«Mi hijo pega a niños, pegaba a su papá y me pega a mí; pido que se lo lleven porque es un peligro»

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Nilver Ortiz Avelino, es un joven de 28 años que desde sus 18, al retornar del servicio militar en Cobija, quedó completamente loco. Es agresivo, camina desnudo, ataca y golpea a la gente, golpea a su madre y hermanos. Le dio una paliza a su padre quien falleció a causa de esas lesiones. La madre quedó viuda y tiene 11 hijos. La población decidió enjaularlo para evitar más hechos de violencia. Sus alimentos le arrojan por encima el techo. Duerme en el piso y ahí mismo hace sus necesidades. Vive prácticamente como un animal.
“Mi hijo está loco, pega a los niños, pegaba a su papá, pega a sus hermanitos y me pega a mi. Pido ayuda a todos para que se lo lleven porque es un peligro para mi hogar y la comunidad”, es el clamor de Virginia Avelino (48), madre de Nilver Ortiz Avelino (28), el joven reservista que quedó loco después de cumplir su servicio militar.
Viajamos una hora en flota desde Apolo a Puchahui. De ahí caminamos casi dos horas hasta la comunidad de Copacabana para encontrar la casa de Nilver. La cobertura nos llevó dos días. El primer día la mamá nos dijo que a veces Nilver está tranquilo y conversa, entonces le abrió la puerta de su cuarto, prácticamente una jaula o como dicen los comunarios es un corral. Apenas salió, lo esperábamos con la cámara lista y con el miedo a que nos agreda, pero le pegó una carrera que no nos dio tiempo para tomarle una buena fotografía. Apenas sacamos la espalda y esa foto no nos servía. Así que tuvimos que volver al día siguiente porque Nilver cuando sale de su jaula, se va de carrera por rumbos desconocidos y no vuelve hasta altas horas de la noche o solo al día siguiente.
Según relata la mamá, Nilver retornó del cuartel de Cobija a la comunidad de Copacabana (Apolo) a sus 18 años y de pronto volvió loco. Pasaron ya 10 años y el joven cada día se convierte más agresivo.
“Cuando llegó del cuartel pasó por aquí (por la carretera) corriendo y agarrando su libreta militar. Hola abuelita, dice que mi abuelito ha muerto. Ahora yo soy sargento, yo los voy a matar carajo. Nelvichito ven pues…volvé le gritaba y no volvió…”, cuenta en quechua Guillermina Argandoña (79) la abuelita de Nilver, quien hace poco recibió una pedrada en la cabeza de parte de su nieto. “Casi me mata”, dijo entre lágrimas.
La mamá no sabe cómo y por qué se volvió loco su hijo. Dijo que antes de hacer su servicio militar era un joven normal y tranquilo.
Abel Fernández (26), secretario general de la comunidad de Copacabana, dijo que Nilver era su amigo. Es su contemporáneo y recordó que Nilver iba al colegio de Puchahui. Que estudiaron hasta segundo de secundaria y era sano, jovial. Hasta era peluquero porque le gustaba recortar el cabello a sus compañeros. “No sé por qué se volvió loco”, comentó el actual dirigente.
Ahora la madre cuenta en medio de sus seis pequeños hijos de 11 que tiene, que Nilver en estos diez años les hizo de todo. “Se ha vuelto muy agresivo. Nos ha golpeado a todos, tanto que ha golpeado a su papá y mi esposo quedó enfermo. No pudo recuperarse, tenía fuertes dolores en el pecho hasta que en enero de este año murió por los golpes que recibió”. 
Comenta con pesar que en la comunidad les ha causado serios problemas porque agrede a todos, especialmente a las niñas y mujeres.
El profesor Eduardo Chávez Mamani de la Unidad Educativa de Copacabana y vecino de Nilver afirma que “camina desnudo. Viene a la escuela y se desnuda delante las niñas y niños. Alguna vez le dimos una huasca para parar esto, pero no hace caso. Pasé informes y un video a la Dirección Distrital de Educación de Apolo para tomar medidas, pero nadie hace nada. Es un riesgo para la comunidad”.
El docente acota que Nilver pega especialmente a las niñas y mujercitas más grandes. “Les golpea del trasero, las quiere agarrar y eso no está bien. Además, anda con palo o piedras y quiere agredirte”.
La comunaria Patricia Sompero manifestó que “es un peligro para nuestras niñas. Va a la escuela, se desnuda delante las niñas y los profesores y eso no se puede tolerar”. Sompero señaló que han informado a las autoridades municipales de Apolo y les han respondido “¿pero qué ha hecho?, tiene que haber un hecho más grande como una violación, un asesinato para hacer algo. Así nos han respondido”.
Su vecina, Nela María Cari, también protestó: “es un peligro, las mujeres corremos peligro porque anda desnudo. Puede haber una violación o algo porque a veces está armado con palo, piedras y maneja cuchillo”. 

EN MANICOMIO 

La madre de Nilver recurrió a todo lado en busca de ayuda. Visitó autoridades, dirigentes, amigos, pero nadie le pudo dar solución.

