América Yujra Chambi
Política es una palabra que engloba tanto acciones como definiciones varias. No sólo tiene que ver con el funcionamiento de un Estado, las formas de gobierno y sus características o el ejercicio del poder; la política también implica los objetivos y valores que todos sus actores representan.
Conviene a los tiempos actuales conceptualizar a la política como un metasistema conformado por tres dimensiones en movimiento, interrelación e interacción constantes: 1) estructura: instituciones (órganos), actores políticos individuales (ciudadanos) y colectivos (partidos, movimientos, organizaciones); 2) proceso: conjunto de conductas individuales y colectivas vinculadas al ejercicio del poder y a las demostraciones de presión o interés sobre la res pública; 3) resultado: decisiones en forma de legitimidad, gobernabilidad y políticas públicas.
Con lo anterior, deducimos que la política es acción desde adentro y fuera del poder. Todos quienes somos parte de un Estado —de una u otra forma— hacemos política; ya sea integrando un partido, postulando a un cargo público, expresando una opinión, proponiendo temas de discusión o planes de gobierno, marchando en las calles o emitiendo nuestro voto en una jornada electoral. Cada acción (o inacción) que tenga relación con la cosa pública le da vida a la política.
Winston Churchill dijo que “la política es casi tan emocionante como la guerra, y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en la política, muchas veces”. Sin pretender modificar ésta cita —con la que concuerdo plenamente—, creo que el gran Bulldog Británico olvidó decir que la política también muere, y muy frecuentemente. Su muerte es mucho más poética que las bélicas, pues es provocada desde su interior con dos mecanismos brutales (banalización y criminalización) que emergen sin cuartel, sobre todo en momentos electorales.
La política se banaliza cuando los partidos y sus miembros actúan con desconexión con los demás actores políticos centrales (ciudadanos), cuando privilegian las viejas mañas o el espectáculo antes que el debate de ideas para lograr posicionamiento público y derrotar a sus rivales.
La banalización también se genera con la prevalencia de una concepción elitista y egocéntrica de la política. Cada partido, candidato o miembro político se consideran a sí mismos como el centro de la discusión y preferencia, escuchan sólo lo que les interesa, creen sólo lo que se dicen entre ellos, se mueven al ritmo de los aplausos de sus seguidores (a quienes ven solamente como “votos”, no como verdaderos sujetos políticos). Y para diseñar sus estrategias de campaña, los “banalizadores” de la política retoman la antigua paremia bélica: eliminar al enemigo. Se valen de calumnias, mentiras, falsos acuerdos para destruir a sus adversarios y lograr adhesión.
La disputa entre partidos y candidatos es irremediable, es parte de la dinámica política; empero, cuando se reduce a una pelea sin honor ni moral entre niñatos caprichosos y a una repartija de curules, la competencia política se torna pueril, patética. La política se banaliza al perder su importancia y finalidad.
En los pasados días, se ha visto ésa banalización. La oposición política de nuestro país nuevamente se ha extraviado en el camino hacia los votantes. No es cierto que todos apostaban por una “unidad”, tampoco fue un pedido mayoritario de la ciudadanía democrática, pero sí se esperaba un cambio de actitud en la clase política opositora.
Tras dos décadas y con toda su trayectoria, la oposición boliviana no aprendió a hacer (buena) política. No me refiero sólo a la estructuración de partidos políticos nuevos y verdaderos, sé que esto ha sido muy difícil por la despiadada persecución que el régimen masista ha hecho —y sigue haciendo, como veremos líneas más abajo— en contra de toda disidencia y cualquier liderazgo opositor emergente. La buena política requiere madurez, principalmente. Y no tiene nada que ver con la edad, porque la juventud no es sinónimo de sabiduría ni la adultez o la senectud lo son de la experiencia. Lamentablemente, ni Tuto Quiroga, ni Samuel Doria Medina, ni Manfred Reyes Villa, ni el resto de “líderes” opositores visibles tienen sabiduría, experiencia ni madurez. Todo lo que han hecho en los recientes días lo evidencia.
Mientras la oposición boliviana se encargaba de la banalización de la política, el régimen masista fue preparando su criminalización, hecho que consolidó con la presentación de su artificioso documental “de investigación” titulado ¿Qué pasó el 26J?
Para difundir ése vídeo cargado de contenido falso y alto dramatismo, escogieron la noche del pasado jueves. La atención noticiosa de medios y ciudadanía estaba en otras cosas: el paro de chóferes en la ciudad de La Paz y el paro de matarifes en otros departamentos. Rodeado de su gabinete y sus dirigentes sindicales/campesinos prebendales, Luis Arce veía su “obra”. La señal del canal estatal mostraba en pantalla dividida la fingida emoción de todos ellos. Sensiblería tan espuria sólo se vio cuando se lanzó el satélite Tupac Katari.
En casi 120 minutos, el vídeo repite el relato oficialista que venimos escuchando desde el 26 de junio de 2024: un intento de golpe de Estado planeado por militares y civiles subversivos, financiado desde el “imperio”; un golpe frustrado por la “valentía” del presidente Lucho luego de recibir el apoyo “de toda la ciudadanía” que salió a las calles a defender su gobierno.
A lo largo del vídeo, con una declaración grabada de Juan José Zúñiga y extractos de conversaciones vía WhatsApp entre los involucrados, el “arcismo” pretende dejar sentada su versión de los hechos de aquella tarde del 26 de junio y acusa la participación de Evo Morales y Juan Ramón Quintana en toda la trama.
Pero ése no es ni el único elemento nuevo ni lo más atroz de todo el vídeo. Reservaron los últimos minutos para presentar los nombres, apellidos y fotos de dirigentes sindicales y reconocidos analistas políticos críticos al régimen como miembros del denominado “gabinete civil”, mismo que supuestamente iba a ser posesionado tras el “golpe de Zúñiga”.
El momento escogido por el “arcismo” para la difusión de ése documental “investigativo” no fue al azar, pero no por ello deja de ser un recurso desesperado para mejorar la imagen de Luis Arce y su gobierno.
El vídeo no pretende ser una cortina de humo para las crisis actuales, es una estrategia político-electoral para: 1) demostrar que el gobierno de Arce fue víctima del “evismo” y la oposición; 2) reivindicar la figura de Arce y realzar la del ministro de Gobierno con miras electorales, no por nada el documental destaca sus fotografías al cierre; 3) remarcar la diferencia entre las actuaciones de Evo Morales y Luis Arce en “golpes de Estado”; 4) enviar un mensaje a la oposición política; 5) mostrar que el oficialismo mantiene su “fuerza” contra los “enemigos” del pueblo.
De todos ésos objetivos, conviene que nos detengamos en los dos últimos porque tienen estrecha relación con el ejercicio de la política y el tema del presente artículo.
Aunque Luis Arce pretende diferenciarse de Morales, se nota que ha aprendido muy bien las estrategias de su maestro. El “jefazo” orquestó el caso “Hotel Las Américas”, hizo el vídeo “El cártel de la mentira” e inventó un “golpe cívico-policial-militar” para victimizarse de intentos de magnicidios, para eliminar a opositores, para estigmatizar la crítica y ocultar la verdad. Ahora —y en menos tiempo—, Luis Arce volvió a la vieja práctica y revivió el leitmotiv del régimen: la criminalización de la política y sus acciones derivadas: la libertad sindical, la opinión y la crítica.
Si algo prueba ése documental es la desesperación del “arcismo” por subir su aprobación ciudadana y deshabilitar cualquier oposición que ponga en peligro la permanencia del “proceso de cambio”. Para ello, ejecutó un terrorismo de Estado para quebrantar —una vez más— el orden constitucional, vulnerando derechos humanos y restringiendo libertades de quienes considera “agitadores” y “miembros de la derecha”. Aprovecho éste texto para expresar mi solidaridad con los dirigentes Armin Lluta y José Luis Álvarez, los abogados Jorge Valda y Ana María Morales, y los analistas Gonzalo Chávez, Joshua Bellot, Jaime Dunn y Paul Coca, todos señalados en el malintencionado vídeo.
Nuestro país está a merced de un régimen autoritario, dictatorial y delincuencial. Lo sabemos desde hace tiempo, pero conviene repetirlo, mucho más ahora que estamos a pocos meses de una cita electoral determinante. Frente a la banalización política que constantemente hace la oposición y la criminalidad del masismo, no olvidemos que la ciudadanía también hace política; también actúa y decide. Que nada amilane nuestros deseos de vivir en una Bolivia democrática y libre; que nada silencie las voces críticas y disidentes. Toca estar más atentos que nunca. ¿O acaso dejaremos que el poder siga en manos de criminales y que la política siga muriendo?