Estamos en un período electoral y las propuestas en materia de política exterior son de lo más diversas. Se ofrece apertura comercial, desideologizar la diplomacia, salir del Mercosur, justicia climática, revalorización del mérito, diplomacia del desarrollo, relaciones abiertas para el “Vivir Bien”, etcétera y más etcéteras.
Frente a este abanico de propuestas, no me angustia la pertinencia o no de las ofertas —aunque algunas preocupan por su manifiesta improvisación—; lo que en verdad me angustia es que ningún candidato a la presidencia, comprenda que la política exterior no debería ser una política de gobierno sujeta a visiones ideológicas coyunturales, intereses partidarios, afinidades personales entre mandatarios o improvisaciones del momento. Lo que agobia es que aún no se entienda que la política exterior debe ser una política de Estado, orientada por principios permanentes, objetivos nacionales compartidos y una visión estratégica del lugar que Bolivia pretende ocupar en el mundo.
Algunas de las razones esenciales por las que la política exterior debe ser una cuestión de Estado y no simplemente de gobierno son:
1. La necesidad de coherencia a largo plazo. Varios aspectos inherentes a la política exterior, como la inserción internacional, la integración regional, la captación de inversiones o el posicionamiento geopolítico, no se construyen en cinco años, tiempo que dura un mandato presidencial, requieren visión de largo plazo, continuidad institucional y consensos políticos.
2. La confianza internacional. Los socios extranjeros, inversionistas y organismos internacionales valoran a los países que mantienen una política exterior clara, predecible y profesional. La credibilidad no se construye con discursos, sino con coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Un Estado que cambia constantemente de rumbo, rompe acuerdos o subordina su política exterior a vaivenes internos transmite inseguridad. Las oscilaciones debilitan la confianza, dificultan la cooperación y ahuyentan la inversión. Por el contrario, los países que proyectan estabilidad, cumplen sus compromisos y respetan las normas internacionales logran forjar relaciones duraderas y beneficiosas. La credibilidad es, en definitiva, un activo estratégico en las relaciones exteriores.
3. La protección del interés nacional. Una política exterior de Estado garantiza que los intereses del país no se subordinen a ideologías ni a conveniencias de corto plazo, sino que se defiendan con una visión integral, técnica y plural.
La omisión de este enfoque en plena etapa preelectoral no es menor. Revela un profundo desconocimiento de la naturaleza de la política exterior y una preocupante incomprensión del hecho de que las acciones en el ámbito internacional no son una extensión de la campaña, ni una política más del gobierno de turno, y mucho menos un instrumento de revancha ideológica.
En ese marco, la respuesta primigenia e inequívoca que debería dar cualquier candidato que pretenda construir una política exterior seria es el compromiso urgente de establecer una política exterior de Estado; articulada, plural, con visión de largo plazo y capaz de trascender los cambios de gobierno.
Un caso cercano de lo que debe hacerse es Chile, que desde hace décadas sostiene una política exterior coherente, técnicamente orientada, con visión estratégica y respaldada por acuerdos interpartidarios.
Para ilustrar la necesidad imperiosa de asumir definiciones de Estado, basta analizar el caso del relacionamiento bilateral con Chile. Desde 1978, Bolivia se ha negado a mantener relaciones diplomáticas formales con ese país, una situación incómoda para La Moneda. Hoy, algunos candidatos proponen restablecer relaciones sin ofrecer razones justificadas. Las preguntas, entonces, son inevitables: ¿Debe Bolivia asumir una determinación de semejante envergadura como resultado de un programa de campaña? ¿Una política sostenida por casi cinco décadas puede ser alterada, de un momento a otro, por la sola voluntad del Presidente de turno? ¿No sería más sensato adoptar una decisión tras un estudio serio que contemple los intereses nacionales? La respuesta razonable es: ¡es un tema de Estado!, Consecuentemente merece especial atención y debe analizarse cuidadosamente.
En ese marco, el paso inicial sugerido es sencillo. El nuevo gobierno, sea cual fuere, debe constituir un grupo de trabajo compuesto por diplomáticos, académicos, empresarios, representantes de los gobiernos subnacionales, partidos políticos y otros sectores relevantes, con el propósito de elaborar un proyecto de política exterior inmediatamente que oriente la gestión internacional del país durante, al menos, los próximos diez años. Con esta base, las autoridades podrán adoptar definiciones estratégicas, en lo posible consensuadas.
“La política exterior debe reflejar un proyecto de país, no los caprichos de un gobierno.” Es urgente que quienes aspiran a gobernar superen su miopía en materia de relaciones internacionales y comprendan que la política exterior ¡es de Estado!, a diferencia de otras áreas de acción pública, y afronten el desafío de construir una política con principios rectores de largo plazo, visión de país, continuidad y madurez institucional.
Windsor Hernani Limarino es economista y diplomático