Por: Andrés Gómez Vela*
Una mañana que desayunábamos en casa, mi hijo Wáskar me preguntó: ¿alguna vez los bolivianos estuvimos unidos (parece que siempre estamos divididos)? Minutos antes, la radio había informado sobre huelga del magisterio, el filibusterismo parlamentario, peleas entre políticos, desacuerdo en la fecha de elecciones, amenazas; dióxido de cloro sí, no; anuncios de movilizaciones; bloques.
Mientras lavaba los servicios, pensaba en las posibles causas, hipótesis y razones de esta “tectónica” y dolorosa división que ni siquiera un enemigo común y mortal (el virus) pudo aminorar aunque sea sólo para enfrentar a la pandemia.
Quizá el país se unió en algún momento, revisé textos leídos en mi memoria. Por ejemplo, cuando el territorio costero de Bolivia fue invadido por el Ejército chileno, en 1879. Pero llegué a la conclusión de que no porque aquella vez la nueva República tenía apenas 54 años y sólo una élite la disfrutaba y sabía de su existencia. La mayoría vivía en la República, pero paradójicamente lejos de ella porque ésta no significaba nada en su vida diaria.
En la Guerra del Chaco sí hubo unidad, me dije. Mi abuelo, Manuel Vela Gareca, fue a esa contienda bélica dejando a su familia y combatió durante casi tres años con patriotismo y valentía frente a “los pilas” (Un día les contaré en cuántas batallas combatió, leí varias veces sus documentos de desmovilización). Luego dije no. Mi abuelo se volvió boliviano recién después de la guerra del Chaco. Antes, tenía a Bolivia en su imaginación de forma difusa. La unidad se construye sobre convicciones, ideales, consentimientos, principios, usos, pertenencias y no a la fuerza.
¿Habrá habido unidad durante la Revolución Nacional del 52? Deduzco, a partir de las lecturas, que una gran mayoría se unió contra una minoría que usufructuaba del Estado. Hubo una unidad similar para recuperar la democracia de manos de las dictaduras militares, cuya larga lucha terminó en Octubre de 1982; también para echar a Gonzalo Sánchez de Lozada, después de la masacre de El Alto, en Octubre de 2003; y para expulsar a Evo Morales, tras el fraude electoral, en octubre/noviembre de 2019.
¿Unidad total, 100 por ciento? Imposible. Acabamos de constatar que ni siquiera un enemigo mortal común (Covid-19) logró/logra unirnos. Pero la presente situación, causada por la pandemia, al menos debería hacernos pensar por qué la sociedad boliviana carece de un factor o factores de cohesión social.
Una causa se puede encontrar en el pluralismo ideológico que genera diferentes modelos de sociedad. Están desde aquellos que proponen el triunfo del proletariado sobre la burguesía; hasta la convivencia de ambas clases sociales. A la fecha, la coexistencia sedujo más a la sociedad.
Otra causa está en el pluralismo moral, desde donde se propone diferentes modelos de persona. Unos quieren a un boliviano creyente y heterónomo; y otros, a uno alejado de las religiones y autónomo.
Entre los pluralismos circulan dos extremos: 1) el indianismo que concibe la sociedad sobre el aplastamiento de los no indios; y 2) su antípoda con ideas de supremacía blanca sin blancos que quiere una sociedad “civilizada” sin los otros a quienes considera salvajes.
¿Cómo encarar el desafío de cohesión social en este escenario? Desde tres dimensiones: 1) la estructura de estratificación: clases sociales, diferencias estamentales (si hay), jerarquías, riquezas, educación, género, dirigentes y dirigidos. 2) dimensión territorial: regionalismos, división campo/ciudad, zonas, vecindarios. Y 3) Dimensión filosófica: étnia y religión como condicionantes de pertenencia y comportamiento de una persona.
Para acercarnos a la cohesión, hay que ver nuestro flujo comunicacional al interior de las estructuras, entre estructuras, entre clases y, por supuesto, entre individualidades. ¿Nos comunicamos? ¿Cómo? Este proceso nos ayudará a salir de burbujas, estancos, guetos y encontrar nuestros puntos en común como bolivianos antes que como pertenecientes a grupos políticos, religiosos o ideológicos.
Pues debe ser frustrante tener 24 años, como mi hijo, y percibir un país roto y sin aparentes posibilidades de arreglo. Pero el tema no sólo es generacional, sino una necesidad general y nacional. Urge dar este paso de política de comunicación para enfrentar las crisis (económica, social, moral, medioambiental, política, sanitaria) que ya estamos comenzando a vivir. Caso contrario, si seguimos divididos, no saldremos vivos o terminaremos muy mal parados.
*Andrés Gómez Vela es peridista