José Luis Bedregal Vargas
El próximo domingo 19 de octubre, marcará un punto de inflexión en la historia reciente del país, no solo porque conoceremos quién administrará el poder político en los próximos años, sino porque se pondrá a prueba la madurez de la clase política para leer el mensaje que las urnas envíen. Más allá de los nombres o los colores partidarios, el país entero espera que el lunes 20 de octubre amanezca con señales claras de que Bolivia puede reencontrarse consigo misma.
La sociedad boliviana, cansada de la confrontación y la incertidumbre, aguarda gestos de grandeza. No se trata de celebrar victorias o lamentar derrotas, sino de entender que los resultados de esta elección, deben ser el punto de partida para reconstruir la confianza en la política y el Estado, como instrumentos de servicio y no como botín de poder.
Lo que el electorado espera, más allá del resultado, es que los líderes políticos comprendan que Bolivia exige acuerdos, exige un nuevo pacto político que dé estabilidad y que devuelva certidumbre a las familias, a los trabajadores, a los emprendedores y a los jóvenes que hoy no ven un futuro claro.
La ciudadanía quiere ver a sus líderes dialogando, no insultándose; construyendo puentes, no trincheras. Espera que las diferencias ideológicas, que son mínimas, no sean un obstáculo para buscar consensos en torno a lo esencial, es decir, la recuperación económica, la lucha contra la corrupción, la institucionalidad democrática y el bienestar colectivo.
En ese sentido, el domingo no solo se votará por candidatos, sino por una manera distinta de hacer política, pues es tiempo de acuerdos amplios, de coaliciones necesarias y de una nueva cultura política basada en el respeto, la transparencia y la eficiencia.
Las primeras semanas después de los comicios, serán cruciales para sentar las bases de un gobierno fuerte y legítimo, por lo que las señales deben ser claras: unidad, apertura de canales de diálogo entre fuerzas políticas, respeto pleno a los resultados y un compromiso visible con la recuperación institucional.
Se espera que los líderes ganadores no caigan en la soberbia, ni los perdedores en la irresponsabilidad de la deslegitimación. Que se imponga el sentido de Estado sobre el interés partidario o de los entornos. La ciudadanía, golpeada por las crisis económica, política y moral de los últimos años, quiere ver decisiones firmes para recuperar la producción, garantizar el abastecimiento de combustibles, reactivar la inversión pública y privada, y reconstruir la confianza internacional en Bolivia.
Es hora de que la clase política comprenda que la independencia de los poderes del Estado no es una concesión, sino una condición básica de la democracia. La justicia, el órgano electoral y los organismos de control deben ser rescatados del manoseo político si se quiere gobernar con legitimidad y estabilidad.
La fortaleza de un próximo gobierno, no se medirá por la cantidad de votos obtenidos ni por el control de las instituciones, sino por su capacidad de tejer consensos y de sumar voluntades. Bolivia necesita un liderazgo que mire más allá del corto plazo, que asuma la crisis no como amenaza, sino como oportunidad para transformar el modelo político, económico y social. La reconstrucción del país exige responsabilidad, visión y coraje.
En definitiva, el 19 de octubre no será solo una jornada electoral, será una cita con la historia. El pueblo boliviano ya ha hablado muchas veces con paciencia y esperanza. Ahora le toca a la clase política demostrar que ha aprendido la lección, que ha comprendido que el país no puede esperar más y que debe ser gobernado por la razón, el diálogo y la voluntad de servir. Eso y solo eso, será verdaderamente una victoria.