Por: Max Baldivieso
Más tarde, pero no nunca, entramos a una nueva coyuntura. Después de la pesadez del desconformismo y el trago amargo de la derrota que atravesó las gargantas de los detractores, la resolución de la justicia –dando luz verde a los resultados de las elecciones presidenciales de octubre– entregó la banda al candidato triunfador. Así, la alegría se convirtió en fiesta callejera que dejó salir ese patriotismo exacerbado, que muta en un nacionalismo con ribetes indígenas.
En esta nueva construcción de la historia, el revisionismo se vuelve una premisa fundamental para comprender el proceso que empezamos a vivir dentro de esta coyuntura. Citando a René Zabaleta, es “una realidad abigarrada” con un contexto de disputa entre Estado y militancia, un tire y afloje sobre la mesa de pactos y de promesas electorales. Por un lado, está el cuoteo político y el reclamo de sectores sociales (militantes) que quieren su pedazo de Estado y, por el otro, están las medidas que son urgentes para reactivar la economía.
La gran pregunta es, ¿cuál pesará más? La política económica y social debe ser real para salvar no solo a las cúpulas, sindicatos o empleados públicos, sino a estos 11 millones que esperan respuestas para poder seguir adelante, y no hacia un incierto futuro.
Hasta aquí transcurrió un año accidentado, con una orientación de medidas muy débiles para que lograsen paliar y solucionar el problema de los bolivianos, no solo de ciertos sectores, que por ahora no es necesario nombrar. Pero, al hacer un recuento de acciones, empezaremos con el “10% para la salud”, algo que no se aplicó realmente o, si se lo hizo, el 5% se fue en “coimas” o compras mal efectuadas, como las de respiradores, insumos médicos y elementos de bioseguridad.
Por otra parte, el “perdonazo” de impuestos a principios del 2020 nos dejó sin caja para enfrentar los primeros meses del año. Los incendios forestales fueron la alegría de pocos y la tristeza de millones. La corrupción persistió en las empresas estatales y ministerios, que, a la vez, fueron botín político de los dueños del poder. Estos lograron “beneficios” diversos, por ejemplo –para citar algo al azar–, los vuelos de Evo o de Núñez, ambos acompañados por señoritas que no podían movilizarse, así que estas almas caritativas y lujuriosas se brindaron para acercarlas a su destino.
El quedarnos sin oxígeno por culpa de los manifestantes y, principalmente, por la angurria y el negociado interno entre oscuros ministerios y rapaces comerciantes, es otro de los temas sensibles, al igual que los bonos, el endeudamiento por la salud de nuestros familiares y el enterrar a los que no pudieron vencer la enfermedad, porque antes de luchar contra ella, teníamos que pelear con sistemas de salud defectuosos. ¡Ah!, me olvidaba, también la pandemia.
¿Por qué se pone al final a la pandemia?, quizás porque, de todo lo que se hizo por dar mejores condiciones a las personas, era mejor no hacerlo, pues solo fueron medidas de alivio ficticias, mientras se agravaba la situación económica de las familias, amenazadas estas por los pagos de servicios, los créditos y por las muchas dudas acerca de lo que vendrá.
De esta realidad se encuentran tan alejados el Legislativo y del Ejecutivo, pues el Estado se convirtió de nuevo en trofeo político y el voto, en lugar de generar un cambio, se transformó en el instrumento para que algunos accedan a esta presea, como cada cinco años. Luego, al despertar del chaqui de la fiesta democrática, vino la pelea por los cargos y para meter las manos en el aparato estatal y acomodarse en puestos de trabajo, porque lo que menos importa es la reactivación del país, solo importa la reactivación personal, al costo que sea.
Ahora, un presidente que empieza su gestión con un carácter técnico y consciente de la economía de nuestro país, es bapuleado por los mismos movimientos sociales que lo apoyaron. Ahora marchan gritando “nos engañaron, queremos ministerios”. También acontece la toma irracional al Comité Cívico de La Paz y el caso de una viuda que considera justo que se entregue al cuñado un ministerio porque su esposo murió antes de ocupar el puesto. Además, el Ministerio de Culturas, en vez de ser un lugar para desarrollar políticas culturales bien orientadas, es un espacio oscuro para el cuoteo de poder.
Yo tenía alguna esperanza en que esto sería diferente, pero lo que ocurre es un capítulo más sacado de Los Simpson, “la patada en la ingle”, que nos demuestra el poder sobre el otro se ve en cancha, cuando la rodilla del caudillo se estrella en la democracia, la que duele a los que sobrevivieron este año, a los bolivianos ajenos al poder, pero pagando el costo de las factura que dejó octubre del 2003 y del 2019, cuando cambió la forma de vernos, pero no cambio el obtener el mismo centavo para el pan.
Max Baldivieso es periodista