Por: Pablo Pizarro Guzmán
Cada mañana cientos de llunkus toman las calles de la sede de gobierno. Como un hormiguero se encaraman a los trufis para llegar a marcar y tomar posesión de sus oficinas. Los cronistas relatan que estuvieron desde que se anotaba la asistencia en un cuaderno, luego con las tarjetas de cartón y ahora con el biométrico. El paso del tiempo y la tecnología no los pertuba. La única afectación que sienten es no sufrir el descuento.
Son una raza especial, porque cuentan con particularidades muy propias que se fueron reproduciendo durante más de 100 años. Generalmente no miran a los ojos. Son extremadamente corteses y de su boca expulsan de manera monocorde frases como: si jefecito, claro jefe, por supuesto jefazo. Es más, ellos popularizaron al gran Jefazo.
Tienen habilidades superiores. Se zambullen en un mar de papeles de manera extraordinaria. Saben exactamente los vericuetos de los descuentos, refrigerios y sobre los viáticos por viajes. Son expertos en llenar boletas de permiso. Muchos años de metódico trabajo dieron sus frutos.
Se mueven como pez en el agua. Saben dónde se comen las salteñas más jugosas. El ceviche hecho con manos peruanas. La llaucha caliente con api morado. Se conocen a las caseras de los mercados ya que las nombran por sus nombres de pila.
Tienen algunas aficiones insólitas. Los llunkus varones coleccionan corbatas que fueron usando según la gestión gubernamental. Están aquellas de los años 70 cuando servían al dictador Banzer Suárez. Estas son de colores más fuertes con predominio naranja. Son anchas en la punta. Luego cuando funcionaron con Goni eran más delgadas y de tonos grises. Y en la época del masismo dejaron de usarlas porque no convenía a los intereses.
En tanto, las llunkus mujeres coleccionan carteras. En los 70 usaban aquellas con base espaciosa. Con dos tiros cortos. De colores fuertes y llamativos. Entre los 80s y 90s las cargaban de formato más pequeño y colores más lúgubres. Durante el apogeo azul incorporaron los diseños de Mamani Mamani, porque se imponía la moda.
A la par son grandes impulsores de la apertura de ciertos negocios en el micro centro. Gracias a su empeño se abren florerías, pensiones, zapaterías, y sobre todo bares, que son ocupados los viernes por la noche. Momento de relax donde se comparten las aventuras de los jefes, hasta que surgen los llantos y los vasos de chuflay se desparraman por el piso causando al local mini inundaciones.
En otros términos.
Para el periodista potosino, Andrés Gómez Vela, la palabra llunku es de origen quechua. Dícese de las personas zalameras que buscan algo que no está a su alcance por mérito propio. Denota sumisión ante su ocasional superior para obtener un beneficio personal. Refiere que tanto entre los caudillos como los llunkus estancan o hunden la empresa o la nave del Estado. Agrega que los zalameros no lograron ninguna gloria hasta que su jefe decide otorgarle cinco minutos de fama, entonces deben agradecer con alabanzas serviles.
Por su parte, según cifras confirmadas, el aparato estatal boliviano cuenta con 526 mil funcionarios. Con un crecimiento del 10% anual. En la gestión pasada, el 18.6% del Presupuesto General del Estado fue a cubrir el pago de sueldos. Lo que corrobora que los empleados supernumerarios son una constante. Durante la última década se han generado miles de empleos estatales sin razón de ser.
Más burocracia a la burocracia. Es decir, más llunkus para el recambio generacional. En tanto, desde el sur seguimos viendo pasar por nuestras narices sus bonanzas.
Pablo Pizarro Guzmán es periodista tarijeño