Blanche Petrich
Periódico La Jornada, México.
Publicado el Lunes 23 de noviembre de 2015
A Boaventura de Sousa Santos, estudioso de los procesos sociales y políticos de Latinoamérica, le preocupa la incertidumbre que se cierne sobre nuestra región, ahora que el ciclo de gobiernos progresistas que impulsaron un profundo cambio en Sudamérica la década anterior entra en crisis. “Sí –afirma–, hay claros signos de agotamiento del modelo. Argentina y Brasil lo demuestran claramente.”
En una entrevista realizada en Colombia pocos días antes de los comicios argentinos, el sociólogo portugués, impulsor del Foro de Sao Paulo en los años 90 y catedrático de la Universidad de Coimbra, ya ubicaba las dificultades que tenía que remontar el sucesor de Cristina Fernández de Kirchner para salir victorioso en las elecciones. Y no lo logró.
Pero no sólo es Argentina. Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia están en la misma curva de retroceso, según su análisis.
Para explicar el agotamiento de esos modelos de desarrollo, cada uno con características propias, el ensayista y autor de una veintena de obras sobre la globalización y los movimientos sociales, particularmente los latinoamericanos, se remonta a su origen. Los gobiernos sudamericanos, recuerda, llegan a la primera década del siglo XXI con un impulso brutal del neoliberalismo, marcados por desigualdades profundas. Pero también por movimientos de resistencia muy fuertes.
“No es por casualidad que organizamos en Brasil el Foro Social Mundial, que es una emergencia de luchas: el levantamiento zapatista, las batallas por el agua en Cochabamba y muchas otras. Y al mismo tiempo gobiernos progresistas van ganando elecciones. El primero fue Hugo Chávez. Con estos procesos se crean nuevos marcos constitucionales, algunos bastante rupturistas. Además, Ecuador y Bolivia introducen algo muy nuevo, con una marca indígena, conceptos como el suma qamañay, sumak kawsay (buen vivir) y pacha mama (madre tierra). Hubo voluntad política y un constitucionalismo transformador desde abajo, que no era de las élites ni de la clase política.”
Una oportunidad histórica que se aprovechó
Pero, agrega, los cambios económicos no fueron tan profundos como se requería. También pesó, naturalmente, el contexto global: Hubo lo que podríamos llamar un relajamiento de la tutela imperial, por el involucramiento de Estados Unidos en Irak. Y esto lo aprovecharon las fuerzas progresistas. Pero en 2009 supimos que el imperialismo estaba de vuelta con el golpe de Honduras contra Manuel Zelaya; le siguió Paraguay, y ahora otras formas de intervención, los llamados golpes suaves.
Paralelamente, China irrumpe como potencia global, sedienta de recursos naturales. Los gobiernos progresistas vieron que vender a China sus abundantes recursos naturales era una forma de no entrar en confrontación con el modelo neoliberal.
En resumen, no hubo ruptura. De Sousa Santos recuerda la carta que Lula da Silva escribió a los brasileños cuando ganó la presidencia por primera vez, en 2003. Aseguró que iba a mantener todos sus compromisos con el Fondo Monetario Internacional.
El crecimiento que vivía su economía lo permitía. Aprovechó la oportunidad histórica de mantenerse en el poder y hacer una redistribución social sin precedente. Se crearon clases medias que no había, se aceleró el mercado interno. Pero esa misma oportunidad histórica no fue aprovechada para regular el capital financiero.
Agrega que en ese periodo, desde México hasta Argentina, aumentó el número de millonarios año tras año. Los bancos nunca ganaron tanto. La diferencia fue que en los países con gobiernos progresistas se desarrollaron políticas sociales sin precedente. Y en los otros (México y Colombia, principalmente) no.
Otros países plurinacionales, como Bolivia y Ecuador, desarrollaron otra contradicción en su seno. El Estado nacional penetró como nunca antes en todo el territorio. Pero al mismo tiempo la Constitución pluricultural que ellos impulsaron llegó a estorbarles.
