual actitud policíaca ha sido extendida hacia las farmacias por ser, según el Gobierno, las responsables del crecimiento de los precios de los medicamentos. ¿Será que estas políticas están siendo sugeridas por el personal titulado en economía? s

Otra señal de decadencia en la administración de la economía son las ferias de alimentos organizadas por EMAPA. Imagino que los precios de venta están en mayor medida por debajo de los de mercado. Mientras mayor sea el diferencial de precios respecto de los vigentes en otros países, mayor también es el incentivo al tráfico de mercancías hacia las economías donde los precios son más altos. En medio de estas políticas antiinflacionarias, reaparece una vez más el carácter intrascendente del BCB en esta materia, recuérdese que su objetivo es mantener la estabilidad del poder adquisitivo interno de la moneda nacional.

No se puede gobernar con propaganda subvirtiendo la realidad. El relato económico está también agotado. Se terminó el tiempo de la posverdad ahora que la gente está viviendo la crisis en su día a día.

La situación de crisis demanda de parte del Gobierno un cambio de trascendencia, insistir en las políticas populistas nos llevarían a la Venezuela en ruinas de Maduro, a la situación económica observada en el Gobierno de Allende en Chile, con escasez de productos y elevada inflación. También a la Argentina del populismo peronista que empobreció trépidamente a una de las naciones más ricas del mundo, al tiempo que enriqueció vergonzosamente a una determinada clase política y sindical que, en medio de su rezo y catecismo a favor de los pobres, logró multiplicarlos. Era una cuestión de tiempo hasta que los efectos del populismo del MAS emerjan y terminen por conducirnos a una crisis.

Los presentes, son tiempos de apertura, de decisiones racionales, de primacía de la economía por encima de la política, de dejar de lado la carga ideológica izquierdista siempre confrontativa y de pensar como estadistas. No son tiempos de tretas políticas impúdicas y sórdidas que nos lastiman y llevan a desconfiar en quienes nos gobiernan, cuando justamente es imperativo hacer acuerdos. Son tiempos de abandono de su obsesión agonal.

Para salir de este estado de cosas, es necesario acrecentar las RIN y perseguir el equilibrio fiscal mediante un ajuste del gasto público, que ha fracasado como puntal del bienestar económico. Lamentablemente, este ajuste no va a ser perseguido porque sería el final del modelo económico. Justamente por ello, no van a recurrir a un programa de fortalecimiento de RIN con el Fondo Monetario Internacional, el más conveniente en términos del costo de la deuda. Esa decisión tendría que haber sido asumida una vez que el BCB juzgo inconveniente continuar perdiendo reservas.

Parece ser que no comprenden el alcance de la gravedad de la situación y de sus posibles desembocaduras. El país precisa de decisiones a la altura de los problemas. Quedaron atrás los tiempos de los mitos impulsados por el gran fabulador andino y de la religión política manifestada con el brazo levantando y el puño apretado como muestra de una falsa abnegación. Es claro que sus filias hacia la patria están enraizadas, únicamente, en el nacionalismo de himno y bandera.

Antonio Murillo es economista.

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