Las casi dos décadas de la trágica experiencia del Movimiento al Socialismo han impuesto una necesidad ineludible en Bolivia: debemos emprender un proceso profundo de purificación que redima la mediocridad exaltada, la moralidad mezquina y la bajeza que se han instalado como normas de nuestra vida pública.
Necesitamos hoy una genuina revolución: un renacimiento ético tan decisivo como lo fue el Decreto 21060 en términos económicos y financieros. Esta tarea es ardua, pues el deterioro moral no solo ha desgastado la capa superficial de nuestra sociedad, sino que ha corroído sus estratos más profundos, afectando a todas las regiones, las clases sociales, todas las edades y todo ámbito público.
El MAS ha consolidado la creencia de que la ley es un adorno conceptual, algo a respetarse solo cuando conviene. Han creado, además, una burocracia monstruosa y reglamentaria, una telaraña en la que la normativa carece de espíritu ético, de fundamento moral o, incluso peor, de sentido práctico, hecha solo para cobrar y perjudicar
En esta Bolivia convertida en parodia, lo esencial ya no es el conocimiento, sino el “papelito”, carnet de militante o un jugoso soborno que lo pruebe. No importa si alguien está enfermo o moribundo; lo esencial es la fotocopia que certifica la vacuna para poder ingresar a un hospital. No importa si alguien es culpable o inocente; lo que cuenta es que haya cumplido con los trámites burocráticos, cargados de una miseria ética que empequeñece el espíritu. En esta estructura sin alma, se sacrifica el mérito y se apadrina la mediocridad en nombre de la paridad de género o, simplemente, por la bendición de quienes detentan el poder político.
Este deterioro ha alcanzado tal magnitud que se defendió, sin rubor, que la reelección indefinida era un “derecho humano”, solo porque unos adefesios de tribunos así lo sostuvieron, una aberración que hiere la dignidad de todas las verdaderas víctimas de violaciones de derechos humanos y contamina las funciones más sagradas del Estado.
Una revolución ética y moral debe comenzar estableciendo, con fuerza y claridad, que una sociedad civilizada no puede sobrevivir sin valores. No hay salvación fuera de ellos, aunque sea que los comportamientos los asuman inicialmente con hipocresía y que la educación y la coerción los transformen luego en costumbres. Se puede concebir no enseñarles a los niños la disciplina, honradez y la decencia, la necesidad de no faltar a la verdad, ¿la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal? ¿Es posible hacer empresa, educar, sanar, competir o definir políticas públicas sin valores?
Hoy nuestra democracia se ha convertido en un cascarón vacío, carente de contenido, pues ha sido despojada de principios básicos como la división de poderes, un mínimo de buena fe, el respeto por el otro y el mínimo sentido genuinamente democrático. Esta erosión no puede ser ignorada pues aceptarla es renunciar a valores y principios.
En la historia universal encontramos episodios en los que la voluntad política logró desencadenar revoluciones éticas y morales con efectos duraderos para sus pueblos y para la humanidad. Desde la Revolución Francesa, cuyos ideales de libertad, igualdad y fraternidad sentaron una base ética para la política occidental, hasta el movimiento abolicionista que confrontó la inmoralidad de la esclavitud y los derechos fundamentales de los seres humanos; pasando por el movimiento kemalista de Atatürk en Turquía, que refundó la república bajo ideales de secularidad, racionalidad y modernización. De manera comparable, la transición democrática en España, que impulsó una ética de reconciliación, el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos y la Revolución Meiji en Japón, que promovió el deber, el honor y el servicio a la nación, son ejemplos de que el cambio moral y ético colectivo. es posible.
Hoy, Bolivia necesita una transformación semejante, una enérgica revalorización de los principios y valores esenciales. Esta es una propuesta, un 21060 ético y moral, un renacimiento de la ética pública que restituya la dignidad y los valores de nuestra sociedad, convencidos de que solo con una base ética renovada podremos reconstruir la cohesión y el respeto que nuestra nación necesita para avanzar hacia el futuro. Las líneas de trabajo de un verdadero cambio del Estado y de la sociedad a ese nivel son: La generalización fundamentalista de la transparencia, la educación y la concientización, un sistema sancionatorio, uno de estímulos y premios, la puesta en valor de la rendición de cuentas, de la fraternidad y la espiritualidad en libertad.
Luis Eduardo Siles es político y analista