Patricia Paputsakis Burgos
El reciente arribo a Bolivia del influencer estadounidense IShowSpeed no solo generó revuelo entre sus seguidores, sino que también reavivó el debate sobre la calidad del internet en el país. Su frustración por la baja velocidad y la inestabilidad del servicio trajo nuevamente a la mesa una pregunta incómoda: ¿qué pasó con el satélite Túpac Katari? ¿Por qué, a pesar de haber costado cientos de millones de dólares, Bolivia sigue rezagada en conectividad?
El Túpac Katari, lanzado en 2013 con un costo de aproximadamente 300 millones de dólares, fue presentado con bombos y platillos como un hito en la soberanía tecnológica del país. Se argumentó que su objetivo era mejorar el acceso a telecomunicaciones en zonas rurales y reducir la dependencia de infraestructura extranjera, aseguraron conectividad en todo el territorio. Sin embargo, a más de una década de su lanzamiento, el impacto real de esta inversión es cuestionable.
El satélite Túpac Katari usa una tecnología más antigua llamada geoestacionaria (GEO), lo que significa que está muy lejos de la Tierra. Esto hace que la señal tarde más en llegar, provocando retrasos en la conexión (latencia alta) y una menor velocidad de transmisión de datos en comparación, sistemas más modernos como Starlink que usa satélites que están mucho más cerca (LEO), lo que permite conexiones más rápidas y con menos retraso. Por ejemplo, Starlink puede ofrecer velocidades de hasta 250 Mbps y un retraso de solo 20-40 milisegundos, mientras que el internet de Túpac Katari tiene un retraso de más de 600 milisegundos lo que lo hace inviable para actividades como gaming en línea, transmisiones en vivo o videollamadas de alta calidad.
Además, la creciente competencia de empresas privadas ha dejado en evidencia que la apuesta por un satélite geoestacionario fue una estrategia desactualizada incluso en el momento de su concepción.
Muchos argumentan que la condición mediterránea de Bolivia es la razón principal del deficiente servicio de internet, debido a la falta de acceso directo a cables submarinos de fibra óptica. Sin embargo, esto es solo parte del problema. Países sin salida al mar, como Paraguay, han logrado mejorar su conectividad mediante acuerdos estratégicos y regulaciones favorables para la inversión en infraestructura digital. La falta de inversión en redes terrestres, la monopolización del servicio (el mercado de servicios de internet ha estado dominado por la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel), tras su nacionalización en 2008, se ha consolidado como el principal proveedor en el país) y una regulación poco flexible han frenado el desarrollo de una infraestructura moderna en Bolivia.
La Autoridad de Regulación y Fiscalización de Telecomunicaciones y Transportes (ATT) de Bolivia es la entidad encargada de regular y autorizar la operación de servicios de telecomunicaciones en el país. Para que una empresa como Starlink pueda ofrecer sus servicios en Bolivia, es necesario que obtenga una licencia de operación emitida por la ATT.
Hasta la fecha, no hay información pública que indique que Starlink haya obtenido la licencia necesaria para operar en Bolivia. La falta de esta autorización impide que la empresa ofrezca sus servicios legalmente en el país, lo que ha generado un estancamiento en el acceso a internet de alta calidad. En consecuencia, la población es la principal perjudicada por la no otorgación de esta licencia, ya que se limita su acceso a tecnologías avanzadas que podrían mejorar significativamente la conectividad y el desarrollo económico del país.
El impacto del Túpac Katari ha sido mínimo. Mientras el mundo avanza con tecnologías más ágiles y eficientes, Bolivia sigue atrapada en un modelo obsoleto que no responde a las necesidades actuales. El reclamo de IShowSpeed no es solo el de un influencer frustrado, sino el reflejo de una realidad que afecta a millones de bolivianos. Es hora de actualizar la visión tecnológica del país y dejar de aferrarse a proyectos que ya han quedado en el pasado.