Hernán Cabrera
En San Julián lincharon a un hombre. En El Torno mataron a golpes a un joven. En Montero mataron a una persona. Profesor enviado a la cárcel por violar a adolescente. Mujer es golpeada por su pareja. Cada día mueren entre 3 a 5 personas por una acción violenta. Las violaciones van en aumento. Encuentran red de tratantes de personas.
Realidades claras y dramáticas que nos están alertando de algo, y que nos cuesta creer lo que está sucediendo en la región “motor de la economía del país”, y en la ciudad donde más concursos de belleza se realizan.
En fin, todo ello refleja a una sociedad en una profunda crisis, y que nos lanza a preguntar y cuestionarnos: ¿Quién está fallando? ¿Qué está fallando en la sociedad, en el Estado donde convivimos y trabajamos? ¿Por qué esta clase de hechos de sangre, que solo uno piensa que lo vio en alguna película, en algún libro o en una serie televisiva de esas de narcos que están muy de moda? ¿Se cumplen o no las leyes?
Por qué esta crisis si de leyes no podemos aplazarnos, si tenemos ese inmenso abanico de leyes, desde la Constitución Política del Estado, que es una de las más completas en derechos humanos, pasando por la Ley contra la Violencia hacia la Mujer, la ley contra la Trata y Tráfico de Personas, la Ley de Seguridad Ciudadana, la de Control de Bebidas alcohólicas, el Código de Niño, Niña y Adolescente, la Ley contra la Discriminación, los códigos penales, además de las resoluciones ministeriales, ordenanzas municipales, y a ello hay que agregar la institucionalidad encargada de velar por el cumplimiento de estas normativas.
Entonces qué está pasando para que nos veamos enfrentados en una situación explosiva y peligrosa para la vida de las personas, para la integridad de aquel hombre y mujer que lucha todos los días para vivir con alguna dignidad y cierto bienestar.
¿Fallan las instituciones del Estado?
¿Fallan las leyes que no se cumplen o que no es de conocimiento del ciudadano?
¿Fallan las autoridades?
¿Fallan los ciudadanos y sus organizaciones?
Sin duda, no solo en las leyes ni en las instituciones judiciales, policiales, municipales vamos a encontrar respuestas, probablemente hallemos más angustias y dudas, sino que también debemos indagar en el seno de la sociedad, en la familia, en la educación, en la escuela, en los medios de comunicación, en la universidad, en el círculo de amigos, en las reuniones, en las fiestas, en los desfiles de moda, en las apuestas, en las relaciones sociales, y en tantos otros espacios y lugares colectivos, en los que todos estamos expuestos a alguna situación de riesgo y de extrema gravedad.
Seguramente alguien dirá no hagan tanto escándalo, ni que le entren el pánico, porque lo que pasa en Bolivia y en Santa Cruz es nada en comparación a las grandes ciudades como Buenos Aires, San Pablo, México, donde ocurren a cada minuto asesinatos y violaciones y ajustes de cuentas.
Precisamente por ello, es que debemos encontrar las respuestas adecuadas para no encaminarnos a esas realidades en las que la vida vale poco, y donde la muerte es la noticia cotidiana, sin capacidad de asombrarnos, ni inquietarnos, ni rebelarnos.