Pone de ejemplo el caso del Yasuní ecuatoriano, reducto amazónico prístino, no tocado por la civilización, y con un riquísimo yacimiento petrolero por debajo. La nueva Constitución se propuso dejar el petróleo bajo tierra si las economías industrializadas pagaban 50 por ciento de la renta petrolera que el Estado iba a dejar de recibir por mantener la selva virgen. Era una idea totalmente revolucionaria. El problema es que en el fondo siempre fue un plan B, porque el plan A fue, y es, seguir con la explotación petrolera. Lo que pasó es que se impuso la necesidad de seguir con la redistribución social, y para lograrlo el gobierno profundizó el modelo neoliberal de acceso a los recursos. Esto significa expulsar campesinos, reprimir protestas, contaminar aguas. Y eso se está haciendo en todos lados.
Oportunidad histórica que se desaprovechó
En suma, es una contradicción de un modelo de carácter nacionalista con un modelo neocolonial. América Latina sigue cumpliendo la función que le asignó el sistema colonial, que es producir recursos naturales, y si acaso mano de obra.
Esta contradicción, agrega, no se notó mientras hubo la demanda china. Pero eso terminó y China tuvo que hacer cambios, devaluar su moneda, proteger su mercado interno, y disminuyó su necesidad de productos naturales. El precio del petróleo no baja de un día para otro en 50 por ciento. Nuestros países tomaron entonces el camino del endeudamiento.
Hubo otra oportunidad desaprovechada por los gobiernos progresistas, según De Sousa Santos: Transformar a sus países en la especialización industrial, lo que llamamos el post extractivismo, para no depender de los recursos naturales. Eso no se hizo. Y ahora no hay demanda. Por eso es extremadamente difícil mantener este modelo. Y la derecha, que es revanchista, está resurgiendo de manera muy fuerte. Es una derecha oligárquica, golpista, muy agresiva.
–Otros países no pasaron por el llamado ciclo progresista, México y Colombia de manera particular. ¿Su mirada sobre la situación mexicana?
–A México lo veo en un contexto más amplio, el de los tratados de libre comercio. Primero fue el TLCAN y ahora el Transpacífico. Son procesos que a la larga van a debilitar a los países menos fuertes y van a crear estados fallidos en cadena. Esto va a ocurrir porque los mecanismos de control mínimo de cohesión social van a ser atacados por este tipo de acuerdos.
–¿Qué queda de esos grandes movimientos sociales que llevaron a Evo Morales, a Rafael Correa, a los Kirchner, a Lula, a sus victorias electorales?
–Tuvieron un papel determinante. Pero yo diría que luego se durmieron. Perdieron vitalidad, dejaron de presionar. Lograron conquistas importantes. No las minimizo. Pero creyeron que teniendo amigos en el poder ya no tenían que seguir luchando. El problema es que se confundieron: tener un amigo en el gobierno no es lo mismo que tener un amigo en el poder. Y dejaron de presionar.
Otra cosa que ha faltado es la reforma política de fondo. No hubo una política de ciudadanía, sino una de integración para el consumo. Y eso llevó a que en breve los ideales de esas clases populares pronto se convirtieran en los ideales de las clases medias. A las oligarquías eso no les gustó. Las nuevas clases medias, con expectativas muy altas, quieren más. Y no hay más. Hubo más universidades públicas, pero los servicios universitarios no crecieron. Hubo más unidades habitacionales, pero los servicios públicos no mejoraron. De este modo los gobiernos progresistas fueron perdiendo su base social de apoyo.
–¿Cuál es la alternativa? ¿Cómo revertir la derechización?
–Los pueblos a veces nos sorprenden. Los portugueses no podíamos imaginar en 1974 la revolución de los claveles. Hoy mismo, en Colombia, con este proceso de paz, que es la buena noticia del continente, puede permitir una recomposición de fuerzas. En México, Morena es una opción interesante. Y si no hubiera fraude en México, quizá podríamos ver un cambio.