Por. Rudy Guarachi Cota El 17 de julio de 1980, las botas de un militar irrumpieron en la sede de Gobierno. La entonces presidenta Lidia Gueiler Tejada no pudo hacer frente a tal hecho impulsado por nada menos que su primo. Otro golpe militar se acopiaba en la historia de la entonces República de Bolivia. El olor a coca de aquellas botas parecía no ser percibido por los ciudadanos que salían del chaki electoral que los había dejado afónicos unos días antes. “Siles, Siles, Siles…”, gritaron muchos de ellos la noche anterior. El golpe, más allá de sus denotaciones políticas,