Rafael Archondo*
Mientras en Argentina (2009), Venezuela (2010) y Ecuador (2013) los gobernantes “progres” decidieron usar las leyes para atenazar a los medios de comunicación, en Bolivia optaron por la pantomima. Lo que narro acá no es ni primicia ni hallazgo, sino un humilde homenaje a mis colegas del diario La Razón, quienes el 6 de enero y el 11 de febrero recientes decidieron contar la verdad o, mejor dicho, confirmarla. Hacerlo desde aquel galpón de Auquisamaña tiene más mérito que todas las denuncias previas. Ahí radica su peso en oro. Yo dije lo que sé entre 2013 y 2018, nada menos que en las páginas de La Razón, donde fui columnista durante ese tiempo. Acá, abusando del cariño de Página Siete, reincido.
Consolidado el nuevo orden tras la aprobación, vía referéndum, de la Carta Magna, el MAS se dispuso a crear sus “MAS-media”. La piedra inaugural del lucrativo aparato había sido colocada ya en enero de 2009, por el caraqueño de nacimiento Carlos Gill Ramírez, quien adquirió de manos del grupo español Prisa las acciones del periódico La Razón, El Extra y, aparentemente, también las de la red ATB.
Para la compra, el hombre, que posee nacionalidad española, usó como disfraz una empresa con sede en Barcelona denominada Akaishi Investements. De ese modo, lo que en su momento fueron las principales empresas de la familia Garafulic pasaron a convertirse en los mascarones de proa de un nuevo imperio mediático al servicio de Evo Morales y su partido.
Las conexiones de Gill Ramírez con el gobierno anterior están plenamente confesadas por él mismo. Representa en La Paz a la firma austriaca Doppelmayr, que obtuvo sin licitación más de 700 millones de dólares por edificar transporte por cable. Además construyó todas las estaciones del mismo y es el rey de los escasos ferrocarriles que transportan soya y otros bienes transables hacia los puertos más cercanos.
¿Puede creerse que amasando tantos negocios vinculados con el Estado, alguien puede permitir que sus medios tomen siquiera distancia del que le firma los cheques? Es por esta sencilla razón que en octubre de 2009, Gill designa a Edwin Herrera como director de su diario paceño. Antes de desprenderse de sus acciones en ATB, el para entonces misterioso empresario coloca al mando a Jaime Iturri, convertido hoy en el primer millonario del MAS con residencia en Buenos Aires.
En 2010, en una conversación pública, lamentablemente no grabada, en el salón de actos de la Fundación Ebert en Obrajes, Iván Canelas, el inminente primer ministro de Comunicación del gobierno del MAS (la cartera estaba en trámite de creación), nos confesó a varios amigos que Gill les pidió nombres para cubrir las plazas ejecutivas de sus medios.
Entonces el gobierno sugirió a sus amigos. Herrera e Iturri compartían un rasgo en común. Ambos eran periodistas edilicios, es decir, cumplían tareas en la exitosa administración de Juan del Granado, en ese momento firme aliado del MAS. Las cabezas de ATB y La Razón habían sido designadas por los cenáculos internos del gobierno. Como recompensa, los negocios para Gill no tardarían en fluir. El principal de todos fue la publicidad estatal, que Iván Canelas y sus sucesoras se encargarían de franquear generosamente a los MAS-media.
Es increíble cómo la ruptura del acuerdo entre los Sin Miedo y el MAS calza a la perfección con la salida de Herrera de la dirección del diario. Marzo de 2010. Mientras Iturri jura lealtad a García Linera, el “gerente de Bolivia”, como lo bautizó Gill el año pasado, Herrera opta por hacer carrera política con la nueva oposición. Continúa haciéndolo hasta ahora en las filas de Sol.bo.
Gill tiene entonces una baja. Lo suyo, como extranjero, nunca fue meter sus narices en la batalla editorial diaria. Después de una negociación fallida de García Linera con el periodista Gustavo Guzmán, quien había sido el primer y único embajador de Evo en Washington, el nombramiento recayó en Claudia Benavente.
Ella y García Linera son amigos desde cuando éste estaba preso. En diez años como directora, Benavente inclinó el diario a favor del MAS desde el primer día. Quizás pensando en la posibilidad del “Evo for ever”, designó a su excuñado Pablo Rossell como gerente del diario, entre 2016 y 2018. Ya había perdido el miedo. Rossell fue asesor de la Vicepresidencia y después de una gestión conflictiva en el periódico, fungió como vocero del programa de gobierno del binomio oficialista el año pasado. Ahí, la pantomima cedió terreno al cinismo y el aparato quedó a la intemperie.
*Rafael Archondo es periodista.