“Le hice curar con curanderos, muchas veces lo llevé al hospital, pero no le hacen nada”. Un año después de muchas solicitudes, la Alcaldía de Apolo le brindó una ambulancia para que lo lleven a La Paz. 
La señora cuenta que lo llevó al Manicomio de la zona de Irpavi. Estuvo ahí tres meses, mejoró un poco y lo volvió a llevar a Apolo. Después de un año, dijo que la comunidad estaba muy molesta y lo volvió a llevar al mismo Manicomio y esta vez estuvo seis meses.
“Cada mes tenía que pagar 2.800 bolivianos. Me ayudaba a pagar mi hijo mayor. Yo vendí todos mis ganados y algunas pertenencias, pero ya no pude pagar más y me dijeron que me lo lleve”.
Su hijo pagó algo más de 15.800 bolivianos y le dijo que no puede trabajar solo para eso y que sería mejor que lo vuelva a llevar a Apolo.
Acudió a las autoridades municipales para que le ayudaran a pagar algunos meses y “me dijeron que no hay plata para ayudarlo”. 
Así lo recogió a Nilver del Manicomio y el viaje entre 15 a 17 horas de La Paz a Apolo, 430 kilómetros de distancia, fue otro dolor de cabeza porque su hijo no puede estar quieto. “Tenía que sujetarlo en el asiento, contraté unas cuántas mingas (ayudantes) más para que me ayuden a llevarlo. No era nada fácil, no podía estar tranquilo en tan largo viaje”.

JAULA O CORRAL

Ante este hecho, que hace años Nilver causa zozobra en la comunidad es que las autoridades del lugar han tomado medidas de seguridad.
La madre dijo que “hable con las autoridades, pero me dijeron que es muy agresivo, no hay caso, nada podemos hacer y tienes que encerrarlo”
El secretario general, la máxima autoridad del lugar declaró que han acudido a muchas partes sin ningún resultado. “No hemos logrado ayuda de ninguna parte, aunque en los últimos años ya nada hemos podido hacer”.
Sin embargo, Fernández expresó que “como no pudimos acudir a otras instancias, en su vivienda hemos preparado como un corral para que no agreda a su mamá y pegue a sus hermanitos menores. Por seguridad hemos hecho eso. Él es humano, no queremos que viva así, pero solo lo hemos encerrado hasta encontrar ayuda”. 
De esa manera es que Nilver vive en ese corral, una jaula humana. Es un ambiente de 4×3 metros más o menos, piso de tierra, paredes de tojllas o tablas, techo de calamina sin tumbado de unos 3,50 metros de altura. Hay espacios entre el techo y los palos por donde le arrojan la comida.
“Cada día le arrojamos su comida y cafecito en bolsita por encima del techo para evitar que nos agreda o se escape”, relata la mamá. El día de nuestra cobertura, Nelva, la hermanita de 15, le arrojaba bolsitas de yogurt para que mire a la cámara y nada.
“A mí, me odia, no me quiere ver…”, dice Elva, quien fue agredida muchas veces por Nilver. 
Este joven de una tremenda fuerza y de unos 1.65 m de estatura, duerme en el piso húmedo, cuando llueve es peor. Apenas se ve una frazada delgada y trapos en ese espacio de tierra. “No le ponemos catre porque cuando le hemos puesto lo destrozó todo y con eso nos ha golpeado”, justificó la mamá. Nilver como no sale con frecuencia de su jaula hace sus necesidades ahí mismo. La madre cada semana entra a limpiar el corral con el riesgo de que sea agredida otra vez. “Tengo que limpiar no me queda otra porque esto sería peor”.
Nilver habla solo. Repite palabras en español y quechua. Mira sigilosamente por las rendijas de las tablas. Ve todo movimiento de sus hermanitos. Está echado semidesnudo. Sabe a qué dirección está la casa de su madre y observa ahí como esperando que le abran. Oye muy bien porque a cada ruido de acercar la escalera para verlo mejor, se mueve. 
“No tiene nada. En lluvia, sol y cuando llueve noche y día está correteando y no agarra ninguna enfermedad”, avisa la mamá sobre el estado de salud del joven. 

CLAMA AYUDA

Virginia perdió todo por cuidar y hacerlo tratar a Nilver. Vendió sus ganados y algunas pertenencias que tenía. 

Esta mamá de 48 años tiene 11 hijos: Gerardo (30), Nilver (28), Rosa (26), Kathia (24) , Juan Carlos (22), Richard (18), Elva (15), Justiniano (12), Oscar (11) José Miguel (7) y Rosimar (4). Una de sus hijas mayores se casó y vive en la comunidad. El resto de los cinco hermanos viven en La Paz. Estudian y trabajan. Ella está con los más pequeños en la vivienda estatal que el Gobierno les otorgó. 
“Me han dicho que las viviendas iban a ser para los pobres, pero no había sido para los pobres. Solo me han dado material de construcción y yo tengo que pagar al albañil. No tenía dinero, me endeudé y ahora debo 15 mil bolivianos. La casa nos cuesta más de 20 mil bolivianos. No tengo para pagar al albañil”, lamentó Virginia. 
Ahora vive con miedo, porque dice que antes por lo menos su esposo les defendía y ahora él está muerto. 
“Yo quiero que me ayuden. Que lo Lleven al hospital o al Manicomio, que no lo suelten. Ya no quiero que este aquí. Mis hijos y la comunidad están en peligro. Ahora ha empeorado, ha perdido el control totalmente”.
Virginia apenas siembra plátano, yuca y cría algunos chanchitos para sobrevivir. Su producción es solo para el autoconsumo.
En uno de los dormitorios apenas tiene un televisor antiguo donde los niños ven algo con una imagen borrosa. 
Ojalá Nilver y su extensa familia encuentren la ayuda que requiere de las autoridades y gente de buen corazón. 
(*) Director del periódico APOLO XXI y Radio Apolo Bolivia FM 96.9

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