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Cuatro militares cuentan cómo combatieron contra la guerrilla y derrotaron al Che.

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El subteniente Alberto Molina, “el champitas”, corrió a preguntar qué pasaba. “Ordenan que retornemos urgente a la unidad”, comunicó a sus camaradas a su vuelta.
Moreira, que tenía 29 años y recién se había comprometido en matrimonio, narró a RimayPampa, 50 años después, que ese mismo momento suspendieron las cervezas y retornaron al Regimiento “Manchego” 12 de Infantería, ubicado ese entonces en Guabirá.
Apenas se presentaron, recibieron la orden de prepararse de inmediato para salir mañana a primera hora hacia a Camiri, población ubicada en el chaco cruceño. No les dijeron ni por qué ni para qué.
La orden también afecto los soldados del escalón 66, quienes tenían que licenciarse al día siguiente, 24 de marzo, en un acto central, pero les dijeron repentinamente que no podían irse a sus casas con sus libretas hasta nuevo aviso.
Emboscada guerrillera.
Ni Moreira ni Galindo sabían que la misma mañana del 23 de marzo de 1967, mientras ellos desfilaban en Montero, ocho guerrilleros habían emboscado a tres escuadras del Ejército en Ñancahuazú.
Entre los emboscados estaba el capitán Augusto Silva Bogado, que recién contó a los periodistas Froilán González y Adys Cupull cómo fue ese primer choque con los guerrilleros comandados por Ernesto Guevara de la Serna.
“Seguimos aguas arriba, Epifanio Vargas (guía) y yo de punteros con mis soldados, detrás Guido Tercero con los soldados nuevos; el mayor encabezaba la tercera escuadra y al final, el teniente Lucio Loayza”, relató.
Silva recordó que llegaron al encajonamiento del río, caracterizado por unos cerros muy altos, donde sintió miedo y un escalofrío por todo el cuerpo. Hizo el ademán de amarrarse las botas y escuchó que Epifanio le dijo: sin vos no seguiré avanzando. Fue ahí y en ese momento cuando sucedió la emboscada.
“Eran tres guerrilleros solamente, caímos prisioneros todos. El subteniente Amezaga fue muerto enseguida, también Epifanio Vargas; yo di media vuelta y me metí en un matorral, algunos soldados cayeron muertos y otros heridos. Los guerrilleros gritaban: ¡Viva el Ejército de Liberación Nacional! Y nos conminaban para que nos rindiéramos. Yo salí desarmado con las manos en alto. Y detrás el Mayor Plata también se rindió”.
La emboscada terminó con siete muertos, 14 prisioneros sanos y cuatro heridos. Las Fuerzas Armadas perdieron, además de vidas, 16 fusiles máuser, tres morteros con sesenta y cuatro granadas, dos ametralladoras livianas, tres pistolas ametralladoras y dos mil proyectiles para fusil máuser.
La acción guerrillera golpeó duró al gobierno de René Barrientos Ortuño. Ante la situación, el comando de las Fuerzas Armadas decidió movilizar entre 1.500 a 2.000 soldados, entre ellos Galindo, Molina, Mario Vargas Salinas, Gary Prado, Jorge Moreira y otros.
La campaña de Galindo, Molina y sus soldados
Diez días después de la emboscada de Ñancahuazú, el 2 de abril, los guerrilleros cumplieron su promesa de liberar a los prisioneros en vista de que no habían logrado convencerlos para que se unan a sus filas.
Ese mismo día, el Capitán Silva y el Mayor Plata llegaron a la hacienda El Pincal, donde se habían asentado Eduardo Galindo y Alberto Molina con sus soldados.
“Diez de la noche. En la penumbra del flanco norte se escuchaban pasos seguros que venían hacia nosotros. Se acercaba alguien. Nos incorporamos violentamente con signos de nerviosismo propios de la sorpresa”, escribió Galindo en su libro, “Crónicas de un soldado. Cuando nos enfrentamos al Che”.
En 1967, Galindo y Molina tenían 21 años. Los enviaron a esa zona, junto a Moreira, con la orden de perseguir a los guerrilleros hasta atraparlos. Los dos jóvenes oficiales permanecieron en el campo de operaciones desde el 27 de marzo hasta el último día de combate. Moreira volvió a Santa Cruz el 23 de junio, se casó y días después viajó a Colombia a un curso de contraguerrilla.
Durante ese lapso, rescataron cadáveres, sufrieron una emboscada, se desmoralizaron con los golpes que asestaban los guerrilleros y las carencias, y se volvieron a animar por “la patria”.
“Nos internamos 20 metros en el monte. De pronto una descarga de ametralladora rompió la calma, nos tendimos al suelo inmediatamente. Enseguida escuchamos más disparos y ráfagas que cortaban las hojas de las plantas y arbustos, las mismas que caían sobre nuestras cabezas”, narró Eduardo Galindo sobre la emboscada que sufrieron en Monte Dorado.
Mario Vargas y la emboscada de Vado del Yeso
El capitán Mario Vargas Salinas rondaba los 30 años cuando partió, el 27 de marzo de 1967, de Guabirá a Vallegrande.  Salió al mando de 18 hombres, también del Regimiento “Manchego”, para operar en el lado norte del área donde se movía la Guerrilla. Galindo, Molina y Moreira estaban en el sur. La estrategia era evidente: acorralar a los rebeldes.
Vargas relató, en su libro, “El Che: mito y realidad”, cómo armó la emboscada en Vado del Yeso. Señaló que convenció al campesino Honorato Rojas, que vendía alimentos e informaba a los insurgentes, para que operara con el Ejército.
Al atardecer del 31 de agosto, los soldados esperaban a sus enemigos camuflados entre la maleza. “Allí están los guerrilleros, mi Capitán”, alertó un soldado a Vargas, que se había apostado entre un árbol y un talud.
“Volví a mi puesto y me tendí junto a un soldado, sentí algo extraño, algo así como debe ser el miedo, pero por fortuna esa sensación duró muy poco, se fue disipando a medida que el grupo avanzaba hacia nosotros”, describió en su libro.
Honorato Rojas encabezaba la columna guerrillera, más o menos tal y como habían quedado con Vargas. Una mujer cerraba el grupo: Tania (Tamara Bunker). En total eran 10, más el guía 11.
Cuando ya se iba la luz del día, el grupo se aproximó al vado hasta que se detuvo por tercera vez. En ese momento, Honorato se desprendió del grupo, retrocedió lentamente y se perdió en la espesura del monte.
Los soldados miraban, conteniendo la respiración, cómo los integrantes de la retaguardia guerrillera entraban al agua justo en el cruce entre los ríos Camiri y Grande, lugar conocido como Vado del Yeso, en Puerto Mauricio.
“Entraban al agua uno a uno, en fila india; calculé el tiempo, apunté al primero y dejé que se aproximara más. Cuando tres de ellos iban a llegar a la orilla y los demás entraban al agua, apreté el disparador y luego oí los disparos de mi gente instantáneamente”, relató Vargas, tiempo después que descargó su arma desde más o menos 10 metros de distancia.
El Capitán se incorporó para ver lo que ocurría y vio que el agua se llevaba algunos cuerpos, y también vio que otros guerrilleros se zambulleron para dejarse arrastrar por la corriente.
“Viendo que el rio se llevaba los guerrilleros, ordené abandonar las posiciones y correr tras ellos. Corrimos disparando sin cesar y entramos al rio para recoger cadáveres o heridos”, agregó.
Ese día, murieron en aquel lugar: Juan Vitalio Acuña (Joaquín), Israel Reyes Zayas (Braulio), Gustavo Machín Hoed de Beche (Alejandro), Haydée Tamara Bunke Bider (Tania), José Restituto Cabrera Flores (El Negro) y los bolivianos: Apolinar Aquino Quispe (Polo), Walter Arancibia Ayala (Walter), Moisés Guevara Rodríguez (Guevara o Moisés) y Freddy Maymura Hurtado (Médico o Ernesto).
Según el Capitán,  el único sobreviviente fue José Carrillo, minero boliviano.
En tanto, los cuerpos de Tania y José Restituto habían sido arrastrados por la corriente.
Rescate de Tania y combate en La Higuera.
Seis días después de la emboscada de Vado del Yeso, los soldados de Galindo encontraron el cuerpo de Tania.
“Al promediar las 18 horas regresó Molina, dándome parte de que su patrulla había encontrado el cadáver de Tania río abajo, atascado en una piedra y destrozado por los pescados”, narró Galindo.
Apenas comunicó el hallazgo, recibió la orden de resguardar el cuerpo de Tania sin descuidarse ni un minuto. Al día siguiente, llegó el capitán Mario Vargas en un helicóptero para recoger el cadáver.
Entre el 9 y 25 de septiembre, los 34 hombres de Galindo se movieron en el área de Vallegrande.
El 26, el joven subteniente se enteró en Pucara que los guerrilleros se dirigían hacia Abra del Picacho y posiblemente a La Higuera.
Ante la nueva situación, el militar solicitó moverse en esa dirección. En un principio le dijeron no. Después, a las cinco de la mañana, le ordenaron ir al lugar señalado.
A eso de la una de la tarde, ya en La Higuera, se escucharon cinco disparos. En un primer momento, Galindo creyó que eran soldados.
“Al advertir que no se trataba de soldados sino más bien de los guerrilleros y que había la posibilidad de escape por derecha o izquierda, ordené a mis soldados abandonar de inmediato las posiciones de emboscada y avanzar en dirección al pueblo”, dijo en su libro “Crónicas de un soldado”.
“En esas circunstancias fui sorprendido por dos disparos efectuados por mis soldados, quienes al abandonar sus posiciones, abrieron fuego sobre la vanguardia guerrillera que había penetrado en nuestra emboscada, eliminado a un guerrillero», agregó.
Inmediatamente, se escucharon varios disparos de armas semiautomáticas y se desató el fuego cruzado. El combate duró entre diez a quince minutos.
Al ver que los guerrilleros huían del pueblo, Galindo ordenó a sus soldados abandonar sus posiciones y entrar al asalto. Los persiguieron por unos tres kilómetros, pero no pudieron atraparlos porque gran parte de los insurgentes se internó en una quebrada.
Ese día, en aquel lugar, murieron: el cubano Manuel Hernández Osorio (Miguel) y los bolivianos Roberto Peredo Leigue (Coco) y Mario Gutiérrez Ardaya (Julio). Quedaron heridos el cubano Daniel Alarcón Ramírez (Benigno) y el boliviano Francisco Huanca Flores (Pablo).
El Capitán Prado atrapa al Che
El capitán Gary Prado Salmón tenía por aquel entonces 28 años. Comandaba la compañía Ránger, era un soldado más de los casi 2.000 que había desplegado el Ejército boliviano para aplastar la guerrilla.
Después de la emboscada del Vado del Yeso y el combate en La Higuera, la columna guerrillera estaba disminuida a 17 hombres de los 54 que habían comenzado la contienda. Además, sufría carencias materiales y padecía un bajón moral.
“Mi compañía (el batallón Manchego) fue la primera en entrar en la zona de operaciones y realizar una serie de rastrillajes”, dijo Prado al recordar aquellos días de octubre de 1967.
“En el primer día de rastrillajes capturamos a dos guerrilleros que habían desertado, los envié prisioneros a Vallegrande y de allí los llevaron a Camiri para el juicio”, contó recientemente a El Deber.
Pocos días después, recibió la información de campesinos que habían visto a los guerrilleros en la quebrada de El Churo.
Prado montó la operación, cerró la quebrada y se produjo el combate. Dos hombres trataron de romper el cerco y salir por un costado de la quebrada, donde estaban dos soldados, quienes al ver a los guerrilleros les dijeron: ¡Quietos! Y gritaron: ¡Mi capitán, aquí hay dos!
“Yo estaba a unos 15 metros más abajo, donde era mi puesto de comando. Me encontré con estos dos y uno me dijo: No me maten, soy el Che Guevara, para ustedes valgo más vivo que muerto”, contó Prado en varias ocasiones para rememorar lo que pasó un día como hoy, 8 de octubre, hace 50 años.
No hubo soldados gringos.
Moreira puso cara de mal gusto cuando se le preguntó si hubo militares estadounidenses entre los soldados bolivianos. “Ni uno solo”, aseguró. “Yo estuve hasta el 23 de junio en Camiri, luego me enviaron a un curso antiguerrilla en Colombia; allá me enteré que soldados bolivianos habían atrapado y matado al che”. Y agregó: «no, no, no hubo militares estadounidenses, puro bolivianos hicimos el combate y vencimos solos los bolivianos».
Prado indicó que llegaron 14 instructores estadounidenses, pero ningún de ellos participó en la línea de combate.
Moreira, a su vuelta de Colombia y después que el gobierno de Barrientos ordenó ejecutar al Che, volvió a Ñancahuazú a hacer el último rastrillaje por sí había quedado un foco guerrillero. Sólo encontró huellas de la soledad, el abandono y penoso sufrimiento de los guerrilleros.
 
“La historia la escriben los vencedores”, dijo George Orwell, autor del magnífico libro 1984. Y esta historia fue escrita por los militares que combatieron al Che y quizás inconscientemente materializaron la frase de Winston Churchill: «La historia será generosa conmigo, puesto que tengo la intención de escribirla».

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