Cuando el otro no es tu límite, sino tus alas.

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Andrés Gómez Vela
El otro da existencia a tu vida. Sin el otro no te explicas y si no te explicas, te vuelves ininteligible. Y sin vos, el otro es la nada. Además, el otro es casi siempre tu presente y casi nunca tu pasado porque, como diría Antonio Machado, el “¡ayer es nunca jamás! Sin embargo, el otro, tan necesario para tu sobrevivencia, recibe el maltrato de tus ambiciones, que oscilan entre más poder hoy y más dinero mañana para ser luego simplemente ayer. 
En conclusión, armas una marcha para joder al otro. Armas una protesta para bloquear al otro. Armas la guerra para aniquilar al otro. Silencias voces para escucharte vos y no al otro. Acumulas más poder para terminar tautológicamente con la causa de tu poder: el otro. Pero te cuesta hacer algo para beneficiar al otro. 
Déjame, por favor, parafrasear al laureado Pablo Neruda y decir: oye tú, el otro, “no invoco tu nombre en vano” porque no eres vano, sino el que da origen a mis derechos y libertad. Sí, a mi libertad, que tiene el deber de autolimitarse ante vos, aunque preferiría que no seas mi límite sino mi ampliación y mis alas. Sí, a mis derechos, que sin los tuyos, vana sería la vida. 
“Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”, escribió Plauto, más de 100 antes de Cristo. Y después de más de 2000 mil vueltas de la tierra alrededor del Sol, “el hombre, lobo del hombre” sigue comiéndose cada cotidianidad. 
Ahora entiendo mejor por qué el antropólogo estadounidense Marvin Harris se lamentó de la especie humana, única en el reino animal, puesto que no hay correspondencia entre su dotación anatómica hereditaria y sus medios de subsistencia y defensa. 
“Somos la especie más peligrosa del mundo – clamó Harris pensando en el otro- no porque tengamos los dientes más grandes, las garras más afiladas, los aguijones más venenosos o la piel más gruesa, sino porque sabemos cómo proveernos de instrumentos y armas mortíferas que cumplen la función de dientes, garras, aguijones y piel con más eficacia que cualquier simple mecanismo anatómico. Nuestra forma principal de adaptación biológica es la cultura, no la anatomía”.
Recuerda, el otro nace en vos y vos, en el otro, entonces no somos ni uno ni otro, sino nosotros, pero vives como si todos los otros fueran piezas aisladas que si no piensan como vos, son enemigos, cuando no son más que otros. 
Cuánta razón tenía y tiene la inolvidable Gabriela Mistral cuando explicó la necesidad de la unidad natural en un verso: ¡Ay, qué amante es la rosa y qué amada la espina! 
Pero por Dios, el otro y vos son como la rosa y la espina porque la rosa no es rosa sin la espina y la espina no es tal sin la rosa. 
Mas, hemos probado nuestro desprecio tanto al otro que hemos elegido al que más lo bloqueaba; y por si no fuera suficiente, lo hemos dotado de tanto poder, que hoy hace pedazos el nosotros para astillar la sociedad en imaginarios enemigos, desafiando sin fundamento la existencia dialéctica del otro.
Por ahora me quedo con las palabras de Oscar Wilde escritas en aquel lejano ayer, cuando pensaba que un ser humano “que no piensa en sí mismo no piensa en nada”. Y pensar en sí mismo, es contemplar la vida en el otro porque uno mismo sin el otro es la nada.
…Y Navidad es el tiempo divino de pensar en el otro igual, creer en el otro diferente y manifestarse por el otro antagónico porque entre el uno mismo y el otro nace el nosotros, que más que un pronombre es una sociedad, un país, una nación, una familia que aspira a ser la espina y la rosa de Mistral…  
@AndrsGomezV

